Home

Gente

Artículo

VIAJERO

El colombiano que descubrió China

A propósito de la visita del presidente Santos al Imperio Celestial, esta es la historia del aventurero que hace 160 años se convirtió en el primer colombiano en llegar a Asia.

5 de mayo de 2012

Recorrer el mundo en el siglo XIX en nada se parecía a lo de hoy. Los viajeros solían vivir tantas peripecias y descubrir culturas tan desconocidas que al volver a casa era casi obligatorio sentarse a escribir un libro. Estas crónicas eran la única manera de conocer cómo vivían otros pueblos, cuando la comunicación era virtualmente inexistente. Los destinos, entonces idealizados y apartados, eran casi siempre los mismos: Italia, España, Alemania y, por supuesto, Francia. Ocasionalmente alguno se aventuraba a Grecia o a Tierra Santa. Pero muy pocos viajeros llegaron tan lejos como Nicolás Tanco Armero, un cazafortunas que se convirtió en el primer colombiano en pisar tierras chinas.

El aristócrata bogotano, hijo del último ministro de Hacienda de Simón Bolívar, se había metido en problemas con el gobierno liberal de José Hilario López y resolvió buscar fortuna en otros lugares. En 1853, con apenas 21 años, dejó la Nueva Granada y comenzó una travesía que le conduciría a Jamaica, Francia, Egipto y Ceilán (hoy Sri Lanka), antes de recalar en Hong Kong.

Los detalles de su apasionante periplo quedaron grabados en las páginas de Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia. El punto central de su relato fue el tiempo que pasó en el Imperio Celestial, un "país vedado por tantos años a la luz de la civilización".

Tanco viajaba sin un rumbo fijo, pero uno de sus primeros destinos marcó el resto de su itinerario. En Cuba, entonces todavía colonia española, varios empresarios le encomendaron una misión muy rentable: traer mano de obra china a las plantaciones azucareras de la isla. Así que, dos años y una decena de países después, llegó al puerto de Hong Kong.

Mientras intentaba reclutar coolies, Tanco llenaba sus cuadernos de viaje con detalles de la cultura que tanto lo había maravillado: las cabezas rapadas y trenzas largas de los hombres, las almohadas de madera o las leyes que prohibían el matrimonio entre músicos y comediantes. "Es un hecho digno de observación que casi no hay acto en la vida que los chinos no ejecuten exactamente al revés de nosotros", concluye.

Los extranjeros solamente tenían permiso para visitar cinco puertos chinos. Al colombiano, sin embargo, le producía mucha curiosidad ver cómo era la vida "China adentro". "Los europeos se hallan encerrados en un cuadrito y ¡ay del que se atreva a pasar los límites! que será destrozado por los habitantes, que no pueden tolerar la visita de los 'fanguais' o diablos de Occidente", escribe.

Pero Tanco logró convencer a un misionero británico que aceptó guiarlo con la única condición de que se disfrazara. "Me fue preciso acceder a esta justa exigencia. No sin gran pena, pues tenía que raparme la barba y la cabeza", relata. También tuvo que usar unos pantalones bombachos, una saya y zapatos de madera.

Durante la excursión una multitud intentó apedrearlos. En medio de sus nervios, Tanco sacó una pistola e hirió a sus perseguidores. La muchedumbre se abalanzó sobre ellos y los capturó para llevarlos ante el virrey de Fuzhou. Los dos hombres temían por sus vidas: "Cuando se trata de ser cruel, los asiáticos lo son en superlativo grado". Pero se libraron de esa suerte gracias a los oficios del cónsul inglés.

El frustrado comerciante decidió emprender el viaje de regreso. Acababa de estallar la Segunda Guerra del Opio y era una locura permanecer allí. Finalmente arribó a Bogotá en 1860, siete años después de haber partido. Pero no pudo quedarse mucho tiempo. Luego de casarse, organizó dos viajes más, en compañía de su esposa, a Filipinas, Indonesia, China y Japón. Ya no era un muchacho en busca de su destino, sino un trotamundos, el primero del país.