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El explorador Howard Carter puso su nombre en los anales de la historia con el descubrimiento arqueológico más importante. Pero sin el apoyo económico de lord Carnarvon nada hubiera conseguido. | Foto: GETTY IMAGES

ANTROPOLOGÍA

El fascinante descubrimiento de la tumba de Tutankamón se celebra con una gira triunfal

Por primera y única vez, una muestra con cientos de objetos encontrados en la tumba del faraón dorado, en 1922, le da la vuelta al mundo. SEMANA explora los matices de la muestra, del particular monarca y del histórico descubrimiento que roza el centenario.

26 de mayo de 2019

No hay duda de que Tutankamón es el más mediático de los faraones egipcios, por lo cual sorprende que su reinado (1336-1325 a. C) haya durado tan poco. Asumió el poder muy joven y en su corto lapso en el trono tuvo un impacto mayor del que en un principio se le atribuyó. El rey Tut dio reversa a muchas de las decisiones radicales de su antecesor, Akenatón, quien desató una revolución política y religiosa al instaurar el monoteísmo y trasladar la capital a Tell-el Amarna. Por eso, cuando le llegó el turno, Tutankamón, el niño-rey, restituyó el politeísmo con Amón a la cabeza de las deidades, devolvió la capital a Tebas y reconstruyó los templos que Akenatón había atacado en su cruzada herética. Pero, además de esto, el joven monarca se distingue del resto de sus pares por otra razón: su tumba dio pie a uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la historia.

En 1922, la expedición iderada por el explorador británico Howard Carter, solo posible por el sustancial apoyo financiero de lord Carnarvon (dueño del palacio que aparece en la serie Downton Abbey), descubrió lo impensable: una tumba que, a diferencia de las que se habían encontrado hasta ese momento, se mantenía intacta, congelada en el tiempo, libre de pillajes y saqueos.

Lord Carnarvon, cuyo palacio sirvió de escenario para la serie Downton Abbey, financió la exploración. Murió semanas después del descubrimiento, hecho que dio pie a rumores de una maldición.

En cuatro salas, atiborradas y desordenadas, encontraron miles de piezas asombrosas. Carter puso su nombre en la historia al revelarle al mundo el espacio en el que un monarca egipcio pasó a la otra vida: la tumba de Tutankamón, denominada KV62, que con algo de tiempo, organización y limpieza expuso un tesoro sinigual.

En cuatro salas, atiborradas y desordenadas, encontraron miles de piezas asombrosas. 

Pero ese premio solo llegó después de años de excavaciones infructuosas. En un punto crítico, el explorador se vio frente a una escalera excavada en las rocas que llevaba a una puerta sellada. En ese punto, Carter y su equipo esperaron ansiosos por semanas a que su patrocinador lord Carnarvon llegara al lugar. Cuando sucedió, desbloquearon la puerta y dieron con un pasillo lleno de escombros. Al despejarlo, hallaron otra puerta. En ese punto, Carter abrió un hoyo, puso una vela que reaccionó a una corriente de aire, pero que no la apagó. Al observar por ese hoyo, sus ojos fueron adaptándose a la luz y comenzó a percibir figuras de animales, estatuas y oro, el brillo del oro por todas partes.

La maravillosa factura de la tumba y los 5.300 objetos en ella encontrados hicieron del descubrimiento un evento épico. De inmediato cautivaron al planeta las vasijas, sarcófagos, modelos de barcos, estatuas, tabernáculos, joyas, sillas, altares y, claro, su trono y la icónica máscara de oro que automáticamente viene a la mente cuando se piensa en un faraón. Considerando que Tutankamón duró tan poco en el trono, resulta inevitable pensar en los tesoros que podrían albergar las muchas otras tumbas aún no encontradas en ese Valle de los Reyes. Al fin y al cabo, en ese lugar también sepultaron reinas, sacerdotes e integrantes de las élites de las dinastías 18, 19 y 20.

La exposición sirve para celebrar la magia del histórico descubrimiento y también su casi centenario. Ha sido un éxito arrollador en taquillas, y ha agotado entradas en Los Ángeles y París. Se trata de la mayor muestra de los tesoros encontrados en la tumba de Tutankamón. La componen 150 objetos, de los cuales 60 nunca habían salido de Egipto. Con los fondos recaudados, terminarán el Gran Museo Egipcio, en Guiza.

