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LA VASCA

La primera dama del sanedrín prefiere el canto y la actuación a la política

14 de marzo de 1988


Gustavo Vasco, la eminencia gris del gobierno actual, tiene su propio sanedrín y es tan particular que está compuesto por una sola persona: su esposa, Silvia Moscovitz, una brasilera, con quien contrajo matrimonio hace 35 años en París.

Lo que ningún televidente colombiano se imaginaría es que Silvia Moscovitz y Floraine, la mamá de Luis Gerardo, en la serie de televisión "Jeremias mujeres mias", son la misma persona.

Y es que resulta extraño que una mujer acostumbrada a que en su casa se tomen las grandes decisiones del país y de que cualquier ministro le haga antesala a su marido, se encuentre un día de la semana, maletín en mano, esperando la buseta.

Julio César Luna, director de esta serie, dijo a SEMANA que cuando tuvo en sus manos el libreto de la serie "Jeremias mujeres mias", y leyó la descripción de Floraine (una mujer madura, que ha pasado mucho tiempo en Alemania, que ha criado sola a su hijo y que es muy radical y exigente en cuanto al comportamiento de las personas que la rodean) de inmediato pensó en ofrecerle el papel a "la Moscovitz", su profesora de fonoaudiología y su amiga desde hace muchos años. "Dudé un poco que aceptara --dice Julio César Luna--pero de todos modos me arriesgué". La que no dudó en aceptar el ofrecimiento fue Silvia, a quien la actuación la seduce desde hace muchos años.

¿Y quién es Silvia?
La madre de Silvia nació en Besarabia (URSS) y el padre en Checoslovaquia, se radicaron en 1925 en Río de Janeiro y allí nacieron 2 niñas Moscovitz. Silvia, después de graduarse como odontóloga y cantante en Río, obtuvo una beca para estudiar canto en París. Allí conoció a Gustavo Vasco y se casaron.

Silvia y su esposo llegaron a Colombia en 1953 y su primer trabajo fue en la Radio Nacional, cuando el director era Arturo Abella. Su "palanca", no fue a quien se le atribuyen hoy nombramientos y destituciones, su marido, sino uno de sus grandes amigos de París, el escultor Eduardo Ramirez Villamizar.

De la Radio Nacional, como la mayoría de los radioactores de la época, pasó a la recién inaugurada Televisora Nacional y desde esos días hasta hoy, su vida ha transcurrido entre clases privadas de canto, la enseñanza en los conservatorios de las universidades de Tunja y Nacional, sus actuaciones en óperas infantiles y, ahora, desempeñando el papel de confidente del hombre que mueve tras bambalinas, los asuntos más importantes del Estado.

Pero el papel de ahora es absolutamente nuevo. Los primeros años de matrimonio y de vida en Colombia eran de fiesta y de puertas abiertas. La casa de los Vasco-Moscovitz, en el barrio Quinta Mutis primero y luego, en la calle 23 con carrera 12, fueron el centro obligado de las tertulias de artistas, intelectuales y periodistas de los años 50 y 60. Cuando Vasco salió de la cárcel, (a donde lo había enviado la dictadura de Rojas) Silvia y sus amigos decidieron recibirlo pintando las paredes de la sala de rojo. Bautizaron este cuarto como el "Salón Rojo", sitio a donde se celebraban los "viernes, o lunes o jueves culturales". Silvia, sin embargo, estaba sólo un rato en esas fiestas y se iba a descansar mientras su esposo veía salir el sol.

Y es que Silvia Moscovitz ha sido toda la vida una disciplinada artista que prefiere no trasnochar, no hablar más de la cuenta, no fumar ni tomar, y todo esto para cuidar su voz. Lo que siempre le ha llamado la atención es el trabajo con niños, por eso sus programas "Caracolito Infantil" y el "Taller del Búho" que hiciera junto a la actriz uruguaya Betty Rolando, son sus mejores recuerdos de sus actuaciones en televisión.

El año pasado R.T.I., la llamó para hacer un programa los sábados a las 9:30 de la mañana. Silvia comenzó a trabajar con su entusiasmo de siempre. Combinó la participación de actores consagrados con teatreros callejeros y echó a rodar "La abuela Zaza", dentro de una concepción muy particular de hacer televisión. El rating no la favoreció y después de 9 emisiones al aire, su programa fue descabezado. Se le pidió un replanteamiento, pero ella optó por abandonar el proyecto.

Interrogada sobre el poder que se le atribuye a su marido, ella contesta riendo: "Eso es un invento de los periodistas. Además mi vida artística y el cuidado de mis nietos ocupan todo mi tiempo y Gustavo sigue siendo para mí el mismo hombre sencillo que conocí en París".

Alegre, apolítica, siempre comenzando o desarrollando una actividad artística, alejada de los "avisperos políticos", Silvia Moscovitz prefiere, como actriz común y silvestre, representar a una madre estricta, o continuar con sus clases de canto y dedicarse a pintar acuarelas, en vez de intervenir en asuntos que, según ella misma, no le corresponden por su calidad de extranjera y no le gustan.