Especial Palacio de Justicia, 40 años después

El Palacio de Justicia, 40 años después: el recuerdo no es sufrimiento

Han pasado cuatro décadas y hoy la pregunta nos persigue: ¿cómo lograr que su recuerdo sea una herramienta viva de construcción social y no un ancla de ‘sufrimiento’ histórico? ¿Qué debate es crucial mantener activo, más allá de un simple “no olvidar”? ¿Cómo una historia contada en fotos puede saltar la brecha del tiempo y forjar una conexión emocional profunda?

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Juan Molano

Juan Molano

Estudios en Lingüística en la Universidad Nacional de Colombia, en Lenguas modernas (inglés, francés, italiano) y en Comunicaciones estratégicas en la Universidad EAN. 14 años de experiencia, como coordinador editorial, editor, corrector de estilo y redactor.

7 de noviembre de 2025, 8:22 p. m.
El Palacio de Justicia de Colombia, escenario de uno de los capítulos más sombríos de la historia del país, se alza hoy en el mismo lugar que lo vio arder los días 6 y 7 de noviembre de 1985. Casi un centenar de muertos, al menos once desaparecidos, más de treinta heridos, muchas historias por contar y más de una verdad pendiente son el saldo aterrador.
El Palacio de Justicia de Colombia, escenario de uno de los capítulos más sombríos de la historia del país, se alza hoy en el mismo lugar que lo vio arder los días 6 y 7 de noviembre de 1985. Casi un centenar de muertos, al menos once desaparecidos, más de treinta heridos, muchas historias por contar y más de una verdad pendiente son el saldo aterrador. | Foto: SEMANA/Esteban Vega La-Rotta

Rafael González, el periodista que reveló este 2025 unas cien fotos de aquellos días de noviembre de 1985, lo llama sin rodeos: “Un verdadero holocausto”. Su voz es una súplica al futuro: las nuevas generaciones “deben aprender a masticar lentamente esto que pasó para que no se vuelva a presentar una cosa de esas”.

Y es que “no podemos ser nadie sin memoria” —advierte Elizabeth Jalin—, “vivimos con memorias”, aunque también “tenemos que entenderlas, estudiarlas, pero no poniéndoles un imperativo moral o imaginar que son salvadoras” —aclara la PhD en Sociología argentina, en Entre pares, programa de la Pontificia Universidad Católica de Perú—.

El desafío es urgente: 40 años después, ¿cómo se transmite esa memoria a quienes solo conocen el conflicto por los libros? ¿Cómo logramos que la imagen traspase el dato histórico para generar una conexión crítica con el pasado?

En este especial editorial de SEMANA, la historia se teje con la memoria en acción.

Un verdadero holocausto

Rafael González

Más allá de la verdad histórica

Elkin Rubiano, director de Historia del Arte de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, sostiene que “lo primero es entender que la memoria no se transmite solo con fechas o con monumentos, sino con experiencias”, y cree firmemente que, aunque las nuevas generaciones no vivieron ese conflicto, “sí pueden apropiarse de sus huellas si las ponemos en diálogo con su propio presente”.

El reto está entonces en que no basta con enseñar lo que pasó: hay que activar la memoria, volverla una pregunta.

“Cuando un grupo de estudiantes recorre la Plaza de Bolívar y se detiene frente al Palacio, lo que importa no es que memoricen los datos, sino que se pregunten por qué ese edificio sigue siendo un símbolo de poder y de herida”, dice el también doctor en Historia del Arte de la Universidad Nacional, magíster en Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana y sociólogo de la Universidad Nacional.

¿Por qué ese edificio sigue siendo un símbolo de poder y de herida?

Elkin Rubiano

Jelin, sin embargo, lanza una nota de cautela: “Tengo miedo de que esta reivindicación de memorias alternativas quede puramente en el plano simbólico”.

Para Diana Toro, magíster en Conflicto y paz de la Universidad de Medellín, hay que arrancar reflexionando que, si bien hay un sentido del deber de no olvidar, también existe el derecho a hacerlo. Y si, partiendo de esa base, aún se quiere recordar, “el aprendizaje estaría en la lógica de mantener vivo este recuerdo”, explica la docente universitaria, psicóloga y especialista en Acción sin daño y construcción social de la Universidad Nacional.

Y es que, aunque hay bastantes experiencias en el mundo y en Colombia sobre las memorias colectivas —marcas en el espacio urbano, rutas de memoria, micromuseos en bibliotecas y colegios—, lo importante es, sostiene Rubiano, “que la memoria no se centralice solo en los lugares del trauma, sino que se disperse como práctica social”.

