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¿Por qué nos rajamos en Pisa?

Colombia se rajó en las pruebas Pisa del año 2018: la mitad de los estudiantes de 15 años no pueden inferir las ideas de un pequeño párrafo y el 65% no entiende los problemas matemáticos simples que se le formulan en la prueba. La pregunta que intenta resolver esta columna es: ¿por qué son tan bajos los resultados alcanzados?

Julián De, Julián De
9 de diciembre de 2019

Las pruebas Pisa se aplican cada tres años para determinar el nivel de consolidación de las competencias que alcanzan jóvenes de diversos países del mundo que están culminando la educación básica y que llevan diez años en el sistema educativo. Son pruebas que evalúan con acertados criterios e instrumentos, la calidad de la educación en un país y su pertinencia es mayor si los resultados se comparan con los previamente alcanzados y si se contrastan con los obtenidos por naciones de similar nivel de desarrollo social, cultural y económico. Se aplican desde el año 2000, Colombia ha participado desde 2006 y en la versión de 2018 se evaluaron 77 países, dado que fueron excluidos dos de los 79 que presentaron las pruebas. Colombia se rajó al ubicarse en el puesto 58, retrocedió significativamente en lenguaje y se estancó en ciencias y matemáticas. La situación es muy grave dado que la mitad de los estudiantes de grado noveno no pueden inferir una sola idea de un pequeño párrafo escrito; es decir, leen como si tuvieran 7 años: de manera fragmentaria. ¿Por qué estamos tan mal en la calidad de la educación y por qué hemos avanzado a un ritmo tan lento desde 2006?

La respuesta es sencilla: en Colombia no hay política de Estado en educación. Nuestras políticas cambian con cada nuevo gobierno. Debido a ello, no es posible enfrentar un problema de largo aliento como el de la calidad de la educación. Cada ministro o ministra llega a hacer diagnósticos similares, a definir estrategias y a impulsar nuevos programas. Así pasó incluso durante el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos: una fue la política durante su primer periodo, en la cual se acompañó in situ a los colegios de más bajos resultados del país (Programa Todos a Aprender), pero para el segundo periodo la política dio un giro de 180 grados y pasamos a promover a los estudiantes de mejores balances pertenecientes a los estratos bajos (Programa Ser Pilo Paga). Los resultados son tan tristes como obvios: durante el primer periodo del expresidente Santos se disminuyó la brecha entre los colegios públicos y privados, en tanto que para el segundo periodo la brecha se amplió significativamente. Pocos lo saben, pero en Colombia hemos creado un sistema educativo que agrava las inequidades: la educación no genera movilidad social y las brechas entre colegios públicos y privados, siguen ampliándose. Dado lo anterior, en el momento actual, mejorar la calidad de la educación pública es una condición para que los hijos de las familias más pobres no sigan condenados a la pobreza.

Sectores muy cercanos al partido de gobierno han salido a culpar a los docentes por los resultados alcanzados. Han dicho que se la pasan en las calles y que por eso los niños no aprenden. Hay que comprender muy poco el sistema educativo para atribuirles a los docentes semejante responsabilidad. Es una afirmación por completo injusta y desproporcionada ya que los docentes no determinan la política pública en educación, no establecen los lineamientos curriculares o el sistema de selección, evaluación y formación de docentes. Tampoco inciden en la inversión o en el énfasis en educación inicial y rural. No trazan la política de textos, subsidios, créditos o inversiones. Mucho menos la conectividad, los reconocimientos o salarios que se les pagan, entre otros. 

Como señalé inicialmente, nos rajamos en Pisa por carecer de política de Estado en educación, lo que ha implicado que no podamos enfrentar ninguna de las variables claves de la calidad. Destacaré entre ellas, las cinco principales.

Primera. La formación de docentes es de muy baja calidad en Colombia. Los egresados de las facultades de educación siguen obteniendo los niveles más bajos en lectura crítica y razonamiento numérico entre todos los egresados de las universidades. El dicho es sabio: “Nadie da de lo que no tiene”. Si los futuros docentes no tienen consolidadas las competencias en lectura y razonamiento sobre las que van a ser evaluados sus estudiantes, es obvio que no las podrán desarrollar. Así mismo, que los docentes tengan maestrías o doctorados no eleva la calidad en la educación básica, lo que implica que el escalafón colombiano está fundamentado sobre supuestos falsos. Esto sucede porque la educación superior está por completo desarticulada de la educación básica y media y porque las facultades de educación, en general, no consolidan las competencias para pensar, leer y convivir de sus estudiantes.

Segundo. Pisa encuentra que una variable altamente asociada con buenos resultados es haber recibido educación inicial de calidad y estima que la educación inicial, eleva en promedio 32 puntos los resultados en lectura y matemáticas en el grado noveno. Resulta que tan solo un tercio de los estudiantes colombianos afirma haber asistido a educación inicial y que, la educación inicial oficial en nuestro país es escasa y de muy baja calidad. En el campo, por ejemplo, no existe. En este tema estamos muy atrás del resto de naciones de América Latina. Acierta el informe final de la Comisión de sabios al respecto al destacar la enorme prioridad que debe alcanzar la educación inicial en las políticas de Estado, al fin de cuentas es la inversión más rentable que conoce el ser humano, porque los niños que la reciben, a mediano plazo son más sanos emocional, social y cognitivamente.

