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El grupo de ocho criminales, que no son tan malos después de todo, le permite a la serie mostrar varias historias. De esta forma logra cautivar a varias generaciones, base de su éxito arrollador.

TELEVISIÓN

‘La casa de papel’: el atraco que paralizó al planeta

En España se emitió sin pena ni gloria, pero en Netflix, sin publicidad y en poco tiempo, la serie se convirtió en un fenómeno global. El servicio de ‘streaming’ la declaró su serie en lengua no inglesa más vista y ya anunció una nueva temporada, aún más arriesgada.

21 de abril de 2018

El  viejo   refrán según el cual “nadie es profeta en su tierra” también se aplica a las series de televisión. Emitida en España por el canal Antena 3 entre mayo y noviembre de 2017, La casa de papel consiguió ratings positivos en su estreno, pero nadie descorchó champaña, pues mientras 4 millones de personas sintonizaron el primer episodio, poco más de 1,5 millones llegaron hasta el final.

Sin embargo, los ejecutivos de Netflix la vieron, les gustó y la plataforma le otorgó una segunda vida. Y resultó un sueño. La serie, su creador –Álex Pina– y sus actores alcanzaron tal vitrina global que hoy los reconocen en las calles de Los Ángeles. Los estadounidenses, por su parte, hicieron y ganaron una apuesta enorme. En pocas semanas La casa de papel pasó de ‘serie relleno’ a ‘fenómeno planetario’. Enloqueció en Brasil, Francia, Uruguay, Argentina, y en Colombia no es extraño oír de esta en cualquier pasillo. En Turquía, funcionarios y líderes religiosos le exigieron a Netflix excluirla de su país, pues la consideran una peligrosa apología a la sublevación. Al hacerlo, por lo demás, le dieron un gran empujón publicitario.

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La casa de papel genera noticias con el frenesí con el que cuenta su historia. Hace 15 días estrenó su segunda temporada, y la semana pasada se convirtió en “la serie más devorada”. El martes, Netflix la proclamó “la serie más vista en su historia en lengua no inglesa” (el doblaje ha jugado un rol importante), y el miércoles, para cerrar con broche de oro, el servicio de los 117 millones de suscriptores anunció una tercera temporada. La noticia produjo reacciones mixtas. Algunos se emocionaron, mientras otros anotaron que es innecesario abrir de nuevo una narrativa ya cerrada. Pero Netflix quiere sacarle más huevos de oro a su inesperada gallina, pues llegarles a decenas de millones de personas es lo más difícil y ya lo obtuvo. Por eso, se movió rápidamente para conseguir a la mayoría de actores de la producción original y tratar de recrear la magia. Para triunfar tendrá que superar lo ya hecho. No es imposible, pero ya no cuenta con el factor sorpresa y sí con el peso de una enorme expectativa.

El servicio de streaming guarda con recelo sus cifras de espectadores, pero sabe que la velocidad a la cual se viralizó el show se debió en gran parte al voz a voz, pues la inversión en publicidad fue mínima. La gente la vio a un ritmo frenético; incluso, durante seis semanas seguidas fue la serie más sintonizada, en estas épocas de maratones. Pero ¿qué la hace tan especial? Y ¿está a la altura de las grandes producciones?

La línea argumental dice: “Ocho ladrones toman rehenes y se resguardan en la Fábrica Nacional de Moneda de España, mientras el líder de la banda manipula a la Policía para cumplir su plan”. Al grano y concreta. En medio de esa premisa, la serie desarrolla varias temáticas, personajes interesantes en su mayoría bien parecidos y atractivos, con dosis alternas de drama, duda existencialista, fraternidad, juego, acción y tensión, y sí, romance y sexo.

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El personaje principal, el ejecutor del golpe, un lúcido y pulido barbudo de anteojos entre sus treinta y cuarenta que se hace llamar el Profesor (Álvaro Morte), le propone a ocho criminales probados un asalto que no tendrá víctimas y los hará “héroes”. Todos los ocho, especialistas en áreas como cajas fuertes, informática, túneles y explosivos, robos de bancos y joyas, asumen nombres de ciudad: Tokio, Río, Berlín, Nairobi, Denver, Moscú, Oslo y Helsinki. La misión, asaltar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, mientras el Profesor, desde otra posición de control, sigue cada paso del plan y anticipa las movidas de la Policía, que en su mayoría ya ha previsto. El Profesor educa a sus compinches por cinco meses (estas escenas se ven a modo de flashback durante el golpe) y luego los lanza a la acción, a robar 2.400 millones de euros en un lapso de 11 días. Ese hecho marca el ritmo de la serie y lo ancla al paso de las horas desde que se toman el lugar.

Del otro lado, la ley presenta a su propia heroína. Fuerte en su profesión y deshecha en su vida personal, la inspectora de Policía Raquel Murillo (interpretada de gran manera por Itziar Ituño) debe lidiar con las consecuencias del plan de robo del Profesor. Murillo cuenta con el amor de su pequeña hija y de una madre que pierde la memoria, pero con el paso de los capítulos se va revelando como víctima de duras circunstancias. El mundo exterior la percibe como una loca, pero ella sabe bien por qué denunció lo que denunció, hace lo que hace y teme lo que teme. Así, mientras lucha contra sus demonios, demuestra ser una gran contraparte para el cerebro de la operación criminal, pues más allá de solo seguir las migas de pan que este le deja, y a pesar de estar en clara desventaja, lo reta con veloz análisis y logra angustiarlo más de una vez.

Este juego de gato y ratón entre personas inteligentes y maduras que, además, se encuentran de extraña manera en un plano sentimental, sirve de hilo principal, pero la serie también guarda fuerte atractivo para generaciones más jóvenes y más viejas. Una joven, Tokio (Úrsula Corberó), carga con gran parte de la narrativa, con su voz en off. Es tremendamente guapa, joven e impulsiva y carga con la zozobra de una vida de peligros que no la detiene. Berlín (Pedro Alonso), un criminal calmado pero peligroso, cortante con la palabra, le suma al programa un efecto caótico al estilo de El señor de las moscas. Moscú y Denver, padre e hijo, tienen una dinámica interesante e ilustran varios dilemas de la vida criminal en las familias, y las ramificaciones que los errores de un padre pueden tener en la vida de su retoño.

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Visualmente, el programa tiene una buena factura, pero su estilo raya a veces con lo efectista y muestra demasiado sus influencias. Las grandes series crean un idioma visual nuevo: Breaking Bad lo hizo con ciertos wésterns, The Wire estableció su propio lenguaje inimitable y Game of Thrones logró una épica retorcida que ha crecido a lo largo de las temporadas. La casa de papel tiene una idea original, pero para contarla toma prestado del cine de Guy Ritchie, en cintas como Snatch; de Steven Soderbergh en su Ocean’s Eleven; y le suma gotas de la serie 24. Se trata de un pecado venial, pero visible.

Y si bien la canción Ciao Bella (originaria de los partisanos antifascistas italianos) funciona bien como un himno cuando la entonan los personajes, en general la música quita más de lo que suma, tanto en las canciones que incluye como en la composición incidental.

Claramente, estos factores poco le importan a los millones que la han visto o están en proceso de engullirla. El atraco y sus distintos matices paralizaron al planeta y así la serie se hizo hito por sus propios méritos. Seguramente, subirá la apuesta para su tercera vida.