ENFOQUE
El renacer de una top model
Una explosión hizo que la venezolana María Luisa Flores replanteara su vida de actriz y modelo. Hoy, junto con la cirujana Jennifer Gaona y la psicóloga Adriana Liévano, trabaja para aliviar el dolor de niños quemados en Colombia.
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Tras modelar en las pasarelas de Tokio, Milán, Barcelona, París, Múnich, Londres y muchos otros lugares del mundo, la venezolana María Luisa Flores, por cosas de la vida, llegó Bogotá. Aquí echó raíces, reconstruyó su vida y estableció su futuro. Su historia de glamur y moda tuvo un giro inesperado en 2010. En una visita a Caracas, un contenedor de gas explotó en su casa y le causó quemaduras de segundo y tercer grado en el cuello, pecho y brazos.
Tras un trayecto de una hora para llegar a una clínica y vivir el suplicio de una Venezuela que empezaba a tener escasez de insumos médicos, esta mujer de facciones finas y cejas pobladas permaneció dos meses hospitalizada. La situación de su país natal era un mal augurio para su recuperación, así que decidió viajar a Bogotá. Allí encontró a la doctora Jennifer Gaona y, con ella, la esperanza de volver a trabajar como actriz.

La técnica ‘colombianizada’ de cultivos de piel en laboratorio le permitió recuperar los tejidos afectados y continuar con su carrera, en la que hoy se cuentan contratos en más de 13 telenovelas internacionales y campañas con reconocidos diseñadores como Yves Saint Laurent. “Le implantan las láminas de piel al paciente donde tiene la herida abierta. El procedimiento es ambulatorio, no implica un dolor adicional por los injertos de piel y los resultados son fabulosos”, detalla la cirujana plástica.
Luego del procedimiento, la psicóloga Adriana Liévano, que coincidencialmente también había sufrido quemaduras cuando tenía 14 años, ayudó a Malú –como le dicen cariñosamente a María Luisa– en el proceso de aceptación emocional de sus cicatrices. Malú entendió que superar las heridas físicas y psicológicas de las quemaduras no era fácil, y se unió con Adriana y Jennifer para crear la Fundación Inti (sol en lengua quechua). Desde hace seis años ellas ayudan a suplir las necesidades para la recuperación de las personas sobrevivientes de quemaduras en Bogotá.
En alianza con Shriners Hospitals for Children, la fundación ha enviado a 13 niños colombianos a recibir tratamiento integral y gratuito en Estados Unidos. Y en Bogotá brinda atención psicológica, tratamientos y cirugías. Tienen la meta de crear una unidad de quemados que les haga más llevadero el dolor a las cerca de 40.000 personas que cada año sufren quemaduras en Colombia por accidentes con fuego, líquidos hirvientes, electricidad o sustancias químicas. Por ahora, las tres buscan los recursos para hacer realidad ese sueño.
Las cicatrices que María Luisa lleva en su cuerpo le recuerdan constantemente que debe agradecer lo que tiene. La ayudaron a ser más compasiva y a ponerse en la piel del otro, pese a que aceptarse no fue fácil. “Es un trabajo que le ha dado sentido a mi vida”, dice esta amante de la comida mediterránea que, como una venezolana más en Colombia, decidió emprender. Tiene en Bogotá dos restaurantes con una nómina de casi 40 empleados. Trabajar como chef le quitó los traumas que tenía con el fuego.


