
Opinión
China en la COP30: el nuevo poder climático y el dilema estratégico para Colombia
La COP30 en Brasil dejó al mundo frente a un reacomodo del poder climático, con China moviéndose con seguridad y Estados Unidos atrapado en un vaivén político. En ese escenario, Colombia queda ante la disyuntiva de aprovechar sus ventajas estratégicas o resignarse a que otros decidan su lugar en la transición que redefinirá la economía global.
Siga las noticias de SEMANA en Google Discover y manténgase informado
La COP30, realizada en Belém, Brasil, no fue un encuentro ambiental más. Fue el escenario donde se exhibió el nuevo reparto del poder global. Mientras Estados Unidos llegó atrapado en la inestabilidad de su política interna y la pérdida de su brújula diplomática, China avanzó con la determinación de una potencia que entiende que la transición energética es hoy una de las vías más eficaces para ampliar su influencia. Europa, por su parte, mantuvo su rol de regulador global, aunque sin la capacidad industrial o financiera para marcar el ritmo.
Colombia observa ese tablero desde una posición incómoda: es un país con activos estratégicos, pero sin una estrategia clara. Y en un mundo que se reorganiza alrededor del clima, la pregunta es urgente: ¿queremos ser jugadores o terreno de juego?
China llegó a Belém con la autoconfianza de quien domina las cadenas globales de la transición. Controla más del 80 por ciento de la manufactura solar mundial, dos tercios de la producción de baterías y buena parte del procesamiento de litio, cobalto y minerales críticos. También expandió su mercado de emisiones y reforzó su diplomacia Sur–Sur: financiamiento ágil, menos condicionalidades y tecnología asequible.
Ese despliegue, para muchos delegados, no fue solo una propuesta climática: fue una demostración de poder industrial. Sin embargo, el liderazgo chino tiene tensiones profundas. Es al mismo tiempo la mayor potencia renovable del mundo y el mayor emisor; el país que más instala energía solar y eólica, pero también el que más plantas de carbón aprueba. Su transición es real, pero avanza a su propio ritmo, guiada por objetivos de seguridad energética y ambición geopolítica.
Estados Unidos, tradicional arquitecto, aunque intermitente, del orden climático global, llegó sin la solidez de años anteriores. El Inflation Reduction Act, la reforma climática más ambiciosa de su historia, ha impulsado inversiones históricas en manufactura limpia, pero su política climática sufre cambios bruscos cada ciclo electoral. Esa volatilidad erosiona su influencia y deja espacio para que China ocupe posiciones estratégicas.
Europa, mientras tanto, afianza su rol regulador con instrumentos como el ajuste de carbono en frontera (CBAM) y los estándares ESG —conjunto de criterios que utilizan inversionistas, empresas y gobiernos para evaluar el desempeño y los riesgos de una organización en las dimensiones ambiental, social y gobernanza—. Pero su capacidad de inversión es limitada frente a la escala china. Bruselas escribe las reglas; Pekín construye las fábricas; Washington oscila.
Es en ese triángulo, China industrial, Estados Unidos volátil y Europa normativa, donde se decidirá el ritmo de la transición global.
¿Y Colombia? Belém dejó claro que no podemos seguir viendo la transición energética como un asunto interno. Es política exterior, competitividad, seguridad nacional y desarrollo económico.
Colombia tiene activos estratégicos: biodiversidad, Amazonia, minerales críticos y potencial de hidrógeno verde. Pero esos activos solo generan poder si se conectan con capacidades nacionales. Hoy, más del 60% de los proyectos renovables están atrasados por conflictos sociales, debilidad institucional y gobernanza insuficiente. A esto se suma una brecha estructural: redes eléctricas saturadas, líneas de transmisión pendientes, puertos limitados y poca capacidad industrial. La transición no puede ser importada; si dependemos de tecnología e infraestructura externas, también importaremos vulnerabilidad.
China, Estados Unidos y Europa ven a Colombia de maneras distintas. China nos observa como mercado y fuente de recursos; Europa como socio ambiental y pieza clave en la Amazonia; Estados Unidos como aliado en seguridad energética y cadenas de suministro.
La cuestión no es quién nos ofrece más, sino cómo preservamos nuestra autonomía frente a tres potencias cuya competencia no disminuirá.
Belém dejó cinco lecciones que Colombia debe asumir si quiere pasar de espectadora a jugadora:
1. Autonomía estratégica real. Ni alineamientos automáticos ni giros pendulares. La política exterior debe responder a intereses de largo plazo, no a urgencias fiscales ni afinidades ideológicas.
2. Liderazgo amazónico efectivo. Brasil definió la narrativa amazónica y China ofrece financiamiento. Colombia no puede contentarse con pronunciar discursos; debe llegar con ciencia, diplomacia y presencia territorial.
3. Industrialización verde. Sin industria en hidrógeno, cobre, níquel, energías renovables y bioeconomía, seguiremos exportando materias primas mientras importamos valor agregado.
4. Gobernanza rigurosa de la inversión extranjera. Los contratos climáticos deben evaluarse por su impacto ambiental, social, tecnológico y territorial. América Latina tiene experiencias duras con cláusulas opacas y pérdida de soberanía que Colombia no puede repetir.
5. Transición justa en territorios de conflicto. Para muchas regiones, la transición energética se cruza con economías ilegales, vulnerabilidad climática y ausencia estatal. No habrá legitimidad sin comunidad, sin memoria y sin presencia institucional.
China no dominó la COP30, pero sí dominó la conversación sobre el futuro. Estados Unidos no desapareció, pero ya no dicta el ritmo. Europa regula, pero no lidera.
Colombia tiene una ventaja que pocos países poseen: la capacidad de elegir. Podemos decidir si queremos ser actores con voz propia o simplemente el espacio donde otros juegan.
El tablero climático del siglo XXI ya se está diseñando. Si no definimos nuestra estrategia, otros la definirán por nosotros. Y en un mundo donde el clima se ha convertido en poder, la inacción no es neutralidad: es renuncia.
Rocío Pachón, experta en construcción de paz, seguridad y relaciones internacionales. Actualmente, asesora de Cooperación Internacional y Alianzas del Centro Nacional de Memoria Histórica.
