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Los Caparrapos, la banda que traicionó al Clan del Golfo y desató la violencia en Bajo Cauca

En esa región de Antioquia se libra una guerra entre narcos, en la que el ELN y las disidencias de las Farc ya habrían tomado bando. Las cifras de homicidios están disparadas y ya se han generado desplazamientos masivos.

11 de julio de 2018

Sobre el Cañón de las Águilas llovió plomo a mediados de abril. Esa zona rural de Tarazá, en el Bajo Cauca antioqueño, se convirtió en el escenario de la pugna entre el Clan del Golfo, el grupo criminal más grande y peligroso del país, y Los Caparrapos, la banda que hizo parte de sus entrañas podridas, y se separó a traición, con la intención de destronarlos en el control del territorio, el narcotráfico y la extorsión. Los organismos de socorro tuvieron que sacar, cargados en hamacas, los cinco cadáveres que dejó el cruce de fuego. Tras ese episodio, más de 200 personas de la zona abandonaron sus tierras, se fueron a buscar refugio.

Lo que ocurrió entonces es el reflejo de lo que ha vivido el Bajo Cauca en lo que va del año, desde que Caín, el alias inspirado en el traidor bíblico y líder de los Caparrapos, le declaró la guerra a Otoniel, su antiguo jefe, el delincuente más buscado del país. El miércoles pasado, Ana María Cortés, quien había coordinado la campaña presidencial de la Colombia Humana en Cáceres, uno de los 6 municipios de la región, fue asesinada en una cafetería. Dos días después, Néstor Humberto Martínez, el fiscal general, aseguró tener evidencias "irrefutables y categóricas" de que los determinadores de ese crimen fueron Flechas y Jonás, miembros de los Caparrapos.

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El mismo ente investigador señaló que en lo corrido de 2018 ya se han registrado 33 asesinatos en Cáceres, lo que representa un incremento del 175% de los homicidios, frente a las cifras del mismo periodo del año pasado. En Tarazá, solo entre enero y febrero, hubo 23 asesinatos, mientras que el reporte de ese bimestre en 2017 fue de 6.

Los Caparrapos no son gente nueva en la zona, ya estaban desde la primera década del 2000. Entonces, dos grupos paramilitares se disputaban el Bajo Cauca: el Bloque Central Bolívar, de alias Macaco, y el Bloque Mineros, de Cuco Vanoy. Para frenar la confrontación violenta, los entonces jefes de las Autodefensas se dividieron la zona. Las dos estructuras estarían en Caucasia, pero hacia el occidente (Cáceres y Tarazá) sería territorio de Cuco Vanoy, y hacia el oriente, (Zaragoza, El Bagre) de Macaco.

En 2008, cuando buena parte de las autodefensas y la mayoría de sus jefes máximos se desmovilizaron, surgieron los Paisas. En esencia, eran los mismos hombres de Cuco Vanoy, liderados por los que habían sido sus lugartenientes, quienes empezaron a operar como una especie de franquicia del Clan del Golfo en los mismos territorios que habían ocupado como Auc. Incluso, entonces, ambas estructuras eran aliadas a la hora de enfrentarse a los Rastrojos.

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Pero con el paso de los años, varios jefes de los Paisas fueron capturados y otros murieron en operativos de la fuerza pública. Los hombres que habían concretado la sociedad con el grupo de Otoniel salieron del panorama. En esas, los Paisas empezaron a ser conocidos como los Caparrapos y comenzó una nueva puja entre los aspirantes al poder en la estructura.

Leiderman Ortiz, un periodista de la región que conoce cómo se mueve la guerra, explica que, al parecer, los Caparrapos le vendieron la franquicia de la zona a un capo de la Oficina de Envigado, y ahí se rompió el acuerdo con el Clan. Entonces, más o menos en octubre del año pasado, comenzó la guerra entre los viejos socios por el control de los laboratorios, los cultivos, los corredores de droga y las demás rentas ilícitas, en especial la extorsión al comercio, los ganaderos y los mineros. Una guerra que se ha concretado asesinatos en todos los eslabones: consumidores, sicarios, campaneros... También han muerto algunos que nada tienen que ver con esos bandos.

Pero la complejidad de esa guerra no para allí. El ELN y una disidencia del antiguo frente 36 de las Farc también habrían tomado partida en ese ajedrez violento. De hecho, la Fiscalía asegura que tanto la guerrilla activa, como el grupo residual de los ya desarmados, se han aliado con los Caparrapos para enfrentarse al Clan del Golfo. Toda esa disputa, según advirtió una Alerta Temprana de la Defensoría del Pueblo, emitida en marzo pasado, ya había generado para entonces 10 desplazamientos masivos.

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En Caucasia se han reportado varios de esos desplazamientos. En veredas de Cáceres, los grupos delincuenciales han asfixiado a los pobladores. Les prohíben que se muevan de sus territorios porque creen que pueden llevarle información al otro bando. Y en ese región, un señalamiento de esos es casi una sentencia de muerte.

Entre todos los afectados habría grupos especialmente vulnerables. Además de los líderes sociales, la Defensoría ha expresado preocupación por los indígenas embera y al pueblo zenú, presentes en la zona. También los campesinos que le han apostado al programa de sustitución de cultivos ilícitos.

En ese panorama, las comunidades se sienten indefensas, y más cuando la confianza con sus autoridades locales también está rota. Un solo ejemplo: José Mercedes Berrío, alcalde de Cáceres, fue capturado en enero por sus presuntos nexos con el Clan del Golfo. También hay versiones que apuntan a la cercanía de los Caparrapos con otros políticos de la zona.

Las autoridades, que en toda Antioquia han desplegado la Operación Agamenón, con la que combaten al Clan del Golfo, ahora se enfocan también en los Caparrapos, pues se les considera los más violentos entre los violentos. Muestra de eso, por ejemplo, fue lo que hicieron a finales del año pasado en Caucasia. En plena fiesta decembrina, a dos días del Año Nuevo, lanzaron una granada contra una discoteca repleta y le causaron heridas a 31 personas.

Como hace 10 años, la gente del Bajo Cauca está en medio del fuego cruzado de los narcos. Allí, los criminales cambian de nombre cada tanto, pero el daño que le causan a sus habitantes es el mismo, tal vez peor.