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la princesa Margarita y lord Snowdon | Foto: A.P.

REINO UNIDO

La princesa y el plebeyo

Antony Armstrong-Jones, luego lord Snowdon, murió la semana pasada. Esta es la historia de su matrimonio con la princesa Margarita y de su divorcio, el primero en más de 400 años en la casa real.

21 de enero de 2017

Hoy los escándalos reales son pan de cada día. Los príncipes Carlos y Andrés se divorciaron de Diana Spencer y Sarah Ferguson sin indignar a nadie, pero eso era imposible hace 50 años. Desde que Enrique VIII se divorció de Catalina de Aragón en 1533 para casarse con Ana Bolena, nadie había tomado esa decisión en la familia real británica. Además, en ese lapso nunca una persona de sangre azul se había casado con lo que llaman un commoner. Por eso, el matrimonio de la hermana menor de la reina Isabel II con un plebeyo y su posterior divorcio constituyeron uno de los escándalos reales más sonados del siglo XX.

Cuando en 1960 se hizo oficial el compromiso de Margarita con Antony Armstrong-Jones, un fotógrafo de la alta sociedad, amante de las motos y conquistador consumado, la familia real encendió las alarmas. Las amigas de ella le advirtieron que no era el hombre adecuado, que no le daría la talla, y le recordaron que en 450 años los plebeyos no habían tenido lugar en la monarquía. A Antony, por su parte, sus exnovias, amoríos del momento y amigos le predijeron una vida miserable en el marco de una monarquía en la que, por sus gustos y comportamientos, difícilmente encajaría. A ellos poco les importó el ruido. Se casaron en 1960 en la abadía de Westminster. Al casarse, el plebeyo recibió el título de lord Snowdon.

Como sucede en muchos matrimonios, la pasión y el magnetismo fueron intensos... al principio. Ambos tenían almas liberales y libidinosas y se disfrutaron mutuamente hasta el límite. Entre 1960 y 1978 acapararon la atención de los medios y del jet set. Así rieran o se pelearan, Margaret y Snowdon brillaban con luz propia en veladas junto a celebridades faranduleras como Peter Sellers, los Beatles, los Rolling Stones, el director Alfred Hitchcock o el dramaturgo Noel Coward. Todo esto mientras su hermana, la reina Isabel II, y Felipe de Edimburgo se dedicaban al arduo trabajo de cortar cintas de inauguración.

Sin embargo, la pareja terminó distanciada por las numerosas infidelidades de lado y lado. Y a pesar del escándalo que implicó el divorcio en 1978, la realeza no rompió lazos con lord Snowdon. La reina Isabel II y la reina madre lo estimaban enormemente y le siguieron encargando los retratos que tomaba de la familia real desde los años cincuenta. Después de todo, él, como nadie, capturó con su cámara la esencia de los Windsor. También lo hizo con cientos de figuras prominentes del siglo XX, como Marlene Dietrich, Katharine Hepburn y Elizabeth Taylor.
Snowdon murió la semana pasada a los 86 años. Mujeriego incorregible, dejó atrás seis hijos: tres en sus dos matrimonios, y tres más producto de aventuras. Vivió para contar su fascinante historia y la consignó en el libro Snowdon: A Biography, de Anne de Courcy, a la que no le ocultó detalle.

Un año clave
En 1952 Margarita no solo padeció la muerte de su padre, el rey Jorge VI, también sumó una encrucijada sentimental que la emocionó y afectó poderosamente. La princesa estaba enamorada y sostenía un romance con Peter Townsend, un héroe condecorado de la Royal Air Force y edecán de su padre. Townsend había acompañado a la familia real desde 1944, y vivía con su señora y dos hijos en los terrenos del castillo de Windsor. Pero en una gira real a Sudáfrica en 1947 enamoró a la princesa, entonces de 17 años, que recordaba entre suspiros como “cabalgamos juntos todas las mañanas en ese fantástico país”.
En 1952 Townsend se divorció con el fin de casarse con la princesa, pero el protocolo real fue inclemente. La entonces joven reina Isabel II, cabeza de la Iglesia anglicana, no podía aprobar que su hermana se casara con un divorciado, a menos que Margarita renunciara a sus privilegios. Luego de tres años de luchar contra lo inevitable, la princesa anunció el rompimiento. Townsend, deshecho, se exilió para pasar el trago amargo. Se juraron nunca casarse con nadie más.
Antony Armstrong-Jones, por su parte, gozaba de gran popularidad gracias a su arrolladora personalidad y a las amistades de alto nivel que había adquirido por su trabajo. En 1952, empezó su carrera de retratista social en la revista Tatler. Tomaba los retratos de mujeres jóvenes y bellas, y muchas veces se acostaba con ellas. Esto mientras sostenía romances más estables con la bailarina de ascendencia oriental Jacqui Chan (que luego llamó el amor de su vida) y con la actriz Gina Ward.

Pasión para todos
La princesa y el fotógrafo se conocieron en 1958, cuando una amiga en común los presentó en una cena. Charlaron sin cesar sobre arte y ballet, y aunque la princesa lo consideró amanerado cambiaría esa percepción en otra oportunidad. El fotógrafo asumió la misión de retratarla y, en esa sesión, la deslumbró. Como nunca nadie hacía, le habló como a cualquier persona, le mencionó amigos y conocidos en común y la encantó con sus comentarios. También le pidió cambiar de joyas, de atuendo, de pose. Él quedó maravillado con el aura de la atractiva princesa y consideraba un reto emocionante conquistarla.

