Entrevista
Adriana Correa, directora de la FAAE, cuenta si en Colombia se hace ciencia de talla mundial: “Deben surgir de nuestra realidad”
La Fundación Alejandro Ángel Escobar (FAAE), que entrega los premios de ciencia y solidaridad más importantes del país, cumple 70 años. Su directora, Adriana Correa, habla de la importancia de financiar la investigación. Colombia hace ciencia de talla mundial, dice.
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SEMANA: ¿Quién fue Alejandro Ángel Escobar y por qué se habla de sus premios como los ‘Nobel colombianos’?
ADRIANA CORREA: Fue un empresario antioqueño con espíritu humanista. Estudió Artes en Cambridge y Derecho en Colombia, y fue ministro de Agricultura (en el Gobierno de Laureano Gómez). Tras visitar Estocolmo y conocer la Fundación Nobel, decidió que Colombia merecía un galardón con ese mismo espíritu y lo dejó consignado en su testamento. A los 50 años falleció y su viuda creó la Fundación Alejandro Ángel Escobar (FAAE). Desde entonces, esta entrega los Premios Nacionales de Ciencia y Solidaridad, reconocidos en la academia como el ‘Nobel colombiano’. Son los más antiguos y constantes del país, sostenidos con independencia, evaluación por pares y sin color político.
SEMANA: ¿Qué persona y qué institución los han ganado más veces?
A.C.: El récord en Ciencias lo ostenta Germán Poveda, con cuatro premios y tres menciones de honor. Él es el primer colombiano que se doctoró en ingeniería, y en 2007 fue uno de los 2.500 científicos reconocidos con el Nobel de Paz, ganado ese año por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, del que él hace parte. En Solidaridad, la institución educativa Maestra Vida, de El Tambo (Cauca), ha recibido dos reconocimientos: primero en manos de la madre y 16 años después, en las de su hija.

SEMANA: ¿En Colombia sí se hace ciencia de talla mundial?
A.C.: Sí. Y, al mismo tiempo, de enorme relevancia local. Muchas de las soluciones que necesitamos como país no pueden importarse ni copiarse: deben surgir de nuestra realidad. Le nombro algunos hitos: Enrique Pérez Arbeláez fundó el Jardín Botánico y sentó las bases para proteger nuestra biodiversidad. Salomón Hakim diseñó una válvula que hoy late en miles de cerebros en el mundo. Nubia Muñoz demostró la relación entre el virus del papiloma humano y el cáncer de cuello uterino, y abrió el camino a una vacuna. A esa constelación se suman Francisco Lopera, quien identificó una forma de Alzheimer hereditario que hoy guía ensayos clínicos internacionales, y Germán Poveda, quien nos enseñó que desde el Pacífico colombiano sopla un viento capaz de mover el clima del mundo.
SEMANA: ¿Cuánto dinero recibieron los ganadores de la primera edición y cuánto recibirán los de este año?
A.C.: En 1955, los primeros premiados en las categorías de Ciencia y Solidaridad recibieron 15.000 y 10.000 pesos, respectivamente. Hoy, cada galardón otorga 50 millones.
SEMANA: ¿Qué tan competitivo es este monto frente a los de premios similares?
A.C.: En Brasil, la Orden Nacional del Mérito Científico es honorífica (sin dinero); en México, el Premio Nacional parte de 100.000 pesos (unos 21 millones de pesos colombianos), y en Argentina, la distinción Houssay y la de Investigador/a de la Nación incluyen estímulos económicos, pero en un contexto inflacionario que dificulta la comparación. Lo que entrega la FAAE se ubica en la franja media-alta de la región.
SEMANA: ¿Cómo se financia la Fundación Alejandro Ángel Escobar? ¿Aún queda algo de la herencia que dejó el empresario cafetero?
A.C.: Principalmente, a partir de la cuidadosa gestión del fondo patrimonial dispuesto por él. No obstante, el Consejo Directivo y yo entendemos que no basta con honrar la herencia. Por eso estamos buscando a quienes quieran ser los próximos filántropos de la ciencia y la solidaridad en Colombia. Queremos ampliar los premios, llegar a más comunidades y asegurar que dentro de 100 años este legado siga reconociendo a quienes se obstinan en investigar, innovar y cuidar de los demás. Los números muestran la fuerza de este trabajo: 561 premios y menciones, y más de 20.000 millones de pesos entregados. Pero lo esencial no está en las cifras, sino en el tejido que se sostiene, a pesar de los recortes, en la independencia frente a la política.
