CINE

En la penumbra

En su nueva producción, ganadora del Globo de Oro a mejor película extranjera, el director turco-alemán Fatih Akin retrata a una mujer destruida por la pena. ???

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Manuel Kalmanovitz G.
28 de abril de 2018, 9:40 p. m.

Título original: Aus dem Nichts

País: Alemania

Año: 2017

Director: Fatih Akin

Guion: Fatih Akin y Hark Bohm

Actores: Diane Kruger, Denis Moschitto, Numan Acar

Duración: 106 min

Desde Contra la pared, la película que lo catapultó a la fama en 2004, Fatih Akin ha estado siguiendo la relación, a veces armoniosa y otras veces tumultuosa, entre la cultura alemana y los migrantes turcos que llegaron con la expansión industrial de los sesenta y setenta y cuyos hijos crecieron –como le sucedió al mismo Akin– entre dos mundos que no podían ser más diferentes: uno, con instituciones formales fuertes y costumbres liberales; y el otro, dominado por instituciones informales (en las que asuntos como el honor eran fundamentales) y conservadora socialmente.

Con el tiempo, y quizás como era de esperarse, Akin parece haberse acostumbrado a esa posición anfibia, aclimatándose a vivir entre mundos sin sufrir los arranques de rabia, gritos y autodestrucción de su filme revelación, aunque todavía explorando, de pronto menos enérgica o simplemente, las fracturas entre ambas formas de entender el mundo.

En la penumbra se centra en la figura de Katja (Diane Kruger, galardonada en Cannes por este papel), una mujer alemana que al comienzo vemos en imágenes movidas de video casero casándose con un tipo barbudo, moreno y alto en alguna prisión alemana.

Luego de eso pasa al primero de tres capítulos, titulado “Familia”, que hace un retrato rápido de la relación entre la mujer alemana y Nuri, el hombre de familia turca, sin entrar en los efectos que tiene el contraste de orígenes; solo mostrando su cotidianidad con su hijo Rocco y terminando con el efecto que tiene sobre Katja una bomba que acaba con la vida tanto del marido como del niño, dejándola en un limbo emocional, devastada y estupefacta.

El segundo capítulo, titulado “Justicia”, sigue detallada, distante y fríamente el juicio que le hacen a un par de acusados de poner la bomba; y el tercero, “El mar”, sirve de conclusión a todo el asunto.

Intercalando videos familiares entre las partes, la película también hace un contraste de colores: del azul deprimido de la primera parte pasa a los blancos intensos del tribunal y, finalmente, a la luz de invierno en la playa.

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Aunque no es del todo evidente, esta cinta vuelve a la dicotomía de culturas que mencionaba al comienzo, con esta mujer alemana que cree y confía en las instituciones, enfrentándose a lo que tienen de limitado y entendiendo el sentido de la justicia más informal e inmediato de su marido.

“Imagínate si nos hubieran matado a Rocco y a mí”, le dice a su abogado. “Si Nuri hubiera sobrevivido, no habría aguantado toda esa discusión”, señala refiriéndose al juicio.

En este sentido, la película propone una fantasía imposible y contradictoria –y hasta nociva– de poder tener lo más cómodo de ambos mundos: un Estado que garantice seguridad, tranquilidad y el debido proceso, y, cuando eso no da el resultado esperado, poder saltárselo sin problema. La paradoja que el filme prefiere ignorar es que si la gente se lo salta cuando no le gusta, esa seguridad y tranquilidad resultan imposibles.

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