Home

Gente

Artículo

John F. Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de 1963. Es recordado como uno de los mejores presidentes de Estados Unidos. Pero el mito supera la realidad, pues no logró cambios importantes en su gobierno. | Foto: AFP

ANIVERSARIO

El mito Kennedy cumple 50 años

Una mirada detallada a su vida y su gobierno demuestra que ser mártir le sirvió y que no fue el héroe que recuerdan.

9 de noviembre de 2013

Era tan guapo que parecía más un actor que un político. Su sonrisa constante cautivó a millones y su mirada, su altura, la gracia con que se expresaba fueron motivo de fascinación. Cincuenta años después de su muerte, John Fitzgerald Kennedy vive en el imaginario colectivo como un gran presidente. 

Los estadounidenses lo recuerdan con melancolía, no solo por el hombre que fue sino por la época que representó: un tiempo romántico, en el que todo era posible. Su imagen se ha inflado tanto que ya se ha convertido en un mito, pero la realidad es que no fue un gran presidente. Kennedy incumplió la mayoría de sus promesas políticas y su vida privada estuvo plagada de infidelidades y secretos. 

Kennedy llegó a la Casa Blanca a los 43 años. No solo era el presidente más joven en ser elegido –y lo sigue siendo–, sino que era el primero nacido en el siglo XX. Había vuelto de la Segunda Guerra Mundial convertido en un héroe: tras un ataque a su lancha torpedera, salvó a diez de sus compañeros e incluso cargó con uno de ellos, que estaba muy herido, hasta una isla cercana. 

Su energía y juventud contrastaban fuertemente con Dwight Eisenhower, de 70 años, a quien reemplazó en la Presidencia. Inauguró los debates por televisión con su oponente republicano, Richard Nixon y, sin duda, su físico atlético y sus habilidades como orador le ganaron automáticamente muchos votos. Como su imagen era su fuerte, la televisión fue su mejor aliada. De hecho, fue el primer presidente del mundo en entender el potencial de ese medio. 

Su esposa Jacqueline y sus hijos Caroline y John Jr. eran tan fotogénicos como él. La primera dama era bella, elegante y aunque pertenecía a la más alta aristocracia, también era sencilla. Las escenas de Kennedy como papá amoroso y devoto con sus dos niños cambiaron el semblante acartonado de la Casa Blanca. Era una familia con la que el común de los estadounidenses se sentía identificado. De hecho, como presidente les dio muchísimo acceso a los fotógrafos para que retrataran su vida privada y nunca se opuso a que se publicaran imágenes de su familia en momentos íntimos. Sabía que todo eso le favorecía. 

Kennedy simbolizó una generación joven que había luchado en la Segunda Guerra Mundial por un futuro mejor. Y para eso bien sabía que se necesitaba acción. Durante su campaña electoral insistió en que Estados Unidos estaba estancado por culpa de los republicanos y que su gobierno traería dinamismo y cambio. Kennedy dio esperanza al país y transmitió una enorme pasión por empujarlo hacia un porvenir de grandeza. Los estadounidenses lo escuchaban y creían que, con él, todo era posible.

Pese a todo su encanto, no arrasó en las elecciones. De hecho, las ganó por poco. Se especula que su padre, Joseph Kennedy, compró los votos de algunos estados importantes para asegurar la victoria de su hijo. Joseph estaba obsesionado con la carrera política de Jack, como lo llamaba su familia. 

Su plan inicial era que su primogénito, Joe Jr., llegara a ser presidente, pero murió en la guerra. Traspasó entonces sus esperanzas a su segundo hijo y le financió su carrera política desde que se lanzó al Senado. El patriarca era uno de los hombres más ricos de Estados Unidos 
–entre otras cosas, la leyenda dice que se lucró con la prohibición del alcohol– y utilizó su dinero y sus conexiones sin pudor para ayudar a su hijo (ver recuadro). 

La ambición política no fue el único legado que Kennedy heredó de su padre. Como él, Jack tuvo una larga lista de amantes antes y durante su matrimonio. Jackie las padeció todas, desde las practicantes adolescentes que trabajan con ella hasta las prostitutas con las que su esposo hacía fiestas en la piscina de la Casa Blanca. 

Durante su mandato la prensa no ventiló sus indiscreciones, porque tanto su esposa como los agentes del servicio secreto lo impidieron. Pero con el tiempo comenzaron a sonar sus romances con Marilyn Monroe y otras actrices, así como un triángulo amoroso entre él, el mafioso Sam Giancana y Judith Campbell Exner, una mujer que les presentó Frank Sinatra –muy amigo de la familia Kennedy y con estrechos lazos con la mafia de Chicago–. 

