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LA METAMORFOSIS DE VEGA URIBE

El ministro de Defensa general Miguel Vega Uribe, que era un halcón, se ha ido convirtiendo poco a poco en paloma.

11 de febrero de 1985

En los días que siguieron al entierro solemne del general Gustavo Matamoros, ministro de Defensa, corrieron rumores: el Presidente Betancur rompería la tradición de los últimos treinta años nombrando para sucederlo a un civil, o quizás a un General retirado. Pero finalmente la sucesión se llevó a cabo por las vías habituales. En la tarde del miércoles nueve de enero fue confirmado en el cargo el general Miguel Vega Uribe, que venía ejerciéndolo como Ministro encargado desde que, hace ya meses, el agravamiento de la dolorosa enfermedad que padecía impidió a Matamoros seguir cumpliendo sus funciones. Y no sólo fue rutinario el paso de Vega Uribe al Ministerio, como sucesor natural de Matamoros en su calidad de Comandante de las Fuerzas Militares, sino que todos los demás nuevos nombramientos producidos en la cúpula militar tuvieron la mismas apariencia de ajustes automáticos. El general Rafael Obdulio Forero Moreno, hasta entonces Comandante del Ejército, fue promovido a la comandancia de las Fuerzas Militares. En la del Ejército lo sucedió el mayor general Rafael Samudio Molina, hasta ese momento Segundo Comandante y Jefe del Estado Mayor. El Secretario General del ministerio de Defensa, mayor general Diego Alfonso González Ossa, pasó a Segundo Comandante del Ejército. El mayor general Manuel Jaime Guerrero Paz, director de la Escuela Superior de Guerra, pasó a ser jefe del Estado Mayor Conjunto. El Brigadier general Jorge Hernando Vega Torres fue nombrado Secretario General del Ministerio, y el Vicealmirante Manuel Fernando Avendaño Inspector General de las Fuerzas Militares. Rara vez se había visto una reorganización de la cartera de Defensa tan acorde con las exigencias mecánicas del escalafón castrense. Pura rutina.
Hace algunos años no hubiera sido considerado nada rutinario que un General como Vega Uribe, considerado entonces el más "duro" representante del sector más intransigente del Ejército, fuera el encargado de dar la cara ante los adversarios del proceso de paz en que está embarcado el gobierno: el "ministro de la Paz", como lo presentó el Presidente Betancur al darle posesión. Ni hubiera sido rutinario que se ocupara de salvaguardar una tregua con los guerrilleros el mismo hombre que hace muy pocos años -en 1979, cuando era Comandante de la Brigada de Institutos Militares bajo el ministerio del general Camacho Leyva- era tenido por su represor más implacable. Se le llegó a acusar entonces de ser el responsable directo de la tortura aplicada en las "Cuevas del Sacromonte" de la Escuela de Infantería y en las caballerizas de Usaquén a los detenidos del M-19 tras el gran robo de las armas del Cantón Norte, e incluso, en varios casos, de conducir personalmente los interrogatorios. Tanto el actual número uno de ese grupo guerrillero, Iván Marino Ospina -que se cortó las venas en las "cuevas"- como el número dos, Alvaro Fayad, afirman que tuvieron que vérselas con el comandante de la BIM, general Vega Uribe. Fue, como se recordará, una época dura. Las torturas, denunciadas por la Cruz Roja y reconocidas por el Instituto de Medicina Legal (que habló de "lesiones externas visibles de violencia" en el cuerpo de los detenidos) fueron negadas enfáticamente por las autoridades. El entonces Presidente Turbay Ayala afirmó que los detenidos "se automutilaban" para desprestigiar al país. A las denuncias replicó el entonces Procurador González Charry con un informe absolutorio que negaba validez al testimonio de los denunciantes "por la sospecha de parcialidad y de interés personal en el resultado del proceso que los afecta". Sólo se aceptaron entonces algunos "excesos de personal subalterno", explicables por lo que se conoce como "técnica de interrogación en tiempo de guerra" que consiste en "debilitar un poco al interrogado" mediante métodos como el de impedirle dormir, obligarlo a mantenerse de pie, etc. Pero han prosperado, sin embargo, denuncias contra la Nación como la interpuesta por el parlamentario Iván López Botero por los malos tratos sufridos por su hija Olga a manos del grupo Operativo Charry Solano, de la BIM, cuyo fallo debe salir precisamente en estos días.