Toma del Palacio de Justicia. 6 y 7 de noviembre de 1985. SEMANA/Lope Medina
Toma del Palacio de Justicia, los 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando la justicia de Colombia ardió. SEMANA/Lope Medina | Foto: Lope Medina

En esa misma medida, para Toro, la gran incógnita es: “¿Cuál es la historia que nos estamos contando?”. Cuestionarnos sobre “cuáles son las verdades o no tan verdades, o las versiones, que conocemos aún. Y qué información quizás aún no se conoce”, insiste.

Porque han pasado 40 años y no hay una sola verdad. Tal vez otras versiones, otras verdades, “ya se fueron a la tumba con varias de las personas que vivieron, que acompañaron, que sabían otras cosas, que quizás en su momento no se dijeron”, dice. Su invitación es al cuestionamiento sobre qué queremos recordar, por qué, para qué, por quiénes.

¿Cuál es la historia que nos estamos contando?

Diana Toro

Porque, como explica, recordar no basta, hay que elaborar una memoria “de acuerdo con la historia y la versión que queramos recordar, desde quién estemos recordando el hecho, de cómo esa narración se haga en esta conmemoración, porque si bien creo que hay una constante en decir ‘esto no debe volver a pasar’, ‘hechos como estos no deben volver a suceder’, la pregunta es: ¿qué se validó en ese momento con ese hecho?”.

Que “las personas puedan tener diferentes maneras de conocer qué es lo que ha pasado, por qué ha pasado, quién fue el que lo hizo, por qué lo hizo, y de alguna manera la resolución de estas preguntas —en muchos casos— conlleva una supervivencia en el duelo que viven las familias de las personas que han sido víctimas del conflicto armado interno, más allá de lo que pueden ser las sanciones de carácter judicial”, explica Gilberto Alejandro Villa Ayala, director técnico de la Dirección de Archivo de los Derechos Humanos (DADH) del Centro Nacional de Memoria Histórica.

La cámara que esperó 40 años

Se quedaron durmiendo el sueño de los justos y nunca los volví a ver. Pasaron años y años, y nunca volví a destapar esa caja donde tenía esos negativos”, cuenta Rafael González en este reportaje especial de SEMANA.

“Tuve tres intentos de botar esos archivos en años anteriores, eso que uno va guardando cosas y llega un momento en que dice: voy a botar esto que no me sirve”. Pero en el año 2024, cuando intentó botarlos, pudo más la corazonada. Reveló 35 rollos.

El impacto fue brutal en Rafael: “Me puse a mirar foto por foto y yo mismo me aterré, me asusté, dije: ¿pero es posible? Yo tengo una cosa extraordinaria, ¿qué es esto? Si yo hubiera mostrado ese archivo 30 años atrás, creo que se hubieran descubierto muchas cosas”.

El periodista y fotógrafo Rafael González tomó un centenar de fotos durante los 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando el Palacio de Justicia fue el centro de atención tras ser tomado por el M-19, en lo que ese grupo guerrillero denominó un intento de juicio al entonces presidente de la República Belisario Betancur. Esas fotos fueron reveladas por González este 2025, cuarenta años después de la tragedia.
El periodista y fotógrafo Rafael González tomó un centenar de fotos durante los 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando el Palacio de Justicia fue el centro de atención tras ser tomado por el M-19, en lo que ese grupo guerrillero denominó un intento de juicio al entonces presidente de la República Belisario Betancur. Esas fotos fueron reveladas por González este 2025, cuarenta años después de la tragedia. | Foto: Rafael González

Se quedaron durmiendo el sueño de los justos y nunca los volví a ver

Rafael González

Y es en ese momento que el arte se eleva sobre el dato. “El arte es una forma poderosa de traducir el dato en experiencia. Una fotografía, una instalación o una pieza sonora pueden lograr que el espectador sienta la dimensión humana de los hechos, sin necesidad de exhibir la violencia de forma literal”, explica Elkin Rubiano.

Para el experto, el arte conecta emoción y pensamiento. No reemplaza la historia, trabaja el pasado por otras vías: “Abre grietas de sensibilidad que la narrativa jurídica o periodística no alcanza. Cuando un museo, una exposición o una obra teatral logran que el público se pregunte qué haría hoy frente a la injusticia, la memoria cumple su función ética”.

Jelin refuerza la idea, separando las verdades: frente a la verdad histórica, que no es la misma que otras verdades que se tejen, “hay veces que el campo cultural simbólico elabora una versión más acabada de memorias. Y siempre pueden aparecer otras, porque es una elaboración que no tiene fin, no hay un momento en que se diga ‘el pasado fue’, ‘el pasado fue esto y no hay nada más para decir, recuperar, resignificar’”.

