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Tras la huella de Amelia

Una foto y una excavación arqueológica revivieron el debate sobre el paradero de la aviadora Amelia Earhart, justo 80 años después de su misteriosa desaparición. La historia de la pionera vanguardista no deja de cautivar.

15 de julio de 2017

Amelia Earhart primero cautivó al mundo entero y luego lo hizo llorar. Con sus hazañas en aire y en tierra labró un papel distinto para la mujer. En 1928 se había convertido en la primera en hacer parte de una tripulación que atravesó el Atlántico, un hecho que la convirtió en lo que hoy sería una especie de estrella de rock. Ella, en una manifestación de modestia, matizó el logro diciendo que antes que precursora se había sentido como “una maleta”. Por eso, en 1932, contra prejuicios de género y muchos escépticos, atravesó el mismo océano al mando de su avión, como ninguna mujer lo había hecho antes.

En el pico más alto de su fama, pionera de los aires, educadora, ícono feminista y vanguardista de estilo, Earhart persiguió un reto aún mayor: darle la vuelta al mundo. Pero la misión que emprendió en un moderno bimotor Lockheed Electra E10, con su navegador Fred Noonan, fue la última. El 2 de julio de 1937, tras una comunicación registrada a las 8:43 de la mañana, desapareció para siempre. La noticia sumió al mundo en el llanto colectivo. El presidente Franklin D. Roosevelt y el marido de Amelia, el editor neoyorquino George Putnam, enviaron varias misiones de búsqueda que no dieron fruto. Por fin, y ante el desconsuelo general, las autoridades la declararon muerta en 1939.

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Junto con el secuestro y asesinato del hijo de Charles Lindbergh, el primer piloto en atravesar solo el Atlántico en 1927, el paradero y la muerte de Amelia Earhart constituyen uno de los misterios más comentados y recurrentes de la aviación y de la sociedad del siglo XX. Pero mientras en el caso de Lindbergh el incidente llegó al menos a un cierre parcial cuando apareció el cadáver, el misterio de Amelia sigue obsesionando a científicos, arqueólogos e historiadores. A eso apuntaron, por separado, The History Channel con un documental emitido la semana pasada y la National Geographic Foundation con una investigación que conduce a una pequeña isla coralina del Pacífico sur. Ambas han puesto de nuevo el tema en el tapete con resultados y rigor bien distintos.

Amelia Earhart: The Lost Evidence, producido y emitido por la cadena de cable, basó su premisa clave en una foto. Según los expertos consultados, la imagen prueba que Earhart y su navegante no murieron al chocar contra el océano, sino que fueron capturados y rescatados por los japoneses y llevados a las Islas Marshall en 1937, cuando estaban bajo dominio nipón. El programa analizó los perfiles y la proporción de los cuerpos, pero la alegría no les duró mucho. Al día siguiente, blogueros japoneses desvirtuaron el documental al probar que la fotografía se encontraba en un libro nipón de 1935. History Channel expresó en su cuenta de Twitter que verificaría su información y fuentes, pero al cierre de esta edición no había contestado oficialmente.

Por otro lado, con mucho más rigor, pero también contra las probabilidades, la National Geographic Society y The International Group for Historic Aircraft Recovery (TIGHAR) siguen los pasos de Earhart para tratar de revelar su desenlace. Para ello realizaron desde comienzos de julio una operación de rastreo de restos humanos con la ayuda de cuatro perros border collie, en la isla Nikumaroro, en Kiribati. Buscan encontrar pruebas científicas de que Earhart y Noonan, al no encontrar la isla Howland –su destino a tres cuartos del recorrido–, aterrizaron forzosamente 670 kilómetros más lejos, en los corales de la isla Nikumaroro, pero no lograron sobrevivir. Plantean que Noonan murió casi de inmediato, y que Earhart sobrevivió, armó fogatas, trató de recolectar agua de árboles y ramas, pero a la larga también sucumbió.

