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Uribismo radicaliza su discurso

El uribismo tiene decisiones pendientes sobre candidaturas, posiciones programáticas y estrategia de alianzas, pero ya dejó en claro que su discurso será implacable y radical.

13 de mayo de 2017

En un ambiente tan pugnaz como el que vive la política colombiana, muchos esperan que la campaña electoral que se avecina sea hostil, como nunca antes. Esa hipótesis quedó fortalecida con la forma y el fondo que tuvieron las deliberaciones de la segunda convención del Centro Democrático. El mensaje fue claro: el uribismo va con todo para regresar al poder en 2018.

Los cinco precandidatos hablaron duro. Carlos Holmes Trujillo García, Iván Duque, Paloma Valencia, María del Rosario Guerra y Rafael Nieto no tuvieron compasión en sus críticas contra el gobierno de Juan Manuel Santos y el proceso de paz. Y su principal denominador común fue echar mano de la crítica situación de Venezuela para tratar de consolidar el imaginario colectivo de que Colombia va en esa dirección, y que necesita cambiar de rumbo. “Hablaron más de Maduro que de Santos”, dijo un asistente. El propio expresidente Uribe lo sintetizó así, en una entrevista al día siguiente del evento: “(Defendemos) valores democráticos contrarios al castrochavismo, para donde nos lleva el actual gobierno”.

La más fogosa, y por consiguiente la más mencionada, fue Paloma Valencia, quien no ha decidido si participa en la contienda porque acaba de tener una hija. Pero incluso un político con fama de conciliador como Trujillo, en esta ocasión se puso la camiseta radical. Esa actitud se debe a que el auditorio –la crema y nata del uribismo- aplaudía sobre todo las consignas apasionadas. Los aspirantes a la Presidencia, que copaban la tarima, no dudaron en sintonizarse con la dinámica radicalizadora para ganar los corazones de las bases y del jefe.

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El tono más polémico, sin embargo, no vino de los precandidatos ni del jefe máximo, Álvaro Uribe, sino del exministro Fernando Londoño: “Yo me declaro, sin ninguna vergüenza, de derecha dentro de esta confrontación política moderna”, dijo. En declaraciones posteriores, consideradas una rectificación a Londoño, Uribe respondió: “Ni derecha ni izquierda”. En entrevista con Semana.com, Iván Duque insistió en que tanto su propuesta dentro de la colectividad como el partido como un todo son de centro. Y aunque la discusión puede parecer bizantina o semántica, revela diferencias internas de matiz.

Las divergencias existen, sobre todo, en relación con la estrategia a seguir. Si se mira el espectro actual con distancia, Londoño tiene razón: el uribismo representa las ideas y actitudes de la derecha. Pero una cosa es la descripción de un proyecto político y otra, muy distinta, la definición de una estrategia electoral, que suele incluir elementos de corrección política. El discurso del expresidente Uribe dejó en claro que el Centro Democrático debe buscar alianzas porque con una bandera independiente no tiene asegurado el paso a la segunda vuelta. En la convención recibieron tratamiento especial algunos asistentes como el exvicepresidente Angelino Garzón y el exprocurador Alejandro Ordóñez, que no ostentan carné del Centro Democrático, pero tienen cercanía con su proyecto.

El uribismo enfrenta un panorama paradójico. Logró resultados electorales impresionantes en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2014 y en el plebiscito sobre la paz en 2016, pero no tiene una figura con suficiente fuerza para competir el próximo año. Hoy en día Uribe, más que el líder de la popularidad que fue durante varios años, es el campeón de la polarización: en la última encuesta Invamer-Gallup tiene una imagen positiva de 49 y una negativa de 46 por ciento. En ambos lados compite por el primer lugar. El escándalo de Odebrecht sacó del ruedo al excandidato Óscar Iván Zuluaga, quien después de la campaña de 2014 se había convertido en la figura más atractiva del partido, debajo de Uribe, y cayó a niveles de impopularidad de 50 por ciento. Y en el grupo de precandidatos ninguno tiene, por ahora, los niveles de conocimiento que se requieren en una campaña presidencial. Ni siquiera Trujillo, a pesar de su ya larga carrera política.

