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Dmitri Medvedev, nuevo presidente ruso.

INTERNACIONAL

El oso ruso ruge de nuevo

Los rusos no quieren que regresen ni los soviets, ni los zares. Pero al recuperar la simbología de esos períodos, Putin y su pupilo Dmitri Medvedev confirman a sus conciudadanos que lo suyo no es la democracia. Por Mauricio Sáenz, editor internacional de SEMANA

16 de mayo de 2008

¿Cómo querría la nueva Rusia reclamar a los cuatro vientos su estatus de superpotencia en el concierto planetario? Muy fácil, con un gigantesco desfile militar en la conmemoración de la victoria de la Gran Guerra Patriótica.

Contenido actualizado (Enero 2020): Vladimir Putin: el hombre más poderoso del mundo
 
Por eso, la semana pasada las calles de Moscú y la Plaza Roja fueron el escenario de un espectaculo bélico como no se veía desde la época de los soviets. Participaron, entre otros equipos, dos centenares de tanques pesados T-90, varios sistemas de defensa S-300, 8000 soldados a paso de ganso y en el cielo algunos escuadrones de aviones de combate. La estrella de la tarde, el nuevo misil balístico intercontinental Topol-M, capaz de llevar una bomba atómica en su cabeza, hizo rugir a la multitud. Las banderas ondeaban en un dia gris de primavera. Era, pensaron muchos, como si los viejos tiempos hubieran regresado.

La retórica del nuevo presidente Dmitri Medvedev pareció confirmarlo. Los ecos de la era soviética se sintieron cuando dijo que “la historia de las guerras mundiales muestra que los conflictos armados no estallan por sí solos”, pues “son provocados por aquellos cuyas ambiciones irresponsables superan los intereses de países y continentes enteros”. Y también cuando criticó a quienes intervienen en asuntos de otros Estados, especialmente para modificar sus fronteras, en obvia referencia al apoyo de algunos países y Estados Unidos a la declaración unilateral de independencia de la provincia serbia de Kosovo.

Las palabras del nuevo Presidente demostraron otra cosa: que el poder sigue en manos de su amigo personal y mentor político, el hoy primer ministro Vladimir Putin, cuyo sello personal resultaba obvio tanto en su contenido como en su estilo. Porque nada de lo sucedido en estos días, ni la solemne posesión de Medvedev, ni el desfile mismo, lograron disipar esa certeza de que Rusia seguirá bajo la égida de ese ex agente de la KGB que alguna vez afirmó que “la caída de la Unión Soviética fue el peor cataclismo geopolítico del siglo XX”.

El supuesto renacimiento de Rusia como superpotencia mundial viene acompañado por una ola de nostalgia por un pasado más glorioso. De hecho, la bandera roja de la hoz y el martillo ondeó al lado de la tricolor rusa, reivindicada por Putin como insignia del Dia de la Victoria. Los uniformes de gala, diseñados por el mejor modisto de Moscú y personalmente aprobados por el primer ministro, llevaban insignias heredadas no sólo del pasado soviético, sino del imperial. Y el himno ruso, si bien con una letra diferente, tiene de nuevo la misma melodía encargada por el mismísmo Josef Stalin.

Por supuesto no hay ideología de por medio. Los rusos no quieren que regresen ni los soviets, ni los zares. Pero al recuperar la simbología de esos períodos, Putin confirma a sus conciudadanos que lo suyo no es la democracia. En efecto, si algo hermana a esos sistemas imperantes en historia rusa, es el totalitarismo. 

El totalitarismo es lo que parecen querer los rusos, como si no les molestara en lo absoluto la oscura componenda que dejó a Putin en el poder efectivo aunque en otro cargo. Un arreglo por el cual la mayoría parlamentaria de Rusia Unida, el partido del que Putin es presidente, le permitiría revocarle el mandato a Medvedev en cualquier momento si le diera por mostrar alguna independencia. Caso en el cual Putin podría volver inmediatamente al puesto que desempeñó durante 8 años. 

Putin, de hecho, se comporta como una mezcla de zar y secretario general. Desde que se hizo con el poder en 2000, recuperó el control de los ingentes recursos naturales de Rusia, la infraestructura, la economía, mientras aplastaba la oposición. El Kremlin manipuló como quiso las elecciones de marzo pasado, aún sin necesitarlo. Varios periodistas que denunciaron al régimen fueron asesinados. Los servicios secretos actuales recuerdan a la temida cheka de los zares (la primera policía secreta del mundo) y la KGB de los comunistas, y las detenciones arbitrarias ya no son cosa del pasado. 

Su política exterior es cada vez más contraria a la de occidente. Para la muestra, se ha opuesto a los esfuerzos de la Unión Europea y Estados Unidos por desmantelar los programas nucleares de Corea del Norte e Irán. En ese país construye un reactor, mientras le vende sistemas misilísticos de defensa antiaérea, y tiene cercanas relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez, así como con Libia y Siria. 

Hoy, llenas las arcas de petrodólares, Rusia muestra los dientes al resto del mundo. Y el monumental desfile militar se presenta precisamente cuando ese país se siente amenazado por Occidente en varios aspectos. La primera agresión la ha constituido la aspiración de la OTAN de recibir en su seno a dos ex repúblicas soviéticas mientras proyecta un escudo antimisiles que apuntaría a Rusia desde Chequia y Polonia; lasegunda, el apoyo a la independencia de Kosovo a costa de su vieja aliada Serbia. De hecho, algunos sostienen que Moscú ha asumido una posición belicosa al apoyar abiertamente a la provincia de Abjazia del sur, que se quiere independizar de la antigua república soviética de Georgia, en una medida que algunos interpretan como una respuesta al asunto de Kosovo. 


Sin embargo el desfile militar, con todo y su espectacularidad, no oculta que las actuales fuerzas armadas rusas no son sino una sombra del poderío del Ejército Rojo en la Guerra Fría. Si bien es cierto que Putin incrementó el gasto militar, apoyado en el ingreso petrolero, a 40.000 millones de dólares anuales, 4,6 por ciento del producto interno bruto, las fallas están por todas partes. La corrupción campea, no existe un sistema moderno de comunicaciones, la armada se mantiene en puerto, y si bien Putin revivió los vuelos permanentes de bombarderos estratégicos, los aviones son viejos y mal mantenidos.

En el mismo desfile había mucha pintura, pero poco material nuevo. Los cazas SU-24 que volaron sobre el Kremlin han estado en operación por más de 30 años, y los tanques T-90 tienen más de 20. Un experto citado por Der Spiegel sostuvo que muchos de los sistemas nuevos están más para la venta en el exterior que para equipar a las fuerzas rusas. Por eso un diario moscovita tituló con ironia “Desfile de exportación”.

Nada de eso quiere decir, sin embargo, que las veladas amenazas de Moscú deban ser tomadas a la ligera. Se trata del país más extenso y rico en recursos del mundo, y tiene su propia forma de ver las cosas. Tal vez no se trate de una amenaza bélica inmediata, pero los planes a largo plazo del Kremlin de Putin son ambiciosos. El rugido del oso ruso no debe dejar a nadie indiferente.