Alejandra Paredes Goicochea, directora de Sostenibilidad a nivel nacional de Fe y Alegría

Filantropía

Invertir en el futuro: la urgencia de movilizar recursos para causas sociales con triple impacto

Cada peso que se invierte en educación con enfoque ambiental y social es una apuesta por un futuro más digno y sostenible. La captación de recursos es un mecanismo de transformación. Y cuando las empresas se suman como aliadas, no sólo donan, sino que innovan.

Por: Alejandra Paredes Goicochea
21 de agosto de 2025

En el contexto actual, marcado por crecientes desigualdades, crisis ambientales y transformaciones sociales profundas, se vuelve indispensable repensar la manera en la que movilizamos recursos para transformar nuestras realidades. La captación de fondos ya no puede verse como un simple acto filantrópico, sino como una estrategia ética, colectiva y urgente para generar impactos reales y sostenibles. Sobre todo, cuando se trata de causas sociales de triple impacto: aquellas que transforman vidas, protegen el medioambiente y fortalecen las economías locales.

El enfoque de triple impacto exige ir más allá de la atención inmediata de necesidades: implica transformar las condiciones estructurales. Para lograrlo, se necesitan alianzas estratégicas, inversión continua, creatividad, y voluntad política. En ese entramado, la educación desde la infancia hasta la adultez se posiciona como uno de los pilares más potentes para el cambio.

Formar a niños, niñas, jóvenes y adultos en sostenibilidad, ciudadanía y economía circular no solo desarrolla habilidades, sino que activa comunidades enteras. Se aprende a valorar el entorno, a emprender con sentido social, a liderar soluciones desde lo local. La educación transforma la forma en que habitamos el mundo.

Sin embargo, para que este aprendizaje se traduzca en impacto real, es indispensable contar con los recursos necesarios. Según la ONU, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible requiere una inversión adicional anual de 2.5 billones de dólares a nivel global. Solo en América Latina, la CEPAL estima que se necesitan más de 650.000 millones de dólares anuales para cerrar las brechas estructurales en educación, agua, energía y cambio climático. En este panorama, la captación de recursos es una vía directa para traducir compromisos en acciones concretas.

Y es aquí donde la participación del sector empresarial cobra una relevancia innovadora. Las empresas que se suman a estos proyectos no solo cumplen con un deber social: están redefiniendo la forma de hacer negocios. Dejar de ver la sostenibilidad como un “complemento” y comenzar a integrarla al modelo empresarial es una de las transformaciones más disruptivas de la última década.

Empresas que apuestan por proyectos de valor ambiental como la reforestación, la economía circular, la gestión de residuos o la educación ecológica están generando impactos medibles. Según el Global Impact Investing Network, el 89 por ciento de los inversionistas de impacto reportan que sus inversiones han cumplido o superado sus expectativas de impacto social y ambiental, demostrando que movilizar recursos sí genera cambio.

Además, proyectos de valor ambiental generan empleo, fortalecen la resiliencia climática y mejoran la calidad de vida. Por ejemplo, iniciativas de reciclaje y transformación de residuos pueden reducir hasta en un 40 por ciento la presión sobre los vertederos y crear empleo digno para poblaciones vulnerables. Del mismo modo, programas de educación ambiental en escuelas han mostrado mejorar en un 30 por ciento los hábitos sostenibles de los estudiantes y sus familias.

Por eso, cada peso que se invierte en educación con enfoque ambiental y social es una apuesta por un futuro más digno y sostenible. La captación de recursos no es un lujo, es un mecanismo de transformación. Y cuando las empresas se suman como aliadas, no sólo donan, sino que innovan. Rompen el molde del asistencialismo para ser parte activa de soluciones estructurales.

Hoy más que nunca, debemos dejar de ver la captación de recursos como un favor y entenderla como una inversión estratégica para el desarrollo humano y ambiental. Porque cuando un niño entiende cómo cuidar su entorno, cuando una joven lidera un proyecto sostenible en su comunidad, cuando una empresa deja huella más allá de sus balances financieros, todos ganamos.

Invertir en la educación y sostenibilidad es apostar por una economía más justa, un planeta más habitable y una sociedad más consciente. Y para lograrlo, el primer paso es claro: movilizar los recursos que nos permitan pasar del discurso a la acción. Con visión, con compromiso y con empresas que entiendan que el futuro se construye en colectivo.

Alejandra Paredes Goicochea, directora de Sostenibilidad de Fe y Alegría Colombia