Y las cien fotos que tomó Rafael González aquellos días, que ven la luz 40 años después, son una versión de esas memorias. Para Villa Ayala, ese “es un material de fuente primaria, sin ediciones ni retoques. Eso le da un valor incalculable, porque acerca a las nuevas generaciones a los hechos reales. Es mirar la historia desde los ojos de quien la vivió y no desde el relato de segunda mano”.

Rafael González reveló en 2025 un centenar de fotos que tomó durante la toma del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
Rafael González reveló en 2025 un centenar de fotos que tomó durante la toma del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985. | Foto: SEMANA/Guillermo Torres Reina

Es un material de fuente primaria, sin ediciones ni retoques. Eso le da un valor incalculable, porque acerca a las nuevas generaciones a los hechos reales

Gilberto Villa

La memoria en acción

Para lograr que la memoria sea una práctica social vibrante, Elkin Rubiano propone un ejercicio audaz: que la ciudad se convierta en aula.

Imagina “una semana de memoria y justicia: que haya clases públicas en el sitio de la toma y la retoma, pódcasts, exposiciones, encuentros entre víctimas y jóvenes, archivos abiertos. Sería muy propicio crear becas estudiantiles para que los jóvenes produzcan relatos, cómics, obras de teatro o microdocumentales. Si cada colegio y cada universidad hacen algo, la memoria deja de ser patrimonio de los mayores y se convierte en un lenguaje generacional”.

Toro ve el camino desde el impacto social, a nivel de salud mental, de representaciones sociales, de representaciones colectivas.

Villa, por su lado, pone las fotos en diálogo con las próximas generaciones, que contarán con un material visual que “es un patrimonio de la sociedad, que indistintamente de los años que hayan ocurrido, de la antigüedad que tenga la documentación, pueden cobrar vigencia”.

Es un patrimonio de la sociedad

Gilberto Villa
Palacio de Justicia. Conmemoración de 40 años de la toma. Bogotá, 7 de noviembre de 2025.
Palacio de Justicia. Conmemoración de 40 años de la toma que aún hoy tiene manto de dudas. Cada año, víctimas y sociedad reclaman la verdad, y un Estado que la resguarde. Bogotá, 7 de noviembre de 2025. | Foto: SEMANA/Esteban Vega La-Rotta

Sentir hoy para cambiar el futuro

La tragedia del Palacio de Justicia es uno de los tantos eventos que invitan a “pensar el país” —como dice Rubiano—, a traducir el pasado “en una forma de aprendizaje activo, no en una repetición del sufrimiento”. A ver esa memoria como activa —retomando a Jelin— “en función de un futuro que queremos”.

Ello, sin dejar de lado que hay tres aprendizajes que es crucial mantener vivos en el debate actual, según Rubiano:

“Primero, la independencia judicial, que es una condición para cualquier democracia que se respete. Segundo, la necesidad de establecer responsabilidades institucionales: los hechos del Palacio nos recuerdan que un Estado sin verdad se erosiona. Y tercero, la protección de las víctimas y de la verdad pública como un bien común”.

Toma del Palacio de Justicia, 6 y 7 de noviembre de 1985. El periodista y fotógrafo Rafael González reveló en 2025 un centenar de fotos que tomó durante los dos en que la justicia de Colombia ardió.
Toma del Palacio de Justicia, 6 y 7 de noviembre de 1985. El periodista y fotógrafo Rafael González reveló en 2025 un centenar de fotos que tomó durante los dos días en que la justicia de Colombia ardió. | Foto: Rafael González

Toro recuerda, de hecho, que en uno de los capítulos más sombríos de Colombia, la verdad sobre las responsabilidades también debe ser objeto de crítica:

“Allí se validó la desaparición de gente; si no tenían cómo identificarte, sencillamente todos pasaban como guerrilleros, fin del comunicado. Es un acto violento que venía de toda una secuencia de procesos, de diálogos, de un intento de debate político, de ideas y de ideologías. Pero —y no es que sea único de Colombia— cuando no se entiende el proceso argumental y cuando no se da cabida a un pensamiento diferente desde un diálogo, resta el siguiente nivel, que son los actos. Y un acto público, un acto fuerte, un acto violento”.

Cuando no se da cabida a un pensamiento diferente desde un diálogo, resta el siguiente nivel, que son los actos

Diana Toro

Así, “recordar es un ejercicio de lucidez y cada generación debe preguntarse qué haría diferente si la historia volviera a ponerla frente a una decisión semejante. Esa es la verdadera función de la memoria”, remata Elkin Rubiano.

Al fin y al cabo, la memoria —como advierte Jelin— “no es el pasado, es cómo interpretamos ese pasado en el presente, (que) tiene sentido cuando es una memoria activa, cuando se activan las luchas que tenemos en el presente en función de un futuro que queremos”.

¿Qué futuro queremos?