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Contra todos los pronósticos, y contra sus propios deseos, el cardenal Melville (Michel Piccoli) es elegido Papa por el cónclave.

CINE

Habemus Papa

El brillante Nanni Moretti sorprende con una comedia ligera que poco cuestiona el estado del catolicismo.

Ricardo Silva Romero
7 de abril de 2012

Título original: Habemus Papam
Año de estreno: 2011 
Guion y Dirección: Nanni Moretti
Actores: Michel Piccoli, Jerzy Stuhr y Renato Scarpa.

No es una sátira despiadada que no deja títere con cabeza en la Iglesia católica. No es un drama realista ni un thriller político que revela las contradicciones humanas en la tras escena de aquella organización mundana, El Vaticano, que en teoría aspira a la divinidad. Es el retrato de un viejo triste que pidió a Dios ser actor, pero jamás le fue dado ese talento. Es el perfil de un anciano que ha decidido escapar del clímax de su vida: que, en el preciso momento en el que ha alcanzado la posición que nadie alcanza, la posición que todos querrían alcanzar, prefiere perderse en las calles en donde cualquiera se pierde. Lo que pasa es que es el Papa. Lo que pasa es que, tras la muerte del bien amado pontífice anterior, acaba de ser elegido en Roma por el cónclave, y ya no es más el silencioso cardenal Melville, que se encoge de hombros ante las primeras señales de la muerte, sino un hombre que encarna los designios del cielo a ojos de todos los fieles.

Habemus Papa no es, decíamos, una sátira brutal ni un drama realista ni un thriller político de los de antes. Es el perfil de un viejo que acaba de darse cuenta de que no quiere ser el Papa: un viejo que nunca logró ser un buen actor. Pero, como perfil, como retrato de una persona llena de contradicciones, pasa curiosamente de largo por el universo al que pertenece: una Iglesia que no parece estar a la altura de los problemas del siglo XXI. Según Habemus Papa, el nuevo largometraje del emblemático cineasta italiano Nanni Moretti, la Iglesia está compuesta por un puñado de abuelitos angelicales que en el peor de los casos sonríen. Ahí están todos, en las habitaciones abrumadoras del Vaticano, rodeados de todo el arte que vino de Dios, esperando el regreso del pontífice que acaban de elegir. Un psiquiatra interpretado por el propio director, autor de Querido diario (1993), La habitación del hijo (2001) y El caimán (2006), trata de probarles que la Biblia habló de la depresión antes que Blackmore: "mi corazón ha sido herido y se ha secado como la hierba, y ya hasta me olvido de comer mi pan", dice el Salmo 102.

Habemus Papa tiene un final contundente que deja con las palabras en la garganta. Cuenta con una secuencia que recuerda la gran belleza de aquella canción sobre el exilio: Todo cambia. Y, al alternar la absurda espera de los cardenales con la triste huida del nuevo Papa, consigue hacernos pensar que desde afuera todo es humor y desde adentro todo es drama, "y que el alma y el subconsciente no pueden coexistir". Desconcierta porque está llena de conflictos a medias, de personajes borrosos y de insinuaciones que a la larga no importan. Impacienta porque, como no entra del todo en su cabeza, por momentos su personaje principal más parece un tonto que un hombre en guerra consigo mismo. Pero, curiosamente, tiene un espíritu. Y verla es, al final, reconocerlo.