Cada vez son más las personas que deciden estudiar desde su casa o su trabajo en un curso masivo online. | Foto: Istock

EDUCACIÓN

Los cursos en línea están más vivos que nunca

Su número crece año a año y gracias a la diversificación de la oferta, parecen ser cada vez más rentables. ¿Llegó finalmente su momento, tal como se pronosticó hace unos años?

22 de febrero de 2019

En 2012, Sebastian Thrun, fundador de Udacity, la primera gran plataforma de MOOC (Cursos en Línea Abiertos y Masivos, por sus siglas en inglés) en el mundo, llegó a decir que, gracias a la educación virtual, en 50 años solo habría 10 instituciones de educación superior en el mundo. No lo decía cualquier persona, ya que este alemán es algo así como el Elon Musk de la educación.

Emprendedor en el sector tecnológico, desarrolló una serie de sistemas robóticos que le valieron un gran reconocimiento internacional. Fue vicepresidente de Google y cocreó el sistema de navegación de Google Street View, las Google Glass y Stanley, el primer carro autónomo de la empresa en Sillicon Valley.

En 2011 se le ocurrió impartir clases en video sobre inteligencia artificial, desde la sala de su casa, con una cámara de baja resolución y servilletas en lugar de un tablero. 160.000 estudiantes de todo el mundo lo vieron. Así empezó el modelo de cursos que prometía cambiar el paradigma educativo.

Un año después, los cursos abiertos online gozaban su momento de mayor popularidad. El periódico estadounidense The New York Times incluso lo llamó “el año de los MOOC”. Algunos académicos de la Universidad de Stanford lanzaron Coursera, la plataforma de educación virtual más grande del mundo, y en menos de un año ya tenían 1,7 millones de estudiantes.

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Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts sacaron su versión, edX, y consiguieron que se matricularan 370.000 alumnos en sus primeros cursos. Parecía evidente que los MOOC iban a revolucionar la educación, llevando acceso y calidad a cualquier parte del mundo por un bajo precio –una promesa de la que hablan los educadores desde los años treinta, cuando una nueva tecnología, la de los cursos por radio, llevó a algunos pensadores a imaginar un futuro en el que unos “colegios en el aire” democratizaban, finalmente, el acceso a la educación–.

Pero, un año más tarde, Thrun se tragaba sus propias palabras, cuando tuvo que admitir que su modelo no funcionaba. “Nuestro producto es malísimo”, le dijo a la revista Fast Company.

De sus 1,6 millones de usuarios, solo el 10% culminaba los cursos (un número incluso alto comparado con el promedio de todas las plataformas de cursos masivos online: 6%). Claro, los MOOC empezaron siendo completamente gratuitos, por lo que no había un incentivo para tomárselos muy en serio (como perder la inversión en los modelos pagados).

Además, los certificados entregados por las plataformas tenían una incierta valoración en el mercado laboral. Por estas razones, la mayoría de estudiantes asistía por gusto o curiosidad y lo abandonaba cuando se aburría.

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Por eso, diferentes medios especializados sacaron la tajante conclusión de que los “MOOC habían muerto”. En 2014, una de las grandes plataformas de estos cursos, Udacity, incluso abandonó el modelo gratuito que la caracterizaba y en 2015 se mudó a un nuevo concepto: los Nanodegrees: cursos pagos que en 6 o 12 meses certifican a una persona en determinada competencia técnica, como por ejemplo un lenguaje de programación. Estos están pensados para (y con) empresas de tecnología, que requieren capacitar a sus empleados o a nuevo talento humano en saberes muy específicos y escasos en el mercado.

Sin embargo, a pesar de los pronósticos fatalistas sobre los cursos abiertos y masivos, el número de suscriptores en todo el mundo no ha hecho sino crecer. En 2018 había 101 millones de usuarios registrados en las plataformas de MOOC y cerca de 11.000 cursos en más de 900 universidades, según los datos publicados por Class Central, un motor de búsqueda especializado en educación en línea.

