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Surrealismo a la colombiana

Una de las personas más cercanas a Salvador Dalí fue el barranquillero Carlos Lozano. Las memorias de su peculiar amistad acaban de ser publicadas en español.

13 de agosto de 2001

Dali tenia el don de desvestirte con la mirada y eso era exactamente lo que hacía. Yo era tímido y estaba avergonzado, pero había algo en todo ello que me entusiasmaba: era Salvador Dalí. Para él fue avidez a primera vista. Había echado un vistazo alrededor de la habitación y hecho su elección: ‘Quiero a ese’. El, el cazador en busca de carne fresca, y yo, la presa que cumplía con los parámetros obligatorios: era bello y acababa de cumplir los 20, tenía mejillas tersas que desconocían la hoja de afeitar, ojos castaños y cabello también castaño y largo, hasta la cintura. ‘Los ángeles son andróginos —me explicó—. Seguramente en la espalda lleves las cicatrices de tus alas cortadas…”.

El 12 de abril de 1969 Salvador Dalí le abrió las puertas de su corte a Carlos Lozano, un actor colombiano que por aquellas ironías del destino llegó de colado a uno de los tés de príncipes y mendigos que organizaba el pintor catalán en su suite del hotel Meurice de París.

A partir de ese día ‘La Violetera’, nombre con el que el genio del surrealismo bautizó al colombiano, se convirtió en una de las personas más cercanas a Dalí. La historia de esta amistad de 20 años es el tema central del libro Sexo, surrealismo, Dalí y yo, una recopilación de las memorias de Lozano escritas por el periodista inglés Clifford Thurlow. Aunque en Colombia es poco lo que se sabe de la vida de Lozano, quien murió en Figueras en julio de 2000, el libro recrea la imagen de un hombre aventurero y soñador que llevó a cuestas los fantasmas de una infancia pobre y el abandono de un padre millonario que jamás quiso reconocerlo como hijo legítimo.

Cuando el actor tenía 9 años su madre lo llevó de Barranquilla rumbo a Nueva York en busca de un futuro más prometedor. Después de sortear varias dificultades la familia decidió trasladarse a California, en donde Carlos despertó a la adolescencia en medio del furor del hipismo, la libertad sexual y el consumo de drogas. A los 20 años su amor por el arte escénico lo motivó a unirse al Living Theatre, una compañía que estaba próxima a iniciar en Francia un tour de teatro experimental. Tras varios días de juerga en la Ciudad Luz el grupo consiguió una presentación en Toulouse, con tan mala suerte que uno de los autobuses que debía llevarlos se averió y el colombiano no tuvo más remedio que quedarse en París por su cuenta y riesgo. Sin embargo eso no supuso mayores inconvenientes.

A pesar de no hablar una palabra de francés se las ingenió para relacionarse con personajes de la farándula local, como Pierre Clementi y Jean Pierre Calfont, quienes una tarde lo convidaron al hotel Meurice, en donde Salvador Dalí celebraba una de sus excéntricas reuniones de té.

“Me sentía más que encantado: embelesado. Dalí, según me enteraría después, era un voyeur, el gran masturbador, pero lo que le impulsaba era un deseo decididamente pederasta. Le atraían los jovencitos inexpertos, en particular los andróginos y, explícitamente, los transexuales. Se deleitaba con lo bizarro, lo antinatural, lo surrealista. Sus orgasmos provenían de lo escandaloso, lo lujurioso y lo lascivo… ‘Llevaremos a La Violetera a la ópera antes de que sea demasiado tarde —y dirigiéndose a mí , añadió—: Eres la primavera dorada que ilumina las alcantarillas oscuras y laberínticas de la muerte. Deberías vivir y morir como una flor…’.

Hasta ese día Carlos Lozano no sabía prácticamente nada de Salvador Dalí, el ‘divino’, salvo que era un famoso pintor algo excéntrico al que todo el mundo le rendía pleitesía. Dalí estaba encantado con el colombiano y, aunque jamás mantuvo relaciones sexuales con él porque aseguraba que a sus 65 años ya era impotente, sí le agradaba contemplar el cuerpo desnudo de su joven amigo a quien utilizó como modelo para pintar La carta del Sol en el Tarot y la escultura Homenaje a Newton.

En una surreal versión de hijo adoptivo Carlos Lozano amplió sus conocimientos de arte, historia y política de la mano de Dalí. Bajo la estricta supervisión de Gala, la esposa y musa del pintor, Carlos se fue ganando poco a poco el cariño de la pareja, cuya amistad le permitió conseguir trabajo en el musical Hair, montar varias galerías de arte en Cadaqués, relacionarse con miembros del jet set internacional y codearse con celebridades como George Harrison, Yul Bryner y Kirk Douglas.

Pero sus padres putativos no estaban acostumbrados a dar sin recibir. La misión de Carlos en París y Cadaqués era conseguirle a Gala nuevos amantes jóvenes y llevarle al ‘divino’ personajes extravagantes y atrevidos que estuvieran dispuestos a darlo todo con tal de satisfacer al maestro. Prostitutas, travestis, transexuales y lesbianas compartían la velada con estrellas de cine, millonarios y damas de sociedad que participaban de las orgías y demás espectáculos sexuales que organizaba Dalí para entretenerse, como aquella vez en la que masturbó a Carlos para llenar un cuadro de semen.

El ritual siempre era el mismo: el ‘divino’ contaba sus tradicionales chistes —cuidando que no se le escapara una mueca pues la risa produce arrugas y Dalí aborrecía la vejez— mientras Carlos celebraba cada apunte como si fuera la frase más hilarante en la historia de la humanidad. Así transcurrieron 20 años de una singular amistad en la que el pintor intentó recuperar parte de su vitalidad acaparando para sí la juventud del colombiano: “La longitud de tu cabello es la medida de mi vida, Violetera”.

Con Dalí muerto es muy difícil comprobar si los hechos ocurrieron tal y como los relata Carlos Lozano en sus memorias pero, aun así, las fotografías hablan por sí solas y demuestran que en la corte del ‘divino’, por surrealista que parezca, hubo asiento para un colombiano.