Con el tiempo también se descubrió que su vigor y atletismo eran tan falsos como su fidelidad marital. En 2002 los medios accedieron a su historia médica y se supo que padecía la enfermedad de Addison, que causa que las glándulas suprarrenales, que controlan las respuestas al estrés y el azúcar, el potasio y el sodio en la sangre, no produzcan suficientes hormonas. 

Desde pequeño estuvo entrando y saliendo de hospitales por muchas enfermedades, incluso en un momento se pensó que tenía leucemia. Sufrió de úlceras e infecciones gastrointestinales sumadas a problemas severos en la columna, por los que lo operaron en 1954. 

Tantas enfermedades hicieron inevitable que Kennedy viviera bajo el efecto de las medicinas. Tomaba analgésicos, antiespasmódicos, antibióticos, antihistamínicos e incluso antipsicóticos, todo al mismo tiempo. Tenía una docena de médicos, entre ellos Max Jacobson, un alemán famoso por prescribirle a celebridades anfetaminas para la fatiga y la depresión. A Kennedy también se las suministraba, junto con inyecciones para el dolor de espalda. Cuando sus más cercanos colaboradores cuestionaban ese cóctel de fármacos, el presidente respondía: “No me importa si es orina de caballo, funciona”. 

Un repaso de su corto periodo presidencial deja claro que tampoco fue el líder eficiente que muchos creen. Aunque lo recuerdan como el gran defensor de los derechos civiles, en realidad Kennedy fue más cauteloso que otra cosa. Durante las manifestaciones de los Freedom Riders (un grupo de estudiantes negros y blancos que viajaron juntos en autobuses por el sur del país en protesta por la segregación), Kennedy se mantuvo al margen y casi en total silencio. 

Su posición era que el racismo debía terminar pero no creía que las manifestaciones fueran la manera, pues sentía que hacían quedar mal a Estados Unidos ante el resto del mundo. De hecho, por mucho tiempo no se atrevió a reunirse con Martin Luther King Jr. públicamente y mantenía al líder negro bajo vigilancia. “Robert Kennedy, entonces procurador general, chuzó los teléfonos de King con la intención de chantajearlo”, dijo a SEMANA Richard Walter, profesor de la UCLA que ha estudiado y escrito sobre los Kennedy. 

Al parecer, intervenir comunicaciones no era cosa rara en el gobierno de Jack. Según Richard Reeves, autor del libro El presidente Kennedy: un perfil del poder, “El FBI y la CIA instalaron docenas de aparatos para intervenir teléfonos bajo órdenes de Robert. Transcripciones de las conversaciones de congresistas, ejecutivos, periodistas e incluso funcionarios de su gobierno se dejaban en el escritorio del presidente de manera rutinaria”. 

Seymour Hersh, un periodista que durante años se dedicó a estudiar la historia de Jack, asegura que “Kennedy era mucho más corrupto y manipulador que otros presidentes de la postguerra. Nixon era un amateur en comparación con él”. Hersh se refiere al escándalo de Watergate que Nixon protagonizó en 1972. 

También se ha especulado que, de haber vivido, Jack se habría retirado de la guerra de Vietnam. La realidad es que durante su gobierno la participación del país pasó de unos cientos de consejeros militares a 17.000 combatientes estadounidenses en territorio vietnamita. Además, los hombres que más apoyaron la guerra en el gobierno de Lyndon Johnson, sucesor de Kennedy, fueron el secretario de Defensa, Robert McNamara, y Dean Rusk, el secretario de Estado, ambos funcionarios de la administración Kennedy. 

De las demás dificultades que enfrentó en su gobierno –la invasión de bahía Cochinos y las relaciones con el líder soviético, Nikita Khrushchev– solo tuvo un momento de gloria: la crisis de los misiles en Cuba. Al ordenar bloquear los barcos soviéticos en vez de bombardear la isla, Kennedy evitó que estallara la tercera guerra mundial.

Durante su campaña prometió que una nueva ley de derechos civiles se discutiría en la primera reunión del Congreso, en enero de 1961. Dos años más tarde todavía no existía semejante proyecto de ley y tanto el movimiento por la igualdad como los grupos feministas reclamaban por la falta de iniciativa. El problema era que Kennedy tenía muy mala relación con el Congreso que, aunque estaba conformado por una mayoría demócrata, no aprobó casi ninguno de sus proyectos. Para él, el poder legislativo era un obstáculo y no un aliado, y no supo conseguir el apoyo que necesitaba.

Pero durante el gobierno de Johnson, quien logró pasar sus leyes en honor al presidente asesinado, muchas de sus ideas se concretaron. Así, el sucesor ayudó a construir su imagen de mártir. 
Y es que morir joven y convertirse en el mártir de todo un país tuvo mucho que ver en la creación de su mito. En 1963 Kennedy estaba en la cima y la muerte lo dejó para siempre en ese momento de popularidad. 