El apetito sexual de los dos terminó de sellar la atracción. Se empezaron a ver a escondidas. Ella lo visitaba en su estudio en el barrio de Pimlico; aunque se disfrazaba para que no la reconocieran, en esa época la idea de que una princesa tuviera un amante resultaba absurda hasta para los tabloides sensacionalistas. Muy a su estilo, Armstrong-Jones gozaba de sus encuentros con Margarita, pero seguía conquistando jovencitas. Y si bien se había distanciado levemente de Jacqui Chan, el affaire con Gina Ward continuaba.

Según le contó a su biógrafa, Armstrong también visitaba con frecuencia la casa de Jeremy Fry y de su esposa, Camilla, mujer con la cual Armstrong había tenido un romance en el pasado. Los tres compartían un espíritu libertino, pues hacían tríos sexuales ayudados con drogas (inhalaban ‘popper’) para intensificar la experiencia. De esas relaciones despreocupadas nació una niña en 1960. Se creyó por mucho tiempo que era hija de Fry, y lleva ese apellido, pero la prueba de ADN descubrió que era de Armstrong. Nació tres semanas después de su matrimonio real.

Muy poco antes, en 1959, tuvo lugar un hecho determinante en el destino de ambos. La princesa Margarita recibió una carta de Peter Townsend de su exilio en Bélgica en la que le comunicaba que había decidido casarse con Marie-Luce Jamagne, un hecho que la perturbó pues se sintió traicionada. Townsend había roto el juramento, por lo que Margarita lo llamó para felicitarlo, pero le pidió no hacer el anuncio. Quería adelantársele.

Libre del compromiso con Townsend, Margarita selló su compromiso en secreto en la mansión Wycombe, que los Fry le ofrecían a la pareja para que vivieran su romance. Armstrong-Jones, incapaz de no alardear, les dio pistas a sus amigos al asegurarles que tenía una “magno matrimonio” en sus manos. Y cuando la verdad al fin se destapó, con boda a la vista, causó un tsunami de reacciones. Para muchos allegados de lado y lado ese affaire físico no tenía cómo sostenerse en el tiempo, pero la decisión estaba escrita en piedra y, además, contaba con el beneplácito de la reina madre y de la reina Isabel, que destacaban la personalidad y las buenas maneras de Armstrong-Jones. La boda tuvo la pompa esperable, pero, en la vida real, lord Snowdon sintió la agresividad pasiva de sus críticos. Incluso algunos sirvientes en Clarence House, donde vivían, le hacían sentir su inferioridad social, pues lo ignoraban conscientemente.

Mientras duró la fascinación, Snowdon tomó esos gestos sin despeinarse y adoptó el protocolo. Tuvo hijos con su mujer (David en 1961 y Sarah en 1964), y participó de las actividades familiares. Incluso montaba a caballo, lo que se le dificultaba pues una de sus piernas era más corta como consecuencia de la polio. Snowdon también se sometió a los códigos de vestimenta, un hecho diciente para un ‘rebelde por naturaleza’.
Pero el rígido protocolo, la rutina y las humillaciones comenzaron a pasarle factura. Incluso la pasión con Margarita fue convirtiéndose en una puja de egos. Ambos estaban acostumbrados a ser el alma de la fiesta y, al no ceder, empezaron a reñir con comentarios mordaces y pesados. Las grietas se hicieron cada vez más evidentes.

A Snowdon le picaba además su impulso de ser el dueño de su destino. Por eso consiguió un trabajo en el diario The Sunday Times. Empezó a perdérsele a la princesa con mayor frecuencia, y ella trató de seguirle los pasos. Como nunca, se sentía sola y no lo soportaba. Lord Snowdon sabía que una mujer que se aferraba a él desesperadamente no tenía futuro a su lado. Cuando ella le pidió ir con él a sus sesiones fotográficas se negó, y pidió en el trabajo tareas por fuera de Londres, para evitarlo a toda costa.

A finales de los años sesenta, Snowdon sucumbió a los encantos de Jacqueline Rufus-Isaacs, hija de un marqués y fiestera hasta la médula. En 1977 la periodista Ann Hills tocó a su puerta y le dijo: “Quiero escribir un artículo sobre usted, y también quiero ser su amante”. Tan insaciable como él, Hills maravilló a Snowdon, pero ese affaire, que duró 20 años, terminó cuando ella se suicidó en 1996. Nunca soportó que lord Snowdon no fuera solo suyo, aunque le envió una carta en la que lo exoneraba de toda culpa.

Margarita no se quedó atrás en cuanto a amoríos. Sostuvo un romance con el mejor amigo de su marido, Anthony Barton, con Peter Sellers y con Robin Douglas-Home, un aristócrata bohemio que tocaba piano en bares. Por último, con Roderic Llewellyn, otro aristócrata sin plata, 17 años menor que ella, con quien la pillaron los paparazzi asoleándose desnuda. Las fotos publicadas fueron la gota que rebosó la copa, y llevaron al divorcio de Snowdon y Margaret. Finalmente las amigas que les advertían que su matrimonio sería un fracaso tenían razón. Margarita murió en 2002 tras varios años de deterioro físico y con el corazón roto.