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CAMILO CUERVO DÍAZ

La reforma laboral del trabajador informal

Comienza el año y llega cargado, como siempre, de buenos deseos y grandes propósitos. Después de un año muy difícil, es tiempo de hacer balances y determinar cuál es el mayor reto que tenemos los colombianos en materia de empleo, buscar soluciones y tratar de implementarlas.

Camilo Cuervo Díaz
15 de enero de 2021

Han sido numerosas las dificultades generadas por la pandemia; muchos colombianos han perdido su empleo, pero también muchos otros han logrado subsistir. Y la tragedia laboral no es peor gracias al ingenio de nuestro pueblo, que en la informalidad encontró una tabla de salvación. Numerosos colombianos redefinieron el concepto del “rebusque” por uno más sofisticado: ahora tenemos un país lleno de “emprendedores” que han hecho de todo para sobrevivir y salir adelante.

En los últimos meses, los colombianos víctimas del desempleo se volcaron a hacer tortas, panes, tapabocas, uniformes, a llevar domicilios e inventarse las cosas más inverosímiles. En todos los estratos y sectores de la sociedad, sin distinción, pudimos encontrar gente que con empuje y decisión logró llevar comida a sus hogares en medio de la crisis social y económica más profunda de nuestra historia reciente. Incluso, muchos han descubierto que en la “independencia” pueden tener un mejor futuro.

Ese nivel de resiliencia ante la adversidad es admirable, en especial porque siempre he pensado que la inteligencia no se mide por los títulos o los años de estudio, sino por la capacidad de adaptación ante situaciones difíciles. Entre más fácil y de mejor forma se adapte una persona a los retos que le presenta la vida, más inteligente será.

Ahora bien, esa adaptación y esos nuevos “emprendimientos” paradójicamente han conllevado a un incremento inusitado y desbordado de la informalidad. Es decir, esos emprendedores no cuentan con una afiliación al sistema de seguridad social, no tienen un contrato de trabajo, laboran por cuenta propia y, por lo general, acceden a ingresos de subsistencia que no son sostenibles en el tiempo.

Algunos estudios iniciales indican que, en medio de la pandemia, la informalidad en Colombia pudo haber superado el 70% de la población económicamente activa y que las mejores cifras de empleo de los últimos meses del año 2020 obedecen a que la gente se volcó a la informalidad. Es decir, en palabras más técnicas, hoy tenemos muchos menos trabajadores formales, pero muchos más colombianos que laboran por cuenta propia.

A pesar de que ese fenómeno alivia las cifras de desempleo de corto plazo, se trata de un desajuste estructural del mercado de trabajo que puede ser nefasto en el mediano y largo plazo. Esas personas que ingresan a la “independencia” en estos tiempos es probable que nunca logren regresar al mercado laboral formal y que estos años se pierdan para efectos de cotizar para una pensión, afectando de paso los ingresos de instituciones tan sensibles como el sistema de salud o de riesgos laborales.

A pesar de que el actual incremento de la informalidad es una reacción inmediata a la crisis de empleabilidad, también es cierto que la contratación laboral en Colombia se ha tornado en un privilegio del que gozan unos pocos, lo que hace de nuestra regulación laboral algo paquidérmico, inflexible y excluyente.

Antes de la pandemia, uno de cada dos colombianos era considerado trabajador informal y lo era porque nuestras instituciones laborales, pensadas para la primera mitad del siglo XX, lo excluían. Para un pequeño comerciante es muy difícil sostener a sus trabajadores con contratos de trabajo formales, con el pleno de las prestaciones sociales y sometidos a fuertes esquemas de protección a la estabilidad laboral. Ante esa realidad, la única alternativa fue y sigue siendo la contratación por fuera de las reglamentaciones contempladas en la ley laboral.

Esa realidad, innegable, demanda soluciones de fondo y eficientes. Muchos, especialmente los que sí tienen el privilegio de tener un contrato de trabajo, creen que hablar de flexibilizar el derecho laboral es pecaminoso, pero la sensatez indica que nuestro código laboral tan solo es aplicable a poco más del 20% de la población trabajadora de Colombia.

Es hora de propender por un gran acuerdo nacional que nos permita discutir nuevas estructuras laborales, simplificar esquemas prestacionales y permitir que esos nuevos emprendedores y que los trabajadores por cuenta propia, por ejemplo los domiciliarios, alcancen algún grado de formalidad.

Es necesario establecer una serie de regulaciones que permitan incluir a las dos terceras partes de los colombianos que se nos están quedando por fuera de la legislación laboral y de la seguridad social.

Debemos reconocer que el nuevo piso de protección social que impulsa el gobierno Duque es un avance en ese camino, pero el tema no se limita a facilitar el acceso a los sistemas de seguridad social, el reto es tratar de incluir a la inmensa mayoría de colombianos a esquemas laborales más flexibles, con reglas claras y que definitivamente cobijen a todos. La reforma se reduce a volver formal al informal.

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