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Dos hermanas

Una fábula tradicional de la dinastía Yi se convierte, en esta película de terror coreana, en una extraña reflexión sobre la culpa.

Ricardo Silva Romero
9 de septiembre de 2006

Título original: Janghwa, Hongryeon.
Año de estreno: 2003.
Dirección: Kim Ji-woon. Actores: Yum Jung-ah, Lim Su-jeong, Mun Geun-Young, Kim Kap-su.

En la primera escena de Dos hermanas vemos a un médico lavándose las manos antes de enfrentarse a una paciente siquiátrica. Si es verdad que los planos iniciales son el resumen de un relato cinematográfico, si es cierto que las buenas historias anuncian para donde van desde el principio, entonces lo más probable es que esta película coreana de terror sicológico esté advirtiéndonos, en el arranque, que acabamos de entrar en la cabeza de un personaje que (como el médico que se lava las manos) hará lo que tenga que hacer para librarse de la culpa que ha arruinado su vida. Se trata de una adolescente, Su-mi, que no logra sentirse a salvo en aquella casa gótica en la que los sueños, las conversaciones y los objetos son una terrible amenaza. Su mente jamás descansa: odia a muerte a una madrastra endemoniada que hará lo que sea para enloquecerla del todo, se resiste a hablarle a un padre que parece haberse rendido ante la contundencia de los hechos, y jamás desampara a una frágil hermana menor, Su-yeon, que parece haberse quedado sin palabras, sin defensas, después de la muerte de su madre.

No existen películas más asustadoras, hoy día, que las películas de horror orientales. Dos hermanas, que no ha sido filmada en estudios japoneses, como las más populares en Colombia, sino montada en Corea del Sur por un valiente director llamado Kim Ji-woon, se alimenta de aquella inquietante estética creada por largometrajes como El aro, Aguas oscuras o Audición (vuelve a la exploración de la soledad femenina, a los pasados que son heridas abiertas, a los primeros planos de rostros muertos de miedo) con el propósito de ilustrar el drama que sucede en la cabeza de su protagonista. Su narración está plagada de trampas enervantes, de falsas pistas agotadoras que no hacen nada fácil la comprensión de lo que les está sucediendo a esas dos hermanas. Pero sus encuadres precisos captan nuestra atención siempre que estamos a punto de tirar la toalla. Y sus imágenes sangrientas, símbolos atrapados en una fábula que quiere probarnos que el pasado es el presente, consiguen convencernos justo a tiempo de que no había una mejor manera de contar esa tragedia.

Nada es gratuito en este largometraje agobiante. Ni siquiera el papel de colgadura adornado con diseños de flores que cubre las paredes de la casa en donde ocurre la pesadilla está ahí porque sí: pretende recordarnos que todo, los nombres de las dos heroínas, los celos de la madrastra, la parálisis del padre, viene de un conocido cuento popular de tiempos de la dinastía Yi, que ya ha dado origen a otras cinco películas. La diferencia es que Dos hermanas será, en un par de años, una obra de culto. Lo que significa que, aunque para el resto de los mortales no sea fácil comprenderlo, habrá gente que dirá que es una de las mejores películas, si no la mejor, que se ha visto en la vida.