Home

Nación

Artículo

La conectividad de Montes de María es prioritaria para su desarrollo productivo. | Foto: Kristian Sanabria

RURAL

Las lecciones que deja Montes de María para la paz

Montes de María ya enfrenta todos los desafíos de la construcción de paz y del desarrollo rural. El agua y la conectividad son los dos principales cuellos de botella.

9 de julio de 2016

Montes de María se han convertido en un laboratorio del posconflicto desde hace una década. Después de ser una de las subregiones más golpeadas por las masacres –ocurrieron 62 entre 1994 y 2006–, por el desplazamiento forzado y el subsiguiente despojo de tierras, y por los asesinatos y amenazas, pasó a ser un territorio fuertemente intervenido en lo social y humanitario. En los 17 municipios de Sucre y Bolívar que la conforman, prácticamente no hay embajada, organismo multilateral u ONG que no tenga algo que ver con la región.

Allí hay experiencias de restitución de tierras, de reparación colectiva e individual, de memoria histórica, de reconciliación. Allí han tenido asiento laboratorios de paz, el programa de consolidación del gobierno, y algunas empresas privadas han llegado para quedarse por largo tiempo aportando al desarrollo y la convivencia. Los resultados son agridulces. Lo positivo es que se ha generado una dinámica de retornos y proyectos agrarios y sociales, lo que ha redundado en frenar por lo menos hasta ahora el resurgimiento de grupos armados. Este respaldo institucional, de la cooperación internacional y del sector privado, ha servido para reactivar la dinámica social y política. La violencia golpeó duramente a los líderes y las organizaciones de base, silenciadas por mucho tiempo por el miedo. Eso está cambiando y ahora esta es posiblemente la primera región del país que tiene un grupo de paz territorial, que trabaja para implementar los acuerdos de La Habana.

De otro lado, también la infraestructura ha mejorado, especialmente en carreteras. Algunos corregimientos como El Salado, en El Carmen de Bolívar, han pasado, por ejemplo, de tener una carretera de tierra de 19 kilómetros, que podía incomunicar a la población durante los días de lluvia o alargar ese corto trayecto en más de dos horas, a una carretera pavimentada en la que ahora el viaje toma 20 minutos. Esto ha reactivado la economía. El mismo impacto ha tenido la construcción de la transversal de Montes de María (aún en proceso) que une al río Magdalena con el mar Caribe, atravesando toda la alta montaña de esta región.

Sin embargo, los cambios siguen siendo lentos para la dimensión del desastre que dejó la guerra en la región. Los esfuerzos y recursos invertidos no se ven en la magnitud esperable. Por eso, en 2014 la Fundación Semana, con apoyo del Programa de Tierras y Desarrollo Rural (PTDR) de Usaid, decidió hacer un diagnóstico participativo en todos los 137 corregimientos de la región, en el entendido de que estos son los centros urbanos del campesino. Los resultados arrojaron luces sobre nuevos y urgentes problemas. Para empezar, se comprobó que la tenencia de la tierra, sobre todo su titularidad, sigue siendo un asunto crítico. Y que el agua es el principal problema en el sector rural y potencialmente la mayor fuente de conflictos, así como la falta de conectividad tanto vial como tecnológica.

Se puede decir que ningún corregimiento tiene agua potable. Algunos toman el agua del río Magdalena, otros de jagüeyes que comparten con animales, como los búfalos. Otros tienen que hacer largas jornadas para sacarla de pequeñas fuentes o riachuelos, lo que altera la vida productiva y en ocasiones el estudio de los niños. Varios de estos corregimientos consumen agua contaminada con materias fecales porque no hay tratamiento. Los acueductos han dejado de funcionar en parte por el desplazamiento, en parte por problemas de administración y en parte por la cultura de no pagar, que reina en una región donde los ingresos escasean. Por eso, uno de los objetivos de la alianza de comunidades, gobiernos, empresa privada y comunidad internacional es recuperar 36 de estos acueductos rurales y aplicar otros métodos alternativos como las represas subterráneas, los atrapanieblas y el bombeo con energía solar.

