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La confesión de Fernandinho

El capo brasileño de la droga reveló cómo las Farc están metidas hasta el cuello en el negocio del narcotráfico.

28 de mayo de 2001

Lentamente comenzo a soltar la lengua. Lo hizo sentado en una cómoda silla de una enorme y sofocante sala y frente a seis investigadores que habían seguido su rastro durante dos años. Puso sólo una condición para hablar: que ninguna de sus palabras podía ser judicializada ante un fiscal. De lo contrario permanecería mudo. Segundos después comenzó su confesión. Lo hizo a lo largo de dos horas. Pausadamente. A veces con largos intervalos de silencio. Contestando cada una de las mil preguntas que brotaban entre el humo de los cigarrillos que se apagaban y se encendían. “Las Farc son la guerrilla más rica y más poderosa del mundo. Sus jefes viven como cualquier millonario capitalista: buenas mujeres, buena comida y buen licor”.
 
Así comenzó el relato de Luis Fernando da Costa, más conocido como Fernandinho Beira Mar. El capo brasileño que cayó en manos de las Fuerzas de Despliegue Rápido del Ejército colombiano el sábado pasado en las selvas del Guaviare. El hombre que dio origen a uno de los golpes más exitosos del Ejército dentro de la conocida operación ‘Gato Negro’. Durante dos años el Ejército estuvo tras sus pasos. Lo comenzaron a seguir desde las propias favelas de Rio de Janeiro, donde Fernandinho montó su imperio. Luego los investigadores pasaron por Asunción, Paraguay, el epicentro de sus negocios internacionales. Y posteriormente en Colombia. Primero en Bogotá, a donde llegó con su familia y se instaló como un próspero comerciante. Más tarde en Miraflores, Caquetá, uno de los centros de negocios más grandes del narcotráfico. Y los últimos seis meses siguieron su rastro en el corregimiento de Barrancominas, Guainía.
 
“En Colombia no se mueve un kilo de coca sin la autorización de las Farc”, señaló Fernandinho esa tarde de sábado ante el grupo de hombres que le interrogaba extrajudicialmente. Y él, más que nadie, sabía de lo que estaba hablando. Durante más de 10 años mantuvo una estrecha relación de negocios con las Farc. Primero lo hizo a través de intermediarios que viajaban desde Brasil o Paraguay para concretar los negocios de la compra de grandes cantidades de cocaína. Y durante los dos últimos años esos negocios los llevó a cabo personalmente después de huir de su país ante el asedio de las autoridades. A mediados de 1996 un juez brasileño lo condenó a 12 años de prisión por narcotráfico. Pero en marzo de 1997 se fugó de la cárcel de la Segunda División Especializada de Operaciones Especiales del estado de Minas Gerais.
 
En los siguientes dos años su nombre estuvo en boca de jueces que le abrieron una serie de expedientes por el tráfico de drogas hacia Europa utilizando aviones militares de la Fuerza Aérea de Brasil. Un escándalo que se llevó por delante a varios de los más importantes oficiales de esa nación. Razón suficiente para dejar a su país a finales de 1999. “Estaba viviendo en Bogotá pero la Interpol me ubicó rápidamente. Entonces pedí una cita con el secretariado de las Farc. Allá hablé con el ‘Mono Jojoy’ y le dije que las cosas se estaban complicando. Que le tenía una propuesta, que me diera protección con mi gente para comenzar a manejar el negocio directamente desde la selva”. Fue así como unas semanas después Fernandinho se fue a vivir a Miraflores, Guaviare.
 
“El secretariado le dio la orden al ‘Negro Acacio’ para que se encargara de mi tema. Desde ese momento tuve su protección y los negocios los llevaba a cabo con el segundo comandante del frente 16. Un hombre conocido como ‘Juan Bolas”. Para ese momento los hombres de Inteligencia del Ejército y la Policía conocían buena parte de los negocios de Fernandinho. Se sabía que las autoridades de Brasil habían ofrecido una recompensa de 50.000 dólares a quien diera información sobre su paradero. Y que un juez lo había condenado a 24 años de prisión por delitos de narcotráfico. Igualmente, en Paraguay se le seguía una minuciosa investigación y las autoridades lo señalaban de ser el autor intelectual del asesinato de los narcotraficantes Ezequiel Morel Escobar, Ramón Cristóbal Morel y Joao Morel.
 
