E N T R E V I S T A

La nostalgia es de color sepia

Seis cuentos conforman ‘El humor de la melancolía’ de R.H. Moreno-Durán. SEMANA habló con él.

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7 de mayo de 2001, 12:00 a. m.

Conocido principalmente por su libro Fémina Suite, Rafael Humberto Moreno-Durán se ha caracterizado por ser un escritor muy prolífico. El año pasado publicó Pandora, una serie de ensayos cortos sobre los personajes femeninos en la literatura, ya tiene listas dos nuevas novelas y acaba de publicar El humor de la melancolía, en el que recoge seis relatos largos. SEMANA habló con él.

Semana: Los seis cuentos tienen una extensión aproximada de 30 páginas. ¿Antes de escribir un cuento usted ya sabe cuál será su extensión?

R.H. Moreno-Duran: No. Pero me llama la atención que casi siempre termino en esa medida. No me lo propongo. Lo mismo me pasó con los relatos de Pandora. Eran cuatro o cinco páginas por tema. Es como si la respiración me llegara hasta allá. Es como una medida fisiológica. La novela exige más trabajo. Aunque la novela tampoco puede ser perfecta de la primera a la última línea porque sería insoportable.

Semana: Los cuentos están ubicados en diferentes ciudades y en diferentes períodos históricos. ¿Por qué quiso que así fuera?

R.H.M.: Eso es cierto. Pero además creo que los cuentos tienen en común dos cosas: en primer lugar, que si ocurrieron pasaron inadvertidos como noticia y, en segundo lugar, que si no ocurrieron merecieron la pena de que hubieran ocurrido realmente. Por ejemplo, Makarios vino a Colombia. Allí ya hay un hecho: que venga la cabeza de la Iglesia de Chipre, que sea agasajado, que sea polémico y que de repente su asesora de prensa, Helena Castoriadis, desaparezca sin explicación. Allí ¿cómo no va a existir un cuento? Y por eso Makarios no se iba de Colombia, y no se quería ir. A mí me llamó la atención ese personaje. Para mí lo llamativo, lo exótico, es lo que está entre nosotros y lo dejamos pasar por alto. Generalmente esas historias tienen que ver con las noticias de un periódico a las que la gente no les presta atención.

Semana: ¿Es el caso de su cuento ‘El olor de tus depravaciones’? ¿Realmente Brigitte Bardot cantó una canción del folclor colombiano?

R.H.M.: La única vez que cantó Brigitte Bardot lo hizo para cantar “De Chiquinquirá yo vengo de pagar una promesa…”, y eso es cierto. Imagínese una francesa como ella en ese plan. Bardot la cantó y fue tan cierto que el padre García-Herreros la quiso invitar para que participara en el Banquete del Millón en 1963 ó 64. Y eso fue un escándalo impresionante. Lo que pasa es que nadie se percató de esa imagen que, finalmente, fue el origen de un cuento. Yo pensé que ese canto debería ser el pago sentimental a alguien que ha amado mucho. Y, ¿cuál colombiano podía ser?: Jorge Gaitán Durán. Alguien de quien nunca se habla.

Semana: Todos sus cuentos están cargados de información. Se percibe un trabajo muy minucioso para recrear el contexto histórico de los relatos. ¿Dedica mucho tiempo en ello?

R.H.M.: Sí, porque para mí la información me parece definitiva para el lector. Por ejemplo el cuento El capítulo inglés. En María Jorge Isaacs simplemente nos dice: Efraín se fue para Londres y en el capítulo siguiente dice: después de 17 meses Efraín recibió una carta que le contaba que María se estaba muriendo. Y yo me dije ¿y qué pasó con Efraín en esos 17 meses? Yo traslado a Efraín a Londres a estudiar medicina y yo tuve que investigar cómo eran los hospitales de Londres y las escuelas de medicina durante los años 1855 ó 56. Si no fuera así el cuento perdería credibilidad. Reconstruir ese Londres no fue fácil. Y él ve en un cadáver, a la luz del día la belleza de María. Una de las cosas más importantes para un escritor es que le crean. Hay que creerle al escritor.

Semana: ‘El informe Kinsey’ parece ser el cuento que más humor tiene de los seis…

R.H.M.: Con ese cuento pasó una cosa muy curiosa. A comienzos de 1956 el doctor Kinsey pasó por Colombia y nadie se dio por enterado. Yo me di cuenta en una pequeña nota en la revista Sucesos. Lo más divertido para mí fue inventarme una enfermedad, la ‘dalilamicosis’, en honor a Dalila porque yo no podía creer, desde niño, que el poder de un hombre estuviera en su cabello. Y más bruto el hombre que sabiéndolo se lo dejó cortar. La idea es buena: las secreciones íntimas de unas adolescentes acaban con el deseo y el apetito sexual de los hombres. Es de los cuentos que más he trabajado y en los que más me he divertido porque tuve que leer mucho. Además yo siempre quise ser ginecólogo y el clavo me lo saqué escribiendo ese cuento.

Semana: ¿Para usted la nostalgia es el color sepia como dice en su libro?

R.H.M.: Yo creo que a uno lo va llevando el texto y ahí termina haciendo cierta filosofía sin proponérselo y yo me pregunto cómo tendría que ser la nostalgia y sí, es así. Yo digo que el humor de la melancolía es un bálsamo. Si yo le pongo un poco de humor a la melancolía me salvo. Hay que acabar con el trascendentalismo.


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