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Juan Carlos Florez Columna

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El alicaído centro

Los adalides del centrismo parecieran querer calcularlo todo sin comprometerse a fondo con nada. Es como si no quisiesen disgustar a nadie, con lo que transmiten una sensación de pusilanimidad y de falta de carácter.

Juan Carlos Flórez, historiador y exconcejal de Bogotá y columnista invitado para esta edición
16 de enero de 2021

En un año en el que oteamos un horizonte lleno de incertidumbre, por cuanto no vemos un final claro y pronto a la peste del coronavirus, los asuntos electorales pueden adquirir una importancia desmesurada. Cuando las cosas van bien en un país, la política es una actividad rutinaria que no ocupa un lugar central en la vida de la sociedad. ¿Quién conoce el nombre de un político suizo? Cuando las cosas van mal, la política puede adquirir una importancia desmesurada, ya que los pueblos tienden a buscar un chivo expiatorio para sus males. Y en este aspecto, Colombia no es la excepción.

Una profunda insatisfacción, a la que ningún Gobierno ha logrado dar respuesta, caracteriza el ánimo ciudadano; los catastróficos efectos de la peste solo han radicalizado ese sentimiento. La sociedad se percibe a sí misma cada vez más dividida. Fenómeno que tampoco es exclusivamente nuestro. Los inverosímiles acontecimientos que acaban de estremecer a Estados Unidos evidencian que también en los centros globales de poder las grietas sociales y políticas se han hecho más abismales. Y en tales circunstancias, siempre surge el interrogante de si existen fuerzas capaces de evitar el proceso desintegrador de un país, lo que damos en llamar fuerzas centristas.

Y al revisar qué está ocurriendo con ese tipo de fuerzas en nuestro país, las cuales podrían eventualmente proponer una alternativa que no sea una extrema división, que a la larga nos pase una carísima factura como sociedad, el panorama no es esperanzador.

Mientras que las agrupaciones que sacan réditos del ahondamiento de la grieta han logrado copar prácticamente todo el espacio del cada vez más estridente y áspero debate público, los adalides del centrismo parecieran querer calcularlo todo sin comprometerse a fondo con nada. Es como si no quisiesen disgustar a nadie, con lo que transmiten una sensación de pusilanimidad y de falta de carácter. Lo cortés no quita lo valiente. Los problemas no resueltos del país: falta de ascenso social, desigualdad, educación que endeuda y ya no abre oportunidades, destrucción de la naturaleza, inseguridad, asesinato de líderes cívicos, pensiones, corrupción, narcotráfico requieren de un audaz programa de reformas, con las que seguramente no podrá dársele gusto a todo el mundo.

Pero en su esfuerzo por medir, calcular, calibrar todo lo que dicen, los centristas transmiten la idea de que no son capaces de dar peleas de fondo y, de esa manera, les ceden cada vez más espacio a quienes, desde los extremos, tienen clara su estrategia de dinamitar el centro para que se repita el escenario de las elecciones de 2018, en el que las huestes acaudilladas por Uribe y Petro se hicieron con los dos únicos boletos disponibles para la segunda vuelta.

El centro confunde peligrosamente dos asuntos que no necesariamente vienen en combo. Una cosa es no hacerle el juego al lenguaje incendiario y otra bien distinta es considerar que eso debe estar acompañado de propuestas insípidas, de no tomar partido en los debates centrales que le interesan a la sociedad. Y al combinar equivocadamente esas dos cuestiones, el centro transmite la sensación, a cada vez más amplios sectores, que es buchipluma, que no tiene el perrenque y la enjundia necesaria para capotear, para salirles al paso –con decisión– a los adversarios más duros.

En sus Memorias sobre Napoleón, Stendhal recuerda al Gobierno del justo centro que tuvo Francia bajo el Directorio, que pretendía “conducir a una nación por medio de la parte mediocre y sin pasiones de los ciudadanos” y añadía que ese régimen “solo tenía a su lado […] a los tímidos cuya única pasión es el miedo”. Si estás en política, en medio de una sociedad en efervescencia que no puede ponerse de acuerdo en aspectos cruciales, no puedes meterte al ruedo para correr a esconderte a los burladeros en cuanto los problemas y las controversias te embisten.

Una política moderna no tiene por qué ser un coto de caza reservado exclusivamente a un agresivo machismo, pero, al mismo tiempo, tampoco hace bien la ausencia de carácter. Sin capacidad de asumir con entereza una posición, resultado de una convicción profunda, los liderazgos centristas terminan en anodinos macrones, producto de la industria de la propaganda y la creación de falsas imágenes. No puedes pretender meterte a la piscina sin mojarte.

Si los políticos centristas que aspiran a la presidencia continúan rehuyendo las más agudas controversias, serán rebasados por quienes dominan cada vez más el debate público con actitudes radicales que sintonizan con el malestar ciudadano. Se quedarán viendo un chispero, como ya aconteció en la última campaña presidencial. El que no se la juegue entero no tiene chance de ganar, como diría un tango de Gardel.

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