Como pez en el agua
 
“Yo soy apenas un peón en el negocio del narcotráfico en Brasil y Paraguay. Yo enviaba la droga y por cada kilo me pagaban 3.000 dólares. Esa droga después salía para Europa vía Surinam, Ghana, Holanda”, relató Fernandinho ante los agentes de Inteligencia que seguían con expectativa cada una de sus palabras. Pero Fernandinho era más que un peón en el negocio de las drogas. De acuerdo con las autoridades de Brasil Fernandinho controlaba el 60 por ciento del mercado de drogas de Rio de Janeiro. Se movía como pez en el agua entre la alta oficialidad de la Fuerza Aérea de Brasil. A mediados de 1999 la Policía antinarcóticos de ese país decomisó 33 kilos de coca en una aeronave de la Fuerza Aérea Brasileña que tenían como destino final el sur de Francia. A lo largo de la investigación se descubrieron otros nexos.
 
Uno de ellos era con el teniente coronel Pablo Sergio Pereira de Oliveira. El alto oficial transportaba un cargamento de coca rumbo a Las Palmas, España, cuando fue detenido por las autoridades de Brasil. “El negocio para las Farc es muy bueno. Ganan por todas partes. Por cada kilo que está listo para transportar se les pagan 500 dólares. Por cada vuelo que despegaba de la pista de Barrancominas, se les cancelaban 15.000 dólares”, relató extrajudicialmente Fernandinho. “A las Farc les llegué a pagar entre 10 y 12 millones de dólares al mes. Y cada mes sacábamos entre 18 y 20 toneladas de droga.
 
Había que hacerlo con una flotilla de aviones. Cada avión transportaba entre 700 kilos y una tonelada de coca”, dijo Fernandinho ante los investigadores. Esas cifras estaban corroboradas en los documentos que le fueron incautados a lo largo de su persecución en territorio colombiano. Especialmente el pasado 17 de febrero cuando las Fuerzas de Despliegue Rápido, al mando del general Carlos Fracica, pusieron en marcha la operación ‘Gato Negro’.
 
Más de 5.000 soldados preparados para la guerra se internaron en las selvas del Guaviare en busca del imperio de Fernandinho y del Bloque Oriental de las Farc. Más de 150 laboratorios para el procesamiento de coca fueron destruidos. Cerca de 50 laboratorios de cristalización de la misma también fueron encontrados por los soldados.
 
La operación ‘Gato Negro’ permitió descubrir el principal centro de acopio de cocaína que estaban manejando las Farc a través del comandante del frente 16 conocido como el ‘Negro Acacio’. Y descubrieron que los negocios de esa droga se hacía directamente con Fernando da Costa, el hombre que estaban buscando desde hacía dos años. El capo brasileño que se había asentado en esa inhóspita región del país para sacar más de 200 toneladas de coca cada año, que eran enviadas a Rio de Janeiro y Paraguay para luego ser transportadas a Europa y Asia, donde cada kilo se vendía a 160.000 dólares.
 
En Barrancominas
 
“El principal centro de acopio de droga es Barrancominas. Allá llega toda la droga que mandan los distintos grupos de las Farc. A veces hay sobreoferta y los pilotos tienen que trabajar mucho para sacarla toda. A cada piloto se le pagan 25.000 dólares por viaje y al copiloto 5.000. Otra poquita de plata se le paga a los controladores para que no pongan problema con la salida de los aviones”, cuenta. Cuando los hombres de la Fuerza de Despliegue Rápido entraron a Barrancominas, en febrero pasado, Fernandinho se encontraba en ese lugar. Junto con ‘Juan Bolas’ y un grupo de guerrilleros y hombres de seguridad de Fernandinho emprendieron la huida amparados por la selva del Guainía. Pero esta vez no tuvo tanta suerte.
 