SEMANA: ¿Qué opinión tiene de la inversión pública en ciencia que se hace en el país?
A.C.: Es trágicamente insuficiente. El presupuesto del Ministerio de Ciencia para este año cayó a su punto más bajo desde su creación, en 2020. Colombia destina a la investigación menos del 0,3 por ciento del PIB, mientras el promedio de la Ocde ronda el 3 por ciento. Países de renta baja como Uganda o Camboya están casi a la par de nosotros. Seguimos financiando la ciencia como un país pobre, aunque aspiramos a competir como uno desarrollado. La ciencia no puede ser lo que sobrevive a los recortes: debe ser lo que nos salve de ellos. Mientras esto sucede aquí, el intento del Gobierno estadounidense de congelar millones de dólares en subvenciones a universidades, aunque frenado por los tribunales, dejó supervisión reforzada, exigencia de garantías y reembolsos demorados. Es un hachazo a lo que la ciencia representa: independencia, pensamiento crítico y disidencia informada. Es todo este contexto el que nos hace insistir: sin apostar por el conocimiento, ningún país puede dar un salto en su desarrollo, en equidad o en el mejoramiento de las condiciones de vida.

SEMANA: Hace 20 años, la entonces directora de la FAAE le dijo a SEMANA que “somos esclavos de la guerra”. ¿Cree que el gasto que demanda el orden público consume los recursos de la ciencia?
A.C.: Camila Botero tuvo la lucidez de nombrar una época. Su frase sigue resonando, pero no explica por sí sola por qué la ciencia no ocupa el lugar que merece. El gasto en orden público pesa –y mucho–, pero no es el principal candado: lo más costoso ha sido vivir en la urgencia y olvidar la continuidad. La ciencia no fracasa por falta de talento, sino por falta de prioridades sostenidas. Lo que erosiona los recursos del conocimiento es el déficit de visión de largo plazo, de estabilidad presupuestal, de articulación entre Estado, academia y empresa, y de una educación que haga de la investigación un destino, no una excepción. Colombia ha demostrado que, incluso en medio de la adversidad, puede producir conocimiento de primer nivel. Lo que nos falta es blindar esa capacidad. Invertir en ciencia no compite con la seguridad: la investigación protege territorios, anticipa riesgos, cuida el agua, fortalece economías locales y crea ciudadanía informada. Es una política de paz.
SEMANA: ¿Cómo nacieron y en qué consisten las becas Colombia Biodiversa?
A.C.: Nacieron en 2005, después de que Adriana Casas (fallecida en diciembre) y Cristián Samper crearon el fondo del mismo nombre con los aportes que recibieron con ocasión de su matrimonio, y se lo confiaron a la Fundación para que lo administrara. Su propósito es apoyar a estudiantes de pregrado y maestría en el desarrollo de tesis sobre la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad colombiana. A la fecha hemos otorgado 176, una inversión que ha producido más conocimiento sobre la biodiversidad y una comunidad emergente de científicos. Para celebrar los 20 años de las becas Colombia Biodiversa, el 2 de octubre tendremos un encuentro en el Jardín Botánico de Bogotá. Se abrirá con un diálogo entre Cristián Samper, hoy director del Bezos Earth Fund, Brigitte Baptiste y Adriana Soto, tres voces fundamentales para pensar la biodiversidad y el futuro del país.
SEMANA: ¿Cómo planean celebrar los 70 años de la Fundación?
A.C.: Con una gala musical el miércoles 1 de octubre, en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella. Allí entregaremos los Premios Nacionales de Ciencias y Solidaridad 2025, y estrenaremos tres obras encargadas a compositores colombianos, inspiradas en la biodiversidad y en la fuerza transformadora del conocimiento. Todo esto, acompañado de una creación visual que transformará la memoria de la Fundación en un lienzo de luz. Y en noviembre lanzaremos Fiebres lúcidas, un pódcast que narra las vidas y hallazgos de investigadores que hicieron ciencia de talla mundial desde Colombia. En un país acostumbrado a contarse desde el conflicto, este es un relato distinto, uno de pasión y persistencia, de quien persigue una pregunta toda su vida. La gala y el pódcast son nuestra manera de tender puentes entre la ciencia, la solidaridad y el público. Setenta años después seguimos premiando, pero ahora también queremos emocionar.