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Trump vs. Kim: encuentro de alto riesgo, con la bomba atómica como telón de fondo

Un experto colombiano, director de una organización miembro de ICAN, la misma que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2017, analiza la impulsiva decisión del presidente de Estados Unidos de reunirse con su homólogo coreano. ¿Quién gana y quién pierde con este arriesgado movimiento?

Cesar Jaramillo*
2 de abril de 2018

Si el plan no se descarrila en las próximas semanas, antes de finales de mayo se llevará a cabo una histórica reunión entre el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo de Corea del Norte, Kim Jong-un, para abordar uno de los asuntos de seguridad internacional más complejos de las últimas décadas: el programa de armas nucleares norcoreano.

Se trata del primer encuentro entre Jefes de Estado de estas dos naciones que han sido abiertamente rivales durante más de medio siglo. Y si bien el consenso entre expertos en temas de desarme y seguridad internacional es que cualquier esfuerzo diplomático para conjurar la crisis es preferible a una salida militar, varios factores hacen de esta reunión una apuesta diplomática de muy alto riesgo.

Ya se filtró a la prensa que Trump tomó la decisión de aceptar reunirse con Kim de manera precipitada, tan solo instantes después de enterarse de la propuesta, y sin consultar a nadie. Prácticamente todos los altos funcionarios del Departamento de Estado se enteraron a través de los medios de comunicación o de la cuenta de Twitter del presidente.

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El ofrecimiento mismo no fue hecho directamente por el gobierno de Kim, sino por un emisario de Corea del Sur que le comentó a Trump que Kim estaría dispuesto a reunirse. Y Trump, pensando en un triunfo de relaciones públicas, accedió en el acto.

De inmediato su máquina de prensa empezó a impulsar la idea de que la política de sanciones y amenazas de Trump estaba siendo efectiva y, la invitación de Corea del Norte, “evidencia de que la estrategia de aislar al régimen de Kim está funcionando”. Pero nada más alejado de la realidad. Fue Trump quien abrió la partida con la mayor concesión, es decir, la reunión misma.  

Lo que evidentemente ignoraba el señor Trump, lo sabría cualquier funcionario de su Departamento de Estado: no tenía absolutamente ninguna novedad que Kim (padre o hijo) quisieran reunirse con el presidente –cualquier presidente– de los Estados Unidos.

Resulta que ese es precisamente el tipo de reconocimiento que siempre han buscado a los codazos como nuevos miembros del club nuclear, y que los predecesores de Trump le habían negado a Pyongyang. Solo que el Donald, el afamado tahúr de las negociaciones, el malabarista internacional del tire y afloje, lo concedió en menos de 30 segundos.

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El joven presidente norcoreano empezó ganando la partida, y ha sorprendido a muchos con su afinado olfato diplomático.

Desde que se conoció la noticia de la reunión, Kim ha buscado allanar el terreno con reuniones del alto nivel que buscan fortalecer su posición, como la que sostuvo recientemente con el Presidente de China, Xi Jinping, un actor de indiscutible relevancia en cualquier proceso de negociación con Corea del Norte. De hecho, la participación no solo de China, sino también de Rusia, en cualquier esfuerzo creíble para alcanzar la desnuclearización de Corea del Norte, se considera ineludible.

En todo caso, Trump estará urgido de traer consigo una victoria de su encuentro con Kim para alimentar a sus bases y llenar las expectativas que irán creciendo en la medida en que se acerca la reunión. El objetivo inequívoco del establecimiento político estadounidense, tanto Demócrata como Republicano, ha sido por años la desnuclearización total de Corea del Norte. Pero a menos de que haya un cambio radical tanto en el enfoque como en las expectativas que hasta ahora han informado la posición de Washington, es poco probable que lo consigan.

El precio de la desnuclearización

La tozuda realidad es que Corea del Norte no abandonará su arsenal nuclear unilateralmente. Para que este objetivo sea siquiera una posibilidad, Estados Unidos tendría que hacer concesiones de tal magnitud que deberá reconfigurar profundamente su postura militar estratégica en la región.

En los últimos años, Corea del Norte ha logrado avances muy importantes y bien documentados en la consolidación de su programa de armas nucleares. Desde su última prueba, en noviembre pasado, varias fuentes han indicado que Corea del Norte ahora es capaz de producir bombas termonucleares que podrían llegar al territorio continental de los Estados Unidos.

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Desde que se anunció el encuentro, la administración Trump sigue reiterando, en tono belicoso, que “todas las opciones están sobre la mesa”, incluida una “solución” militar. Aun así, el consenso establecido es que los riesgos de una operación militar contra objetivos norcoreanos superan los beneficios.