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El uribismo sigue dependiendo de Uribe. Si logró la reelección en 2010 porque el electorado lo consideró ‘irreemplazable’, ahora tiene esa connotación dentro del Centro Democrático. Encontrar otro nombre que pueda abanderar la colectividad ha sido un objetivo esquivo. Uribe ejerce un contradictorio estilo de jefatura entre sus tropas: impulsa figuras, pero a la vez las hace invisibles. De los cinco precandidatos, cuatro –Iván Duque, María del Rosario Guerra, Paloma Valencia y Rafael Nieto- crecieron en la política bajo su sombra, pero en las encuestas registran altos niveles de desconocimiento porque el movimiento sigue teniendo connotaciones personalistas en torno al caudillo.

Después de haber llevado al triunfo a Juan Manuel Santos en 2010, y de considerarse traicionado por este cuando llegó a la Presidencia, Uribe parece más inclinado a respaldar a quienes le demuestran lealtad, más que potencial electoral. La convención no definió cómo se elegirá el candidato y delegó esa decisión a los propios aspirantes y a la dirección nacional de 42 miembros. El grupo de competidores podría crecer con Luis Alfredo Ramos.

La otra paradoja que afecta a los aspirantes a la candidatura presidencial es que son reconocidos uribistas, pero provienen de familias que han hecho política durante años en el liberalismo y en el conservatismo. Son, de alguna forma, delfines: el padre de Trujillo fue un poderoso cacique liberal en el Valle; Paloma es nieta del expresidente Guillermo León Valencia; Iván Duque, del exministro y exregistrador del mismo nombre; María del Rosario Guerra, de una casa política en Sucre, la de los Guerra Tulena; Rafael Nieto, del exembajador y asesor de varios gobiernos que también se llama igual.

Las probabilidades del Centro Democrático son sólidas si en las elecciones de 2018 vuelve a operar la figura del péndulo: un triunfo de la oposición castiga en las urnas un gobierno desgastado. Pero algunos analistas consideran que en un escenario como el actual, salpicado por escándalos de corrupción como Odebrecht (que contamina por igual a las fuerzas del gobierno y a las de la oposición), beneficia más a las terceras fuerzas y a los antipolíticos. La dureza de los discursos de Claudia López, Jorge Enrique Robledo y –aunque con un volumen más moderado- Sergio Fajardo, contra Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe por igual, demuestra que en la muy amplia baraja de precandidatos varios le están apostando a este diagnóstico.

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El Centro Democrático, según lo visto en su reciente convención, parece más inclinado a conquistar votos como alternativa al santismo y, sobre todo, al proceso de paz con las Farc. Londoño fue el más radical. Dijo que el principal desafío de su partido, al regresar al poder, debe ser “volver trizas ese maldito papel que llaman acuerdo final con las Farc, que es una claudicación y que no puede subsistir”. Puede ser que la voz del exministro sea la más extrema, y que otros miembros del Centro Democrático sigan en la línea que los llevó a la victoria del No en el plebiscito: el apoyo a una negociación con la guerrilla, pero distinta a la de La Habana. Pero la provocadora frase de Londoño, ampliamente difundida, puso sobre la mesa el tema de si el proceso de paz puede echarse para atrás, en qué forma y con cuáles consecuencias. Lo cual, si crece, volvería a meter el asunto de la paz en la agenda de campaña. Algo que se consideraba poco probable en la Colombia del posacuerdo.

Lo que sí está claro es que la polarización y el desgaste de las formas tradicionales abonan un terreno fértil para las posturas radicales, altisonantes y exageradas. Las hace rentables para la mercadotecnia electoral. El discurso veintejuliero, versión siglo XXI. Así lo acaba de demostrar el Centro Democrático en su convención, pero muy probablemente surgirán voces que gritarán más alto desde otras tribunas.