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Marta Rodríguez se ha desempeñado como realizadora audiovisual independiente desde 1960. | Foto: Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte

CINE

La mamá del documental en Colombia sigue trabajando

A sus 84 años, Marta Rodríguez estrenará en septiembre ‘La sinfónica de los Andes’, una producción sobre las muertes de los niños indígenas del norte del Cauca.

20 de mayo de 2017

En 2011 murió una niña indígena nasa de 11 años. La pequeña estaba al frente de su casa cuando un árbol estalló y una esquirla le atravesó el corazón. La explosión fue producida por un tatuco, un misil artesanal que solía usar el frente VI de las FARC en el Credo, Cauca. La historia de la pequeña y el dolor de los padres llevaron a Marta Rodríguez hacer un nuevo documental para mostrar la suerte de muchos niños indígenas víctimas del conflicto.

“En ese proceso también conocí a la Sinfónica de Música Andina, que me apreció importante porque era un estímulo cultural para los niños. En medio de tanta violencia el arte aparece como una forma de evitar el reclutamiento forzado y recordar por medio de la música a las víctimas que nunca dejaron de ser niños”, dijo a Semana.com Marta Rodríguez.

Este trabajo es la continuación de una carrera de 50 años en los que la antropóloga colombiana se ha dedicado a documentar realidades escondidas del país, en especial de las comunidades indígenas y campesinas.

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Marta Rodríguez nació en Bogotá en 1933. Realizó estudios de filosofía y sociología. En 1953 viajó a París, donde fue sorprendida por el movimiento cinematográfico de la época. En su regreso a Colombia decidió continuar sus estudios en la Universidad Nacional. Allí conoció al sacerdote Camilo Torres, con quien trabajó en Tunjuelito, un suburbio deprimido del sur de Bogotá. Esa experiencia hizo que decidiera estudiar antropología y en 1961 volvió a París para estudiar también cine y etnología. Se convirtió en una fiel discípula del movimiento documental liderado por Jean Rouch, Joris Ivens y Édgar Morín.

Cuatro años más tarde volvió a su tierra natal. Por esa época conoció al cineasta Jorge Silva, quien se convertiría en su esposo, y juntos realizaron Chircales (1972), un documental sobre la vida de una familia que elaboraba ladrillos de manera artesanal, pero que eran explotados laboral y socialmente. Para la realización de Chircales la pareja se involucró en la vida de la familia y realizaron las mismas actividades; así pudieron conocer más a fondo el drama que vivían esas personas.

“Este trabajo es un antecedente esencial del documental colombiano. Nunca antes se había hecho un documental de ese tipo: antropológico, incisivo y con un discurso político contundente”, explicó el crítico de cine Oswaldo Osorio.                

“Yo creo que el valor del trabajo de Marta es que ha logrado una obra absolutamente coherente y fiel a sí misma. Es una obra sobre lo que ella considera importante. Durante toda su carrera nunca ha traicionado su discurso y su compromiso con la realidad”, dijo Adriana Mora, docente de la Universidad Pontificia Bolivariana y magister en hermenéutica literaria.  

La labor de Marta es especial también por lo que significaba ser documentalista mujer en los años 70, en una industria dominada por los hombres. Además, su compromiso con ese oficio ha sido tal, que no ha dejado de dar frutos, no solo en las denuncias por violación a los derechos humanos, sino también por la riqueza estética del sin número de piezas que llevan su sello.

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Marta Rodríguez fue premiada con Paloma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Leipzig, Alemania; el Grand Prix en el Festival Internacional de Tampere, Finlandia, entre muchos otros. Recibió la Mención Honorable en el Festival Internacional de Cine de San Francisco, Estados Unidos; y tuvo varios reconocimientos por la defensa de los Derechos Humanos en varios países como Estados Unidos, Holanda, Francia y México. Sin embargo, su trabajo no es tan conocido como debiera.