No muy distinto, ni menos grave, es el problema del agua para riego. Los 25 minidistritos están fuera de servicio. Los jagüeyes se secaron con los intensos veranos, y más aún con el fenómeno de El Niño. Apenas el 1 por ciento de los campesinos cuenta con algún sistema de riego y eso hace inviables los cultivos más rentables. Como casi toda la población campesina vive de una economía de subsistencia, la falta de agua de riego hizo que no surgiera el maíz ni en general las cosechas. Esto redundó en un problema social enorme: el hambre.

Muchas familias vieron que les restituían sus tierras, pero se sentían frustradas al no poder producir en ellas por falta de lluvias. El cambio climático se convirtió en un problema social y económico de envergadura. Por eso, como secuela de la hoja de ruta, se creó una mesa interinstitucional de agua que ha resultado una experiencia ejemplar para otras regiones, porque abordó el problema de manera estructural, es decir, por lo ambiental, gracias al conocimiento y la información que ha aportado Patrimonio Natural.

Montes de María tienen uno de los pocos bosques secos tropicales que quedan en el país y se está acabando por la deforestación. Aunque muchos creen que bajo el suelo hay mucha agua, por el acuífero de Morroa, se ha demostrado que buena parte se ha agotado, o es demasiado costoso sacarla o no es apta para el consumo. Por ello se concluyó que si se quiere agua, es necesario preservar el bosque que atrae las lluvias. Luego de un estudio sobre la dinámica pluvial en la región se estableció cómo pueden ser los sistemas de recolección de larga duración que se adapten al terreno. Pero todo ello requiere tanto el compromiso de las instituciones, como de las comunidades.

Una segunda conclusión es que se necesitan soluciones alternativas de corto plazo. En San Antonio de Palmito, uno de los municipios más pobres de población indígena, se comenzaron a construir diez megatanques en las escuelas con la intención de que por lo menos los niños puedan comer y beber sin problema. La idea es levantar 100 de estas soluciones de corto plazo con apoyo de la empresa privada. Cada una cuesta 25 millones, pero le da un salto a la calidad de vida de los niños que son el futuro de esta región. Muchas familias estimuladas por el ejemplo han comenzado a hacerlo. En algunas veredas de El Salado están probando pequeños acueductos que funcionan con energía solar que sirven incluso para regar pequeñas granjas.

El de la conectividad es el otro gran cuello de botella de la productividad. Sin carreteras, sin antenas para celular y sin internet no hay cultivo posible, pues la información es crítica para que los campesinos modernicen su producción y compitan. Por eso, también con el apoyo del Programa de Tierras y Desarrollo Rural de Usaid, surgió otra mesa de desarrollo rural en la que participan el gobierno en todos sus niveles, así como la empresa privada y las comunidades. Buscan soluciones, pero, sobre todo, priorizan los lugares donde las inversiones son más estratégicas para obtener un mayor beneficio colectivo. Como las necesidades son de todo orden, y los recursos limitados, la concertación y la información son posiblemente lo más importante. Así se han priorizado 11 ramales de carreteras que conectan a 42 corregimientos.

También ha sido fundamental el fortalecimiento social y político de las comunidades porque eso les da una perspectiva de territorio, una mirada de largo plazo, más allá de que cada vereda hale para su lado para resolver sus necesidades inmediatas.

Finalmente, la hoja de ruta mostró que uno de los problemas es la falta de coordinación institucional. Se repiten esfuerzos, y en ocasiones se hacen proyectos puntuales sin seguimiento ni continuidad. La idea de la Fundación Semana es promover una especie de agencia de desarrollo en la que la información sirva para tomar decisiones con la concertación y el diálogo como herramientas fundamentales.

Lo que se está haciendo en Montes de María no es la panacea y puede no ser replicable en todo el país. Pero vale la pena porque es un ejercicio participativo de gestión de desarrollo rural en un lugar que fue muy golpeado por la guerra pero que se levanta a construir paz. Esto es realmente lo que se le viene a Colombia y como se ha visto, no será fácil. Pero hay que empezar y allí ya empezó.