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Tenemos que hablar de Kevin

Una madre queda a la deriva después de que su hijo comete un crimen. Y nos hace preguntarnos sobre el origen del mal.

Manuel Kalmanovitz G.
21 de julio de 2012

Título original: We Need to Talk About Kevin

Año de estreno: 2011

Director: Lynne Ramsay

Guion: Lynne Ramsay y Rory Kinnear.

Actores: Tilda Swinton, John C. Reilly, Ezra Miller.

La primera película de la escocesa Lynne Ramsay, de 1999, se llama Ratcatcher y es sobre la vida de un barrio pobre en Glasgow donde descubren a un niño ahogado en un canal. Aunque no es solo sobre la muerte del niño, sí muestra cómo ese acontecimiento repercute suavemente en ese mundo marginal, con la delicadeza de las olas que levanta una piedrita al caer en un estanque.

En esta, su tercera película, Ramsay también muestra un acontecimiento trágico y sus repercusiones, aunque esta vez no tiene nada de suave. Es un meteorito lo que cae en el estanque, dejándolo destruído y con la tierra a su alrededor calcinada y desierta.

Es tal su magnitud que los tiempos colapsan, pasado y presente se chocan y confunden y Eva, la mujer en el centro de todo, debe luchar por entender lo sucedido, por recomponer el mundo que había antes y por dilucidar los motivos de su destrucción.

La película está basada en una novela de Lionel Shriver en la que, a través de cartas a su marido, esta mujer hace un recuento de lo sucedido y la película hace lo mismo, aunque sin ofrecernos la voz de la mujer, solo sus ojos grandes y adoloridos -los de Tilda Swinton, a quien siempre da gusto ver en pantalla­- y varios planos temporales.

Pero el cataclismo central está presente desde el comienzo, así que salgamos de eso: Eva y su esposo, Franklin (John C. Reilly), tienen un hijo al que llaman Kevin (Ezra Miller). Kevin crece y, días antes de cumplir los 16 años, hace una matanza en su colegio. Eva se vuelve una paria en su comunidad, pasa de tener una próspera empresa de guías turísticas a perderlo todo.

La película nos hace partícipes de su desconcierto y desubicación con saltos temporales y de color. Del presente gris y mal iluminado pasamos a un pasado colorido, a cuando ella era soltera y viajaba por el mundo: la muestran en España, en ese festival donde la gente se tira tomates, la vemos en Nueva York con su esposo antes de quedar embarazada y luego en una gran casa del noreste de Estados Unidos.

La pregunta central de la película ­­-y de la misma Eva- es sobre el origen de ese monstruo. Esta clase de asesinos ¿nacen o se hacen? ¿Es culpa de Eva por no haber sido mejor madre, por no haberlo querido más, por no ser más generosa y paciente, por resentir que el niño le quitara su juventud atomatada y sin ataduras? ¿O acaso el niño venía así y no había nada que ella hubiera podido hacer?

Aunque también puede ser, como lo sugiere el título, un problema de comunicación. Algo que se habría podido solucionar de haberse hablado a tiempo. La dificultad en este caso radica en que la maternidad es uno de esos temas cargados de preconceptos y silencios donde contemplar la idea de que sea posible terminar con un hijo psicópata es difícil, más aún, hablar al respecto.

Lo que hace la película brillantemente es compartir esa desubicación y esa búsqueda de explicaciones en un mundo que estalló en pedacitos.