Además, su corto gobierno dejó abiertas miles de posibilidades y por más escándalos que salgan a la luz, su aura de santo no se ensombrece pues el recuerdo sentimental es más poderoso que el intelectual. Como dice Walter: “La gente no lo recuerda con la cabeza sino con el corazón”.

Y el corazón no solo evoca al hombre, sino a una época dorada que él representó, conocida como Camelot. Jackie acuñó el término en una entrevista que dio poco después de la muerte de su esposo, en la que contó que antes de dormir, al presidente le gustaba escuchar una canción que decía así: “No debes olvidar que una vez hubo un lugar, por un luminoso breve momento, llamado Camelot”.

Una dinastía trágica

Descendientes de campesinos irlandeses, los Kennedy se convirtieron en la realeza estadounidense gracias a la ambición del patriarca Joseph. Durante la crisis de 1929 Joe acumuló una dudosa e inmensa fortuna con inversiones en la Bolsa de Nueva York, finca raíz y licores al terminar la prohibición. Luego de una criticada gestión como embajador de Estados Unidos ante Reino Unido, se empeñó en impulsar las carreras políticas de sus hijos. Soñaba con que alguno de ellos llegara a la Casa Blanca, pero pagó un costo muy alto por ese designio. Además de John F., las vidas de cuatro de sus hijos y de uno de sus nietos estuvieron marcadas por la tragedia.

Joseph Jr. (1915-1944): 
Era el mayor del clan. Fue el primero en el sueño de su padre de llegar a la Presidencia, pero murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial. La noticia fue un golpe duro para la familia. Luego de su muerte, Joe se concentró en lograr lo mismo con John. 

Rosemary (1918-2005): 
Creció con dificultades de aprendizaje y con el tiempo se volvió mentalmente inestable. A los 23 años, su padre ordenó que le hicieran una lobotomía. Rose nunca se recuperó y pasó el resto de su vida en un hospital psiquiátrico. 

Robert (1925-1968): 
Tras ser procurador durante el gobierno de John, fue asesinado justo después de ganar las primarias de California para la candidatura presidencial demócrata. El homicida, un palestino cristiano, dijo que lo mató por apoyar al Estado de Israel. Hoy sigue pagando cadena perpetua. 

Edward (1932-2009): 
En 1969 perdió todas las opciones de llegar a la Presidencia cuando después de una fiesta rodó a un lago en su carro en el cual viajaba con su secretaria, que se ahogó en oscuras circunstancias. Nunca fue arrestado, a pesar de que solo reportó el incidente al día siguiente. 

John Jr. (1960-1999): 
El primogénito del presidente Kennedy murió junto a su esposa y su cuñada en un accidente aéreo que él mismo provocó. A pesar de que era un piloto principiante, John decidió manejar su avioneta de noche sin la ayuda de un instructor. Hacia el final del recorrido se estrelló contra el agua. 

¿Quién lo mató? 

El asesinato de Kennedy sigue siendo un misterio y la búsqueda de una respuesta ha llevado a crear todo tipo de teorías. 

Una de las hipótesis más absurdas asegura que su propio conductor le disparó. Otras, más plausibles, sostienen que hubo una conspiración. Las teorías empezaron el día de su muerte y se agudizaron cuando el primer reporte oficial del homicidio, la Comisión Warren, concluyó que el autor material, Lee Harvey Oswald, asesinó al presidente sin la ayuda de nadie. 

Pero muchos rechazan ese veredicto. A Oswald lo mataron dos días después del magnicidio y eso llevó a que muchos sospecharan que el gobierno ocultaba algo. De ahí en adelante la posibilidad de un complot encontró respaldo en los hallazgos de la HSCA, un comité gubernamental creado en 1976 para investigar el asesinato. Esa comisión determinó que lo más probable era que, además de Oswald, otro hombre le hubiera disparado al presidente. El comité, sin embargo, no identificó al segundo francotirador ni a quienes estuvieron detrás del crimen. 

El tema se calmó por un tiempo hasta que la polémica cinta de Oliver Stone, JFK, resucitó el interés de la gente en 1991. Gracias al éxito de la película, el año siguiente el Congreso pasó una ley para hacer pública toda la información clasificada del caso. A pesar de esto, hoy todavía no se ha llegado a un consenso sobre quién mató al presidente y se siguen barajando las mismas posibilidades: la CIA, el FBI, los soviéticos, los cubanos, los mafiosos o una alianza entre algunos de estos. 

De todas formas hay quienes se mantienen optimistas, pues el gobierno aún no ha revelado todos los documentos por razones de seguridad nacional. Los archivos que faltan tendrán que salir a la luz por ley antes de 2017.