“Paradójicamente, solo hasta hace unos años su obra ha sido objeto de varias retrospectivas”, dijo Osorio. Estuvo en 100 % Colombia Documental, en Paris, Francia en el 2005; Imago en Barcelona, España en el 2007; invitada de Honor al 50-DOK Leipzig en Alemania en ese mismo año. En 2008 recibió el premio a Toda una vida dedicada al cine por el Ministerio de Cultura y en 2015 fue premiada con un galardón similar en los Premios Macondo.

En su gran lista de cintas hay trabajos como La voz de los sobrevivientes, un documental —y a la vez una denuncia ante la Amnistía Internacional— sobre cómo la recuperación de tierras les cuesta la vida a líderes indígenas. También realizó Nacer de nuevo, sobre una pareja de ancianos sobrevivientes de la tragedia de Armero; y Amor mujeres y flores, acerca de las condiciones en que son explotadas las operarias de los cultivos de flores en la sabana de Bogotá.

A finales de los años 90 su hijo Lucas se unió a Marta para trabajar en Amapola, la flor maldita, Los hijos del trueno, La hoja sagrada, cintas que abordan las problemáticas cultivos ilícitos. Fernando Restrepo también decidió seguir sus pasos y trabajar hombro a hombro con Marta desde el año 2001. Desde entonces han hecho trabajos como Nunca más, Una casa sola se vence, Soraya, amor no es olvido; documentales acerca del drama vivido por las comunidades afrocolombianas del Urabá chocoano y antioqueño en los años noventa. Ahora este pequeño equipo de trabajo estrenará La sinfónica de los Andes.

“A veces me pregunto qué estoy haciendo. Pero en Marta encontré una amiga, una madre que me contagió el gusto contar lo que veía y también por hacer memoria, por construir documentos históricos, pero todo en medio de un juego con la imagen”, dijo Fernando Restrepo.

La carrera de Marta no ha sido fácil. Ella misma lo define como 50 años de ver “ríos de sangre, éxodos y exclusión”. Pero su compromiso con la lucha por la defensa de los derechos humanos es inagotable.

“Yo conozco a Marta desde que éramos jóvenes y siempre ha tenido una enorme consciencia social, siempre ha querido mostrar los dramas de la gente menos favorecida. Y sigue trabajando a pesar de que no hay muchos espacios de exhibición para esta obra, a pesar de que para hacer cada proyecto tenga que estar buscando dinero de muchas formas”, dijo Consuelo Luzardo, actriz y presidenta de la Academia colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas (Acacc).

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La Sinfónica de los Andes tiene algo de especial y es que ha sido desarrollada en el norte del Cauca, una zona azotada por la violencia, pero que durante el proceso de paz en Colombia ha tenido un cambio importante. “Sin duda, el ambiente ha cambiado, y las comunidades han regresado a sus territorios. En las temporadas que he estado he visto cómo es posible moverse con mayor facilidad, ya no se ven los explosivos con los que muchos niños morían… aunque todavía siguen asesinando líderes indígenas”, dijo Marta.  

Para ella como para Fernando, este documental es un espacio para la memoria y para ver cambios en una comunidad. “Es que si las personas de la ciudad no entienden los grados de violencia en las regiones no van a poder entender la importancia de la paz. Queremos mostrar la tierra como el eje del conflicto, pero también la importancia del respeto por el otro y el respeto por la vida”, afirmó Restrepo.

“Desde que empecé a hacer cine siempre he luchado por una causa— comentó Marta— Y sí, no es fácil hacer documental porque no cuentas con los recursos; y ganarse un estímulo para hacer una denuncia es casi impensable, pero no puedo dejar de hacerlo”.

*’La Sinfónica de los Andes’ ha sido financiado por una productora de Bolivia. Pero Marta y su equipo están haciendo una campaña por Indiegogo para conseguir el dinero necesario para terminar la posproducción del documental que esperan entregar en septiembre. Más información en este enlace.