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En busca de la última palabra

Veintiséis relatos entrelazados que recuperan el placer de leer historias.

Luis Fernando Afanador
26 de febrero de 2001

Bernardo Atxaga

Obabakoak

Ediciones B, 2000

496 páginas

$ 11.900

Son 26 historias diferentes que podrían leerse en el orden que quiera establecer el lector. Porque funcionan perfectamente como cuentos autónomos, con diversidad de temas y de estilo. Pero también es cierto afirmar lo contrario: que constituyen un todo orgánico, una sólida y coherente propuesta narrativa. Desde luego, no hay ninguna contradicción en esta afirmación: Obabakoak es un libro ambicioso que quiere fundar para siempre una literatura sin dejar de narrar un solo instante.

Bernardo Atxaga, seudónimo de José Irazú Garmendia, es un escritor nacido en Aesteasu, provincia de Guipúzcoa, País Vasco, en 1951. Cuando comenzó a escribir —en los 70, con apenas 21 años— ya había leído toda la literatura vasca que valía la pena. Gabriel Aresti, Luis Mitxelena: unos cuantos autores y unos pocos libros que habían sobrevivido a las llamas de la dictadura. Sí, una tradición, pero muy pobre. Y lo peor: muy vasca.

“Lo propio”, que es para los nacionalistas a ultranza la cualidad suprema, resulta un defecto y una limitación suicida para los escritores: si no tienen a su disposición la tradición literaria de todos los países, lo que producen terminará siendo demasiado local. No hay nada que sea estrictamente particular, cree Bernardo Atxaga: el mundo está en todas partes y Euskal Herria (País Vasco), ya no es sólo Euskal Herria “sino el lugar donde el mundo toma el nombre de Euskal Herria”. O, dicho en palabras de Ibon Sarasola, en el terreno cultural el pueblo que crea algo lo crea para él y para los demás y, así mismo, el que no crea para los demás tampoco crea para él.

Obabakoak es entonces el intento desmesurado de escribir en un único libro y de una buena vez todos los libros, toda la tradición literaria que le faltaba a un escritor vasco que quería ser moderno y universal desde su propia lengua, sin complejos de inferioridad frente a ninguna otra. Un esfuerzo admirable si tenemos en cuenta que el vasco es un idioma marginal, con pocos hablantes, y que aún lucha por sobrevivir: “Todas las demás lenguas y lenguajes comunes que en el mundo son, están entre ellos entreverados y relacionados. Pero el euskara es único y distinto, y distinto de cualquier otra lengua. De donde su soledad”.

No hay contradicciones. Obabakoak son historias de Obaba, un pueblo arquetípico del mundo rural vasco, pero a la vez son cuentos que se nos parecen a los buenos cuentos de Chejov, de Borges, de Maupassant. Hay una gran influencia de la tradición oral y también un distanciamiento de ella. Atxaga sabe que anécdotas hay de sobra: la clave está en la mirada del autor, en su manera de ver las cosas. Hay que captar algo esencial, algo que tenga validez para cualquiera. Sin dejar de ser vasco, nos habla de amor, odio, esperanza, deseo, honor: los asuntos que le interesan a todos en todos los tiempos.

Creemos estar leyendo Las mil y una noches, es decir, narración pura, relato desbocado “en busca de la última palabra”, y en la siguiente página estamos asistiendo a una clase donde se discuten las más refinadas teorías literarias. Obabakoak es un libro singular, maravilloso y extravagante: no es muy usual estar fundando una literatura a finales del siglo XX.

Fue publicado por primera vez en 1989. Ha recibido premios importantes, traducido a 20 idiomas. En castellano lleva 13 ediciones. Bernardo Atxaga fue seleccionado por El Observador de Londres como una de las grandes promesas de la literatura mundial para el siglo XXI. Pero aquí en Colombia no se vende: en la pasada Feria del Libro de Bogotá lo estaban rematando. (Preferimos otros autores inflados por las editoriales españolas). Ahora vuelve en una edición de bolsillo, en una colección barata. Habrá que esperar a que, al menos, reaccione ‘la inmensa minoría’.