Tenía fama de "duro", pues, el general Vega Uribe cuando salió de la BIM para la embajada de Londres, en calidad de agregado militar, y de allí pasó a Israel en el mismo cargo. Pero emergió luego de la crisálida del servicio diplomático convertido, sino precisamente en una mariposa como en las metamorfosis tradicionales, sí en un militar cauto y respetuoso de la legalidad. Su cuidado por las formas lo lleva ahora a extremos como el de preocuparse personalmente por las garantías procesales y el tratamiento que debian recibir los dirigentes del M-19 Antonio Navarro Wolf y Alfonso Jaquin cuando fueron detenidos hace unas semanas por porte de armas. Tal comportamiento sorprende a muchos, particularmente a sus feroces críticos de antaño. El "duro" de ayer se ha vuelto un blando. A tal punto que en las reuniones que regularmente realiza el Consejo de Seguridad con hacendados y ganaderos para explicarles la estrategia de la paz del Presidente Betancur, el general Vega Uribe tiene hoy que aguantar los insultos de quienes lo acusan de haber perdido el nervio y haberse convertido en un protector de subversivos. Su nuevo perfil lo ha acreditado al título de "ministro de la Paz", como lo presentó el Presidente Betancur al darle posesión.
Ese "ablandamiento" puede parecer asombroso, pero también tiene algo de rutinario, si se observa lo sucedido con los ministros de Defensa de los sucesivos gabinetes del Presidente Betancur. Empezó ocupando el cargo el general Landazábal, que era un "duro" entre los "duros", y en el curso de los meses fue perdiendo las garras hasta su destitución final cuando empezó a zigzaguear tratando de recuperar su imagen de hombre fuerte. Lo reemplazó Matamoros, ese sí, se decía entonces, de la línea dura. Pero una vez en el Ministerio fue justamente él quien patrocinó los actuales pactos de tregua con los grupos guerrilleros. Se esperaba que Vega Uribe entraría pisando fuerte al hacerse cargo del Ministerio por la enfermedad de Matamoros, y sin embargo pocos meses han bastado para desvirtuar, una vez más esta expectativa. Siempre que un militar experimenta su metamorfosis al llegar al poder político, viene otro detrás que hereda la reputación de "duro" y que comienza a ser objeto de toda clase de especulaciones. En este caso, es el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Guerrero Paz, cuyo apellido da para todo. Pero estas metamorfosis sucesivas de los halcones en palomas tienen una doble y clara explicación política: por un lado, es natural que al ministerio de Defensa lleguen los "duros", pues sólo pactándola con ellos puede tener la paz una cierta garantía de solidez y por el otro, es igualmente natural que desde la altura del Ministerio, que es en fin de cuentas un cargo político, los Generales adquieran una visión política del problema de la paz, necesariamente más amplia y flexible que la que podían tener cuando mantenían los ojos fijos en los aspectos puramente militares del mantenimiento del orden público. No es lo mismo mandar una Brigada que sentarse a deliberar en un Consejo de Ministros.
Y de todos modos, el ablandamiento que señalan algunos podría ser solamente una impresión superficial y equivocada. Por debajo está la firmeza, como lo ha demostrado de sobra el mismo Vega Uribe en el tratamiento, por ejemplo, del reciente conflicto de Corinto. Y precisamente los comandantes que en los últimos tiempos han sido designados para mandar las trece Brigadas y especialmente las cuatro Divisiones del Ejército, se distinguen por ser a la vez "duros" (o firmes) y profesionalmente muy buenos. El caso del general Pedro Nel Molano, que reemplazó a Díaz Sanmiguel en la III División, o el del general González Fernández, son buenos ejemplos a este respecto.
Eso se presta, naturalmente, a dos explicaciones divergentes, de acuerdo con si se tiene o no confianza en la consolidación del proceso de paz: si no se la tiene, la conclusión es que sólo un ejército fuerte puede afrontar la inevitable ruptura de la tregua. Si sí se la tiene, que sólo un ejército fuerte puede garantizar su mantenimiento sin sobresaltos. Míreselo por donde se lo mire, no cabe duda de que el Ejército colombiano es cada día más fuerte, incluso materialmente, como lo muestra el muy considerable aumento de su presupuesto en los dos últimos años. Y eso es bueno saberlo.