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Silvia Galvia con sus nietas Mariana y Sofía, y su nieto Sebastián. | Foto: CORTESÍA DE VANGUARDIA LIBERAL

HOMENAJE

La herencia de una gran periodista, Silvia Galvis

Su legado es una obra periodística y literaria tan sensible y apasionada como su corazón y tan recia como su carácter.

María Teresa Ronderos, directora Semana.com
21 de septiembre de 2009

La periodista bumanguesa Silvia Galvis Ramírez, quien falleció a mediodía de este domingo 20 de septiembre, deja de herencia sus críticas y divertidas novelas, sus libros periodísticos de fondo y la memoria de una ocurrente y brillante columnista de opinión.
 
Realizó investigaciones periodísticas para que no se nos olvidara la historia de dictadores y miserias del pasado y con su esposo, el gran periodista investigativo, Alberto Donadío, escribió Colombia Nazi (1986) y El Jefe Supremo (1988), este último una reconstrucción descarnada de la dictadura de Rojas Pinilla de mediados de los cincuenta.
 
También publicó reportajes sobre las vidas de ocho mujeres colombianas, Vida Mía (1994) e hizo el libro periodístico Los García Márquez que retrata a los personajes de la familia de Nobel con inmensa calidez (1996). Más tarde, en 2001, publicó De parte de los infieles, una recopilación de sus mejores columnas de opinión. Estas piezas inolvidables de periodismo que publicó en Vanguardia Liberal, el periódico de su familia, en El Espectador, su casa por muchos años y, luego, en la revista Cambio, marcaron historia por su estilo cargado de humor crítico. Sus frases lapidarias y cortantes que parecían a veces divertidas exageraciones, retrataban la corrupción y la doble moral con toda realidad.

Sus novelas, siempre con una inmensa investigación histórica o periodística detrás, eran divertidas sátiras de la triste historia nacional, ultra liberales y blasfemas. ¡Viva Cristo Rey! (1991), Sabor a Mí (1995), Soledad (2002) y La mujer que sabía demasiado (2006) y Un mal asunto, un manuscrito en imprenta, que reconstruye el asesinato de la política Marta Catalina Daniels. Una vez, poco después de haber publicado Soledad, una reconstrucción minuciosa de la vida de la segunda esposa del ex presidente Rafael Núñez, Soledad Román de 888 páginas, le pregunté cómo andaba. Ella, contestó burlona, que feliz, ¡cómo no iba a estarlo después de haber tenido 888 páginas para echar sátiras contra los curas y los godos!

También publicó una obra de teatro De la caída de un ángel puro por culpa de un beso apasionado, en 1997 que fue llevada a escena unos años después.

El legado más importante de Silvia para sus colegas, sin embargo, no es ninguna de estas maravillosas obras. Su herencia es de valentía y verticalidad. La verticalidad que tuvo para denunciar los abusos de los militares y la corrupción de los políticos cuando dirigía la unidad investigativa de su diario; la valentía que demostró cuando asumió la dirección de Vanguardia, justo después de que una bomba del narcotráfico intentara callarlo.

En estos tiempos de morales elásticas, Silvia no tranzó nunca, a riesgo de pasar por anticuada. Cuando muchos se hacían los de la vista gorda frente a los abusivos y traficantes de influencia, los blandos que se acomodaban a cualquier ética pública con tal de mantenerse en el poder, quizás para no desentonar o quedar como un intenso, ella se mantenía firme como riel. No es que juzgara, sino que no hacía concesiones.

La otra cara de la Sivia mordaz que no claudicaba ante la bobería nacional, heredera de las mejores costumbres santandereanas de ética y coraje, era una mujer dulce y una amiga incondicional. En los últimos años había enfermado con un mal raro y difícil de diagnosticar, eso la llevó a enclaustrarse en su casa de Bucaramanga, a pasar el mayor tiempo posible con sus nietos a quienes adoraba, y con su familia.

A riesgo de que Silvia, desde el otro mundo, se esté burlando de mí por convertirla en estandarte moral, quiero cerrar este homenaje a esa vida valiosa que se perdió este domingo con un apunte personal. Estoy triste porque perdí a una amiga entrañable, pero sobre todo me siento muy sola, porque Silvia siempre fue mi norte ético; ante las dudas que tenía, siempre pensaba cómo hubiera reaccionado ella; qué hubiera hecho o dicho, y trataba de emularla. La verdadera “apóstol del periodismo” era ella.

A Alberto, a Sebastián, a Alexandra y a sus hermanos, Hortensia, Cuco y Virgilio, un abrazo sentido en estos momentos desconsolados.