Tercero. Colombia carece de un currículo nacional y en este tema hemos dado bandazos que nos ubican también en una situación de gran desventaja frente a América Latina: los jóvenes ven cada año, en promedio, 14 asignaturas fragmentadas, desarticuladas y casi por completo centradas en informaciones impertinentes y descontextualizadas. Con estos currículos, nadie consolida las competencias comunicativas, científicas o matemáticas que son evaluadas en Pisa o en SABER. Sin cambios en los currículos y en los modelos pedagógicos, tampoco será posible una mejora significativa en la calidad de la educación. García Márquez lo expresaba dos décadas atrás cuando afirmaba que queríamos “una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva”. Va siendo hora que lo tengamos muy presente.

Cuarto. Los estudios de la Unesco en América Latina han encontrado que el clima del aula es la variable más asociada a la calidad educativa. Según estos, alcanzan mayor calidad las instituciones educativas que acogen a los niños, les brindan seguridad y apoyo, les permiten preguntar libremente en clase y confiar en sus compañeros y profes. Por el contrario, los jóvenes colombianos tan solo confían en el 4% de las personas que conocen y durante la guerra con las Farc, las escuelas se convirtieron en escenarios de combate. Así pues, según un reciente informe de la Fundación Compartir, 1579 docentes han sido asesinados durante el conflicto. Lo dominante en el debate político nacional es la ira, la sed de venganza y la intolerancia. Estas son condiciones muy propicias para el maltrato, la humillación y el bullying en las familias y las escuelas. Estudios recientes evidencian que la mitad de los niños en Colombia reciben maltrato físico sistemático por parte de sus padres y, en PISA 2018, el 32% de los jóvenes del país afirmó haber sido sometido a situaciones de bullying por parte de sus compañeros. La conclusión es obvia: la paz, la reconciliación y el fortalecimiento de la convivencia de calidad, son condiciones previas para que como nación mejoremos en la calidad de la educación que brindamos a nuestros niños y jóvenes. 

Quinto. Según Unesco, una variable altamente asociada a la calidad de la educación es el liderazgo pedagógico en cabeza de las directivas. En Colombia sucede todo lo contrario: los rectores se dedicaron a cuestiones por completo administrativas y jurídicas y dejaron de lado sus funciones pedagógicas: se retiraron por completo de las aulas y de las reuniones de profesores. Es algo similar a que los capitanes de barco no salieran a navegar, sino que se quedaran en sus oficinas.

No hay ninguna duda: es posible mejorar la calidad de la educación. Hay cientos de testimonios en el mundo. En América Latina, Perú es un buen ejemplo: se ubicó en el último lugar en Pisa 2003, lo aceptó humildemente, creó un Consejo e hizo un Acuerdo Nacional por la educación y viene trabajando en la dirección correcta al trazar una política de Estado de largo aliento. Desafortunadamente el MEN y el gobierno colombiano no han querido reconocer que nuestros resultados siguen siendo muy preocupantes. Una y otra vez han dicho que estamos en la senda correcta y mejorando. Eso no es cierto y ya es hora de que lo reconozcan.

Chile nos da una segunda pista. En 1998 realizaron la más importante reforma curricular en la región al formar a los docentes de diferentes áreas y cursos para que pudieran fortalecer las competencias para pensar y comunicarnos. Esta transformación curricular convirtió las competencias comunicativas y cognitivas en las competencias transversales esenciales a trabajar en la educación básica. Dicho proceso lo completó con un profundo cambio al sistema de formación y evaluación de maestros. Es por ello que Chile es el país de América Latina que más ha avanzado desde el año 2000 en la calidad de la educación brindada a sus niños y jóvenes. 

Para que en Colombia avancemos en la calidad de la educación, hay dos condiciones previas. La primera es que reconozcamos que no estamos en la senda correcta y que aceptemos que se requieren transformaciones profundas para enderezar el rumbo. Ojalá aprendamos de las positivas experiencias latinoamericanas y de nuestro propio fracaso. La segunda es que aceptemos que el Plan Decenal de educación 2017-2026 establece la hoja de ruta que como nación deberíamos trabajar en los próximos años. Este Plan fue construido durante el gobierno de Santos por un amplio y diverso grupo de académicos e instituciones, después de revisar un millón de propuestas realizadas a lo ancho y a lo largo del país. El Plan señala los diez desafíos en materia educativa para el país. Lo que está haciendo el presidente Duque con su “conversación nacional” en educación, es repetir lo de siempre: reproducir el “Complejo de Adán” y volver a empezar. ¿Será que todavía estamos a tiempo de enderezar el rumbo?

(*) Director del Instituto Alberto Merani y Consultor en educación

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