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Quiero viajar como Duque

En su primer destino un grupo de colombianos le gritó “¡Asesino!” de forma infame. Hombre: grítenle “Incompetente”; grítenle “Pusilánime”; grítenle “Irrelevante”: invéntense un coro con “Inocuo”, si es que encuentran una palabra que rime con inocuo.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
23 de junio de 2019

A cualquiera le consta que no he sido partidario del presidente Duque, por muy lindo que cante; que desde esta columna lo he llamado al orden cada vez que la ocasión lo amerita: la vez que se lanzó a la presidencia, por ejemplo; la vez que ganó. La vez que le dijo al rey de España que su jefe lo quería mucho. La vez, en fin, que quiso gravar la canasta básica; o que predijo que Maduro caería en cuestión de horas; o que explicó la economía naranja a través de los siete enanitos; o que objetó la JEP; o que habló de Colombia como “la tierra de los unicornios”.

Lo he hecho desde siempre y sin rubor: desde que, en síntesis, dejó de ser ese encantador partner de asados, inteligente y buen conversador; rematador ideal de chimeneas con su inseparable guitarra, para convertirse en un jefe de Estado sin bandera y sin talla. Por mucha talla que haya ganado últimamente.

Sin embargo, ante la ola de críticas que ha despertado su reciente viaje a Europa, debo decir que esta vez estoy con él; que me ofende la forma en que colegas y ciudadanos criticaron al Presidente Efímero por haberse ido de tour por Europa: ¿y a dónde querían que fuera acaso? ¿A los Llanos? De ir a los Llanos: ¿quién monitorearía, entonces, lo que sucede en la vía a los Llanos a la distancia, como él mismo se comprometió a hacerlo durante su viaje?

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Cada quien viaja a donde pueda, y el presidente hace bien en cambiar de continente, por más de que, inicialmente, no haya sido un viaje fácil. En su primer destino un grupo de colombianos le gritó “¡Asesino!” de forma infame. Hombre: grítenle “Incompetente”; grítenle “Pusilánime”; grítenle “Irrelevante”: invéntense un coro con “Inocuo”, si es que encuentran una palabra que rime con inocuo.

Pero no asesino: ni que fuera glifosato.

Salvo ese episodio, digo, el viaje resultó un verdadero éxito.

Para destacar: la viveza estratégica de la comitiva al visitar a Theresa May dos semanas antes de que abandone su cargo, y la conversación del primer mandatario con el príncipe Carlos, a quien hizo un resumen de su histórica política ambiental en el perfecto inglés que aprendió en el Colegio Rochester: fracking, le dijo. Aunque no mencionó el Tribugá Port, por modesto.

En Suiza, la comitiva hizo parada técnica para paliar la ansiedad presidencial con generosas provisiones de chocolate, y el presidente aprovechó la visita para mostrar al mundo su discreta comitiva, no se fuera a decir que su gobierno es derrochón. La componían, entre otros: un canciller cuyo segundo nombre es Holmes; un ministro de Ambiente que solo cana en la cabeza, no en las cejas; un ministro de Defensa que cabecea como Falcao en los actos protocolarios; la ministra de Trabajo; asesores varios. Y los hijos del presidente, la mujer del presidente y el hermano del presidente, el primer hermano de la nación, integrado a la comitiva como un funcionario más.

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Pero el momento cumbre fue el aterrizaje luminoso en Francia, donde el presidente se dirigió al mundo desde dos lugares mágicos: el Sophia Antipolis, primer parque de inteligencia artificial que existe en Europa. Allá tomó apuntes para construir una réplica en Colombia: el Parque de Inteligencia Artificial Andrés Pastrana, una “Pastranópolis” (que quedará al lado del Jaime Duque) en que la gente podrá montar en un trencito lleno de sillas vacías, mientras atraviesa una réplica del Caguán y suenan los éxitos de Marbelle.

Y el otro lugar mágico fue el Festival de Cannes, su escenario natural: allí se acomodó el micrófono de diadema, y, clicker en mano, caminó de lado a lado de la tarima mientras movía los brazos y proyectaba, más suelto que nunca y en pantalla gigante, la presentación con que convenció a los publicistas del mundo de la importancia de la economía naranja. Se devoró ese auditorio como si fuera un Toblerone. Ese muchacho es un fenómeno, comentaban los creativos; un motivador nato: ¡denle un León de Oro!

Pero la vida es injusta con el Primer Mandatario. Si se queda en el país, le piden que se vaya; si se va, le piden que se quede. Lo tildan de inexperto, y a la vez desconocen que con esa supuesta inexperiencia arrebató el récord de viajes por año que ostentaba Andrés Pastrana, veterano de la política.

A veces me pregunto qué quieren del pobre Iván: ¿acaso pretenden que nos gobierne? ¿Es eso?

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Por mi parte, lo felicito por el viaje y le reconozco su valor al regresar. Colombia está imposible. En una misma semana asesinan a siete desmovilizados de las Farc; Uribe apela al populismo para derogar el Estado de derecho; el Ñoño resultó amigo de Santos; el Ñeñe resultó amigo del presidente. Y el Congreso hunde las medidas anticorrupción.

Con semejante precedente, yo también quiero viajar como Duque: tomarme un vino en Francia, comer chocolates en Suiza. Y descubrir una palabra que rime con inocuo por si voy a Londres. 

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