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Estos días Tutankamón vuelve a las primeras planas por cuenta de una gira espectacular que, por primera y única vez, lleva a diez ciudades del mundo 150 objetos originales encontrados en esa tumba, de los cuales 60 jamás habían salido de Egipto. La muestra Tutankamón, tesoros del faraón dorado ya pasó por Los Angeles, está en París, en noviembre se traslada a la Galería Saatchi, de Londres, y tiene paradas en Sídney y ciudades por definir de Japón, Canadá y Corea del Sur. Cuando la gira llegue a su fin, los objetos integrarán la colección permanente del Gran Museo Egipcio. Esta flamante construcción ya está casi lista cerca de la pirámide más grande y, desde 2021, albergará con más de 100.000 piezas la memoria de los 3.000 años de la historia egipcia antigua.

La muestra, como han anotado medios internacionales y la organización, también celebra un memorable aniversario, pues se cumplen 98 años del descubrimiento que le presentó al mundo al Faraón Dorado. Curiosamente, la exhibición no cuenta con la máscara dorada, pieza que no sale de Egipto. Aún así, la venta de boletería, agotada con anticipación, ha sido un éxito rotundo por donde ha pasado. Los expertos coinciden en que la ausencia de la máscara no opaca una experiencia irrepetible. En declaración a los medios británicos, el arqueólogo Zahi Hawass lo certificó: “La muestra cuenta con tesoros antiguos, inimaginables, que hay que ver para creer. Celebra el legado del venerado niño-rey y la historia de su descubrimiento. Y es la última vez que los tesoros de Tutankamón saldrán de Egipto”.

La famosa máscara dorada de Tutankamón no puede salir de Egipto. Es la única pieza que hace falta.

Vistas como conjunto, las piezas exponen ciertos temas recurrentes. Como su abuelo Amenhotep III, a quien se le atribuía haber cazado 96 toros salvajes a sus 8 años de edad, Tutankamón quería que lo recordaran como un gran cazador, y muchos de los objetos en su tumba lo reflejan. En un escudo dorado se le ve agarrados leones por las colas y empuñar su espada presto a liquidarlos. En un abanico hecho con plumas blancas, de avestruces que habría matado él mismo, un grabado dorado lo ilustra mientras lanza flechas a esas aves desde su carruaje. La inscripción en el abanico lee ‘Señor de la fuerza’.

Parece que esta figura (a la derecha) representa a Amenhotep III, abuelo de Tutankamón. Junto con ella se encontró una hebra de cabello de su esposa, la reina Tiy.

Alrededor del descubrimiento y de la tumba se tejió rápidamente una leyenda macabra: una supuesta maldición que acabó con la vida de aquellos que osaron ingresar a la recámara eterna del rey Tut. El mito nació desde que lord Carnarvon murió pocas semanas después de abrir oficialmente la habitación. Y se alimentó de sentencias como las de la escritora Marie Corelli, quien aseguró tener en su poder un antiguo texto que advertía a quienes ingresaran a ese espacio sobre las tragedias que les vendrían. Arthur Conan-Doyle sumó al categorizarlo como maldición, y varios diarios de la época aprovecharon la ‘tutmanía’ para hablar de jeroglíficos que, supuestamente, en la entrada de la tumba decían: “Quien entre en esta tumba sagrada será visitado muy pronto por las alas de la muerte”. A la muerte de lord Carnarvon le siguieron las de su hermanastro, su enfermera, uno de los médicos que sacó radiografías a la momia del faraón, y la de un millonario estadounidense que también ingresó a la tumba. Pero por más que la leyenda maldita resulte fascinante, no tiene soporte en hechos contundentes. Los jeroglíficos no existieron y, de las 26 personas involucradas en la expedición, murieron 6. Entre los muchos sobrevivientes se contó al personaje principal, Howard Carter. Un estudio de la Universidad Monash, en Australia, concluyó que las 25 personas expuestas a la supuesta maldición murieron a la edad promedio de 70 años.

Y más allá del mito, también resulta interesante lo que hoy representa Tutankamón. Para el curador de la muestra, Tarek El Awady, no hay mejor embajador de Egipto que el rey-niño. Y no solo él lo cree. El diario The Times de Londres enumera episodios que lo prueban, entre estos un préstamo de algunos de los objetos para una exhibición en el Museo Metropolitano de Nueva York que tuvo la intención de reparar las agrias relaciones con Estados Unidos. A esto añade que “ahora que el país está sumido en una situación política y económicamente inestable, Tutankamón de nuevo sale al rescate. No por nada uno de sus títulos es ‘aquel que se eleva sobre su manada de caballos’”. Así pues, está de gira una parte de la historia universal y una muestra de lo que solía significar el ostentoso poder en vida y en muerte hace más de 3.000 años. Y bien vale, así sea a la distancia, dejarse maravillar por una grandeza sin fecha de caducidad.

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