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Según ha dicho Marion Cotillard este es uno de los papeles más difíciles que ha interpretado. Para poder meterse en la piel de su personaje tuvo que inventarle un pasado que no estaba en el guion.

CINE

Dos días, una noche

Los hermanos Dardenne siguen a una mujer que debe pedirle a sus compañeros de trabajo que renuncien a su bono de fin de año para que no la despidan.

Manuel Kalmanovitz G.
10 de enero de 2015

Título original: Deux jours, une nuit
País: Francia
Año: 2014
Directores: Jean-Pierre y Luc Dardenne
Guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne
Actores: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Catherine Salée
Duración: 95 min

Los hermanos Dardenne llevan una década larga haciendo películas que examinan con delicadeza y sensibilidad la vida de la clase trabajadora belga, partiendo en ocasiones de premisas melodramáticas que, despistadoramente, tratan con gran sobriedad. No hay acá espacio para los primeros planos expresivos, para los violines ensanchados, para elaborados movimientos de cámara. Son dramas sobrecogedores capturados cuidadosamente por una cámara al hombro.
En esta, su más reciente película, la premisa tiene, efectivamente, tintes melodramáticos: Sandra (Marion Cotillard), una mujer que acaba de salir de una depresión severa y está a punto de regresar a su trabajo en una empresa de páneles solares, recibe la noticia de que la mayoría de sus compañeros votaron para que la despidieran.

El dueño los puso a escoger entre su bono de fin de año o recibirla de vuelta y, en la votación, 13 de sus 16 compañeros habían elegido lo primero.
Pero el capataz de la empresa había presionado a algunos de los trabajadores y, tras enterarse, el dueño acepta repetir la votación el próximo lunes. Así, la mujer tiene los dos días y una noche del título para hablar con sus compañeros y tratar de hacerles cambiar de idea.
Es una situación incómoda y complicada, que la mujer al principio acepta con resignación. “Quieren su prima, es normal”, le dice a Manu (Fabrizio Rongione), su marido. “No, no es normal”, le contesta él. Y la película muestra, con gran sensibilidad, que ambos tienen razón.

La normalidad de la que habla ella es la tendencia que hay entre las personas de preocuparse solo por lo suyo, por ser individualistas, por desligarse de todo lo que no les competa directamente. Pero ese no es el único impulso que existe y el marido también tiene razón: paralelo al egoísmo existe la solidaridad entre las personas, la tendencia a entender al prójimo, a sentir compasión y a sacrificarse por el otro gratuita y desinteresadamente.
La película se dedica a navegar entre estas dos tendencias para descubrir que el problema va más allá de esta división binaria: entre sus compañeros hay gente con deudas, con hijos pequeños o en la universidad, recomenzando sus vidas. No es solo cuestión de que sean individualistas y ya —aunque algunos lo son—, el problema es que están inmersos en un sistema donde la solidaridad es un lujo que no pueden darse.

La peregrinación de Sandra por las casas de sus compañeros ese fin de semana muestra un universo en crisis pero también con destellos de esperanza, es un recorrido que roza el patetismo en encuentros donde todos piden excusas, ella por pedirles que renuncien a su bono, ellos por necesitarlo con premura.
El villano invisible en todo esto es el sistema que exige eficiencia y que moldea las relaciones humanas haciendo muy difícil, casi imposible, seguir el impulso a ser solidario. Pero el hecho de que el contacto humano aún sea posible, de que aún sea posible apelar a la compasión, termina siendo un recordatorio reconfortante de que no todo está perdido.

Cartelera  **** Excelente  ***½ Muy buena   *** Buena   **½ Aceptable  ** Regular  * Mala

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