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Para qué sirve la poesía

Alvaro Miranda
30 de noviembre de 2003

La poesía debe funcionar como una fotografía que es capaz de recoger en palabras, en un instante, en un golpe de luz, las imágenes que enfoca. Sólo la poesía salva del olvido lo que muchos en largas horas de discursos y conversaciones quisieron decir sin lograrlo. Un país que no respete a la creación poética es un país que coloca en su corazón un becerro de oro para adorar. La imagen poética se sustrae del becerro de oro para captar la deslumbrante energía que los pueblos y su habla construyen en el trajín de la cotidianidad. La palabra del poeta se dispara desde el lugar inesperado y en una fracción de segundos logra que lo negativo y lo positivo, la vida y la muerte aparezcan de cuerpo entero. Los vergonzantes de la palabra no perciben que sólo la poesía es capaz de medir en un verso por milésima de segundo, la falsa plenitud o los vacíos de la caída humana. Una nación, una cultura pueden reconstruir su pasado, presente y futuro en la medida en que la poesía las retrata con sus palabras. La antigüedad se puede visualizar porque Homero la retrató. Walt Whitman fue el único que pudo captar la fuerza de los hombres y mujeres que construían a Estados Unidos en el siglo XX. Sin Puskin Rusia sería en el recuerdo una gran estepa con cadáveres congelados en el frío y zares crueles. No hay texto de sociología, historia, antropología o filosofía que pueda explicar en brevedad la complejidad del hombre como lo hace una metáfora. Los seres humanos estamos hechos y desechos por la palabra y sólo la que coloca la imagen en la escritura puede precisar hasta dónde llega el vacío y la desesperanza que a diario trata de esconder la vida en la grandilocuencia. La estadística es grandilocuencia, la política es grandilocuencia, la economía es grandilocuencia. La poesía como una zorra de pelo mojado se instala en la mitad del gallinero de los grandilocuentes y desarma los falsos mundos con fotos fugaces, instantáneas, que muestran la piel y los pellejos que han caído de la carne viva en roja sangre. Dado a ello los sostenedores de la grandilocuencia sospechan de la poesía.