Cabe resaltar que las amenazas explícitas de ataque militar no solo constituyen obstáculos concretos al proceso, sino también violaciones flagrantes del derecho internacional. Pero este prospecto ha tomado nuevos aires a raíz de los más recientes cambios en la administración de Trump, asignando a conocidos halcones de derecha a posiciones cítricas que tendrán incidencia directa en la postura de Estados Unidos ante el esperado encuentro.

Por un lado, salió del gabinete Rex Tillerson, quien como Secretario de Estado abogaba por una solución diplomática a la crisis con Corea del Norte y a quien Trump varias veces desautorizó en público. Lo reemplaza Mike Pompeo, un conservador exdirector de la CIA cuyo caudal electoral ha estado con el partido ultraderechista y reaccionario, el Tea Party.

A los pocos días también salió de la Casa Blanca el Consejero de Seguridad Nacional H.R. McMaster, uno de los “moderados” alrededor de Trump, para ser reemplazado por el infame John Bolton, halcón de halcones y exembajador ante la ONU de abierta vocación militarista. Bolton, por ejemplo, ha pedido intervenir militarmente a Corea del Norte y volver trizas el acuerdo nuclear que se negoció en 2015 con Irán para impedir que pueda desarrollar armas nucleares.

Mientras tanto, el riesgo existencial de que se usen armas nucleares –por accidente, error de cálculo o diseño– sigue siendo el telón de fondo constante de esta crisis.

Un Tratado de Paz... 65 años después de la Guerra de Corea

La ineficacia de la estrategia actual para detener el programa de armas nucleares de Corea del Norte resulta evidente, y no parece prometedor que la reunión entre Trump y Kim cambie esta realidad. Lo que se requiere es un Tratado de Paz para finalizar formalmente la Guerra de Corea. El armisticio de 1953 debió haber sido una medida temporal. Casi 65 años después, corresponde a la comunidad internacional finalizar este asunto pendiente.

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Para lograrlo o, por lo menos, intentarlo, se requiere un replanteamiento del enfoque actual, con miras a un consenso internacional sobre la necesidad de alcanzar un tratado de paz que vaya más allá de la mera desnuclearización del régimen de Kim.  

Negociar la desnuclearización de Corea del Norte en el marco de un tratado de paz no solo definiría el objetivo último a alcanzar, sino también las suposiciones centrales que sustentan el esfuerzo, la estrategia a implementar y la naturaleza de las concesiones requeridas de las partes involucradas.

Esta sería una lista no exhaustiva de factores a considerar:

Elementos básicos: Solo las negociaciones revelarían todos los aspectos que harían parte de un eventual tratado de paz. Pero, como mínimo, se debe considerar:

  • El desmantelamiento verificado del programa de armas nucleares de Corea del Norte.
  • Garantías de seguridad creíbles de que Corea del Norte no será atacada o desestabilizada, incluido el retiro de las tropas estadounidenses que hay en Corea del Sur, y la terminación de los ejercicios militares conjuntos entre este último y los Estados Unidos.
  • El cese verificado de las amenazas y preparativos militares con armas convencionales de Corea del Norte hacia Corea del Sur.
  • La eliminación de las sanciones económicas contra Corea del Norte.
  • Un acuerdo para abordar la cuestión de la integridad territorial en la península de Corea a través de medios diplomáticos, después de la adopción de un tratado de paz.

“Condiciones inamovibles” y secuencia: Hasta ahora, la administración Trump ha reiterado que Corea del Norte debe tomar “medidas irreversibles hacia la desnuclearización” para que las negociaciones con Corea del Norte sean posibles. Al mismo tiempo, la Embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas Nikki Haley también ha dicho que, para las negociaciones sean posibles, Corea del Norte simplemente debe “dejar de realizar pruebas y hablar sobre la prohibición de sus armas nucleares”.

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Dados los recientes nombramientos de Pompeo y Bolton en posiciones claves, es posible que insistan en la desnuclearización de Corea del Norte como un requisito para continuar el dialogo. Sin embargo, ¿estaría dispuesto Trump a continuar un ciclo de negociaciones con Pyongyang en las que se considere el desmantelamiento verificado del programa nuclear de Corea del Norte como un resultado, y no como un requisito previo, del proceso?

Garantías de seguridad: Cuando se negoció el acuerdo nuclear con Irán en 2015 para prevenir el desarrollo de armas nucleares por parte del Estado Islámico, los oponentes advirtieron que Irán no cumpliría con su parte. Pero son los Estados Unidos los que han puesto el acuerdo en peligro al cuestionar su utilidad y amenazar con retirarse del mismo. Pyongyang sin duda ha tomado nota.