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Esa teoría tomó fuerza desde 1940, cuando un oficial británico aseguró haber visto allá restos humanos. En 2001, varios investigadores dieron con un árbol clave siguiendo las indicaciones del oficial, y con el paso de los años y la sumatoria del trabajo de varios antropólogos obsesionados encontraron, entre otros objetos, una navaja, una crema para disfrazar pecas (lo que Earhart hacía) y una especie de repelente, que podrían señalar la presencia de alguien.

Los miembros de la alianza NatGeo Society y TIGHAR aseguran que solo con evidencia científica se puede probar algo, y todavía no existe. Visitaron la isla, establecieron un perímetro de búsqueda y soltaron a los caninos de manera alternada. Los cuatro señalaron al árbol, lo que parece probar que allí murió un ser humano, pero no encontraron huesos. Los investigadores tomaron entonces muestras de tierra que enviaron a laboratorios en Alemania que tratarán de recuperar un rastro de ADN para confirmar o descartar de quién se trató. Quizás en meses se tengan conclusiones.

El arqueólogo Fred Hiebert, parte de la exploración, confiesa que las posibilidades son mínimas por las condiciones tropicales de la isla Nikumaroro. Y si no aparece nada, seguirán agotando hasta el último recurso y posibilidad. Como relata la Nat Geo, ya existe un plan para buscar los huesos en Tarawa, adonde otras pistas llevan la historia.

Detalles de pasión, estilo, aire

Amelia Earhart odiaba sus pecas y las ocultaba, al igual que sus tobillos, que consideraba gordos. Por esto adoraba usar pantalones. Sumando detalles prácticos y personales, ella creó un estilo propio de moda que muchos tildaron de “elegancia andrógina”, caracterizado entre varios matices por bufandas que diseñaba ella misma y por el color café, que puso de moda durante años.

Susan Butler, hija de una aviadora, escribió East to the Dawn, la más reciente y completa biografía de Earhart, que enriqueció con anécdotas de un trabajo inédito de Janet Mabie. Cuenta allí que, además de ser una pionera sin igual, Earhart demostraba talento para los negocios. Los aviones le generaron atención y fama, pero pasó la mayoría de su tiempo en el

lecture circuit, es decir, enseñando y dictando conferencias. También sacaba el tiempo para publicar artículos y libros, y murió con un lucrativo contrato firmado para narrar su experiencia luego de darle la vuelta al mundo.

Ciertos comentaristas aseguran que, como aviadora, Amelia tenía unos instintos inigualables, pero carecía de maestría técnica, y por planear sin precisión pudo haber perdido la vida. Butler los contradice en su libro cuando sentencia que era una piloto excepcional, y jamás hubo una mejor.

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En lo que concierne a su vida amorosa, se casó por fin con Putnam en 1931 tras seis propuestas, pero fue clara y dominante con él. Le escribió que probarían su vida juntos, pero sin quedar atados, sin cerrar la puerta a volar con alas propias. Se asegura que Gene Vidal, padre del ensayista Gore Vidal, fue su amante y verdadero amor.

Nació en Kansas, su padre alcohólico y su madre tuvieron desencantos y reencuentros. Ella se proyectó como trabajadora social, todera, que manejó camiones de transporte de arena cuando le tocó para ganarse unos dólares. Luego de ver un show aéreo, a sus 23 años, su destino quedó atado a volar. Desde esa pasión inspiró a la población a través de su acción y palabra.

Dada su enorme relevancia e impacto, es curioso que el cine no le haya hecho un real homenaje. Sin pena ni gloria, Hillary Swank, Amy Adams (y Rosalind Russell, en 1943) la encarnaron en la pantalla grande, y Diane Keaton lo hizo en una película de televisión, pero no hay una cinta tan relevante como el personaje. Sobre el momento mágico en el que surgió, Butler concluye, “En la época, volar para las mujeres era algo más que cumplir un sueño buscado desde Ícaro. Se trataba del verdadero escape, la total maestría sin interferencias, la liberación total”.