Un soldado alcanzó a divisarlo entre los matorrales. El resultado fueron tres graves heridas de fusil. Una en su hombro derecho, otra de refilón en la mano derecha, y una tercera a la altura de la cadera. “Parte de los negocios del pago de la droga a las Farc se hizo con armamento. La última entrega fue hace muy poco tiempo. Tres mil fusiles y tres y medio millones de cartuchos que fueron traídos desde Paraguay”, les contó Fernandinho a los investigadores. Desde febrero pasado las Fuerzas de Despliegue Rápido del Ejército se acantonaron en el corregimiento de Barrancominas. Y lentamente comenzaron a descubrir que en ese pueblo construido en un paraje de la enorme selva del Guaviare, se manejaba un multimillonario negocio en la transacción de droga entre las Farc y el capo brasileño Fernando da Silva. El centro de los negocios era un jardín infantil conocido como Casa Verde, pegado a la pista de aterrizaje. Las Farc aislaron el sector tres kilómetros a la redonda del pueblo.
 
En la ‘cava’, ubicada a sólo tres kilómetros de la pista aérea, estaba el centro de acopio de la droga. En una enorme bodega se almacenaba toda la coca procedente de los frentes que componen el Bloque Nororiental, al mando de ‘Grannobles’, hermano del ‘Mono Jojoy’. El control de los negocios le fue entregado a tres guerrilleros, encabezados por ‘Juan Bolas’. Los agentes de Inteligencia del Ejército descubrieron que la mitad del pago de la droga que salía rumbo a Brasil se hacía con armamento. La otra mitad, que era en dólares, se le entregaba directamente al ‘Negro Acacio’. Igualmente, que la comercialización de las 20 toneladas de droga que salían al mes de Barrancominas se hacía en Holanda. “Las armas se traían de Paraguay. Allá se conseguían más baratas. Con droga se compraron las armas que llegaron de Jordania.
 
Los peruanos permanecieron mucho tiempo en Barrancominas a la espera de que se les cancelara la totalidad de ese negocio”, relató Fernandinho en sus dos largas horas de conversación con los investigadores. Los hombres de Inteligencia del Ejército que estuvieron al frente del caso de Fernandinho tienen documentos que demuestran que el año pasado Da Costa trajo más de 10.000 fusiles AK 47 y más de 5.000 cajas de municiones. También tienen en claro que el negocio de la droga no era sólo de oferta y demanda sino que la mitad de la droga que salía rumbo a Europa era de las Farc y la otra mitad de la organización de Fernandinho. “Aquí en la selva se montaron laboratorios especiales para cristalizar la coca. Era más rentable por la cantidad que llegaba a las bodegas donde se almacenaba. Para poderla sacar de verdad se necesitaba una buena flotilla de aviones”, agregó Fernandinho. Sus últimos días en la selva fueron muy difíciles. Las heridas se le comenzaron a infectar y no había manera de que recibiera atención médica. En la selva estuvo acompañado de sus tres escoltas personales y de dos guerrilleros.
 
Con ellos fue capturado el sábado pasado. La conversación con los investigadores ha llegado a su fin. Su extenso relato quedó consignado en audio y video. Para las autoridades será la prueba reina que demuestre hasta qué punto las Farc están metidas en el negocio de la droga. De comprobarse esta acusación, necesariamente el proceso de paz con las Farc se verá afectado, sobre todo por el impacto que ello tendría ante la comunidad internacional. Si las Farc son traficantes de gran escala, ¿cómo justificar que se puede negociar con ellos como una fuerza política? Si, como dicen los investigadores militares, no son frentes aislados los que se han metido de lleno en el negocio de exportar drogas, sino que es el propio secretariado el que da las órdenes, entonces ¿qué tan creíble es que estén tomando el proceso de paz en serio? Son las grandes preguntas que arroja el caso Fernandinho y que no podrá eludir por más tiempo el gobierno de Andrés Pastrana, no sólo ante la comunidad internacional sino ante los propios ciudadanos.