Al mismo tiempo, Corea del Norte ha sido objeto de numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, condenando su programa de armas nucleares e imponiendo sanciones cada vez más estrictas en su contra. El régimen de Kim no ha desafiado abiertamente a la comunidad internacional, sino que también ha aumentado los riesgos de una posible confrontación nuclear.

Tales acciones generan desconfianza mutua. Pero así como la desnuclearización de Corea del Norte requeriría de un régimen de verificación estricto, Pyongyang también exigirá garantías alrededor de la postura militar de los Estados Unidos, incluyendo el considerable contingente militar norteamericano al sur de la zona desmilitarizada y sus ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur. Las percepciones de vulnerabilidad de todas las partes deben ser tomadas en cuenta.

El levantamiento de las sanciones por sí solo constituye una concesión cualitativamente diferente a la del desmantelamiento del programa de armas nucleares de Corea del Norte. Pyongyang considera que estas armas son vitales para la supervivencia misma del régimen, mientras que las sanciones pueden restablecerse de un plumazo. Por lo tanto, cualquier garantía de seguridad ofrecida a Pyongyang debe basarse en un cambio fundamental en la doctrina militar de los Estados Unidos hacia Corea del Norte y, por consiguiente, en la región Asia-Pacífico.  

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Nobel de Paz y expectativas internacionales: El panorama multilateral de desarme nuclear se vio dramáticamente alterado el año pasado con la adopción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares por parte de la mayoría de los Estados del mundo. La prohibición fue impulsada vigorosamente por la sociedad civil, en particular la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN). Esta y otras organizaciones trabajaron en concierto con diplomáticos progresistas de todas las latitudes, logrando adoptar este tratado histórico a pesar de la fuerte oposición de los Estados con armas nucleares y muchos de sus aliados.

El Premio Nobel de la Paz se otorgó a ICAN el año pasado reconociendo el esfuerzo alrededor del tratado, el cual incluyó despertar una mayor conciencia sobre la amenaza de las armas nucleares. Una mayoría cada vez más vocal de la comunidad internacional ahora exige la pronta y completa eliminación de todos los arsenales nucleares. En el contexto de esta nueva realidad normativa, el arsenal nuclear de los Estados Unidos es igual de inaceptable que el de Corea del Norte. Un Tratado de Paz para la Península de Corea debe entenderse como un elemento necesario pero insuficiente de la empresa más amplia de abolición nuclear.

La paz es posible. Pero también la guerra.

A estas alturas, hablar de “prevenir” un programa de armas nucleares en Corea del Norte no es adecuado pues ya es una realidad innegable. Oficialmente reconocida o no, Corea del Norte es un estado nuclear. Igualmente claro es que es poco probable que el enfoque actual de los Estados Unidos a la crisis –más sanciones complementadas con ruido de sables– haga retroceder el reloj del programa de armas nucleares norcoreano en el futuro previsible.

Hace poco un ex secretario de Estado adjunto de Estados Unidos para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico lo expresó sin rodeos de esta manera: “Una perogrullada diplomática largamente reconocida se está haciendo evidente para el presidente Donald Trump: Corea del Norte es la tierra de las malas opciones”.

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Los procesos multilaterales de desarme son notoriamente complejos y resulta difícil sobredimensionar lo delicado del embrollo en el que este presidente sin ninguna experiencia diplomática se ha metido. No es un campo de golf lo que el inmobiliario neoyorkino está negociando.

Lo cierto es que no habrá concesiones unilaterales a raíz de la reunión entre Trump y Kim. Y si los Estados Unidos no alteran sustancialmente su postura, el encuentro podría no resultar en ningún avance –o podría enturbiar aún más el ambiente–.

También es posible que Trump, Pompeo y Bolton tengan absolutamente claro que Kim no hará ninguna concesión sin algo sustancial a cambio, que de antemano no están dispuestos a ceder. Pero ven en el encuentro una oportunidad perfecta para acallar a quienes los acusan de no darle una oportunidad a la diplomacia y para desacreditar cualquier esfuerzo por solucionar la crisis de manera pacífica.

Una vez descartada la diplomacia, la alternativa militar quedaría a disposición de los halcones.

* Cesar Jaramillo es director de Project Ploughshares, organización canadiense enfocada en temas de desarme y seguridad internacional, y es miembro de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), Premio Nobel de la Paz – 2017.