Eso es una cifra astronómica; el equivalente al 45% de todos los estudiantes matriculados en un programa de educación terciaria en el mundo.

“Originalmente, muchas personas pensaron que los MOOC iban a revolucionar la educación superior, causando que las universidades desaparecieran. Cuando eso no pasó, la narrativa mediática se volteó al otro lado, tratándolos de ‘fracaso’. Ambos enfoques fueron muy sensacionalistas; la realidad tiene más matices. Los MOOC están arraigados y muchas universidades los usan para aumentar su alcance, principalmente  dirigidos a profesionales que quieren capacitarse. Cada año hay más cursos y más personas que están encontrando a los MOOC por primera vez”, señala Dhawal Shah, fundador de Class Central.

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Aparecen las microcredenciales
Esta consolidación de los MOOC tiene que ver con sus nuevos modelos de negocio. Las microcredenciales son acreditaciones en un tema específico, que puede ser un curso o algo más grande (pero menos que un grado académico).

Los Nanodegrees de Udacity, por ejemplo, son una de estas. EdX tiene cursos como XSeries, MicroMasters y certificados profesionales; Coursera, programas especializados y certificados MasterTrack; FutureLearn, certificados de graduación y diplomas, por nombrar solo algunos.

Aparecieron en 2013 con los XSeries de edX y hoy en día prácticamente todas las plataformas de MOOC tienen uno. Para el estudiante, son una manera de acreditar su conocimiento; generalmente mediante medallas de información encriptada que se pueden poner en LinkedIn o en la hoja de vida para certificar habilidades y logros educativos. Y para la universidad, son una fuente de ingreso; la manera más efectiva de monetizar su curso gratuito.

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La lógica de la acreditación digital ha ayudado, por un lado, a tecnificar las hojas de vida. Estas permiten  desplegar la historia completa de la acreditación, las prácticas, cursos y metodologías que tuvo que pasar el estudiante; por lo que son mucho más completas que un simple papel.

“Ya nadie tiene sus hojas de vida archivadas en un computador. Ahora lo que interesa es mostrar los logros en línea en plataformas como LinkedIn. Las insignias digitales, al ser socializables, permiten evidenciarlos de manera más amable y con mayor información ante un eventual empleador”, señala Anabella Laya, jefe de marketing de Acreditta, una empresa colombiana pionera en la acreditación digital, que trabaja con el Banco Interamericano de Desarrollo, el Tecnológico de Monterrey, en México, y la Universidad Javeriana, en Colombia.

Pero lo más importante es que las microcredenciales han permitido una modalidad de encadenamiento de MOOC que enriquece la oferta de este tipo de plataformas. Con estas, varios cursos se agregan para obtener un set de competencias. Un especialista en mercadeo digital, por ejemplo, tiene que lograr la acreditación en el MOOC de Google Adwords y en el de Redes Sociales. Esto crea una ruta de aprendizaje flexible, que se adapta bastante bien a los tiempos o intereses del estudiante.

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Además, las plataformas de MOOC empezaron a diversificar su oferta con más opciones pagas; incluso, algunos  contenidos. Ya casi todos ofrecen maestrías, por ejemplo, que funcionan bajo la lógica de las microcredenciales (es decir, son más modulables) y se pagan a un pequeño precio, generalmente, más bajo que el de los programas virtuales tradicionales.

En parte gracias a eso, Udacity multiplicó sus ganancias el año pasado en 25%. Coursera, por su parte, las aumentó 40%, alcanzando los US$140 millones, una cifra récord para la compañía, según Forbes.

En ese sentido, los cursos abiertos masivos son cada vez menos ‘abiertos’, pero siguen siendo increíblemente masivos. De hecho, la cantidad de estudiantes solo crece y, hoy en día, los MOOC parecen ser una herramienta importante para complementar el sistema educativo tradicional.

Este artículo hace parte de la edición 41 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 018000-911100.