
Opinión
Finanzas personales: cuando las emociones definen nuestras decisiones económicas
En esta columna, una reflexión sobre cómo la inteligencia emocional y la educación financiera pueden transformar la relación con el dinero, especialmente en los estratos más vulnerables, donde la supervivencia diaria suele eclipsar el propósito de vida.
En un entorno económico cada vez más incierto, las finanzas personales se han convertido en un pilar esencial para la estabilidad individual y colectiva. Más allá de los cálculos y presupuestos, esta disciplina combina conocimiento, emociones y propósito. A lo largo de mi carrera -como asesora de juntas directivas y magíster en Administración de Empresas, Ingeniería Industrial y Educación- he comprobado que el manejo del dinero no se trata solo de números, sino de consciencia.
Las finanzas personales integran conceptos como educación e inteligencia financiera, libertad económica, propósito de vida y gratitud. En Colombia, donde el 95 % de nuestras decisiones cotidianas son emocionales, según estudios de finanzas conductuales, aprender a gestionarlas es clave para evitar el autosabotaje financiero. Como afirma Dave Ramsey, “solo el 20 % de las decisiones financieras dependen de la educación; el 80 % se basan en el comportamiento”. Esta realidad se intensifica en los estratos 1, 2 y 3 -que representan cerca de 31 millones de personas, según el DANE (2025)-, donde la falta de hábitos de ahorro, metas y propósito mantiene a muchas familias en un ciclo de supervivencia.
El concepto de dinero despierta emociones complejas: ansiedad, esperanza, culpa o euforia. En los hogares de menores ingresos, el dinero suele verse como un recurso fugaz destinado únicamente a cubrir necesidades inmediatas. ¿Qué sentimos al hablar de dinero? ¿Estrés, resignación o motivación? Estas emociones provienen de experiencias acumuladas que moldean nuestra relación con las finanzas. Aquí, la gratitud juega un papel decisivo: reconocer lo que ya tenemos transforma la percepción del dinero, de limitación a posibilidad.
Las heridas emocionales también influyen en el comportamiento financiero. Lise Bourbeau, autora de Las cinco heridas que impiden ser uno mismo, explica cómo el abandono, el rechazo, la humillación, la traición y la injusticia determinan nuestras conductas. El miedo a la escasez, por ejemplo, puede impulsar el gasto impulsivo, mientras que el deseo de aceptación nos lleva a consumir más de lo necesario. En comunidades vulnerables, donde abundan frases como “el dinero no da la felicidad” o “ahorrar es de avaros”, estas heridas se amplifican. Sin sanar esas emociones, las decisiones financieras seguirán siendo reacciones instintivas y no elecciones conscientes.
La educación financiera es el primer antídoto. Consiste en entender ingresos, gastos, presupuestos, impuestos, deudas, activos y pasivos. En Colombia, programas como la Estrategia Nacional de Educación Económica y Financiera (ENEEF) han buscado democratizar este conocimiento, pero su alcance aún es limitado: solo el 16,4 % de la población domina estos conceptos, según la Superintendencia Financiera. Aun así, la educación no basta sin acción.
Ahí entra la inteligencia financiera, la capacidad de aplicar el conocimiento para resolver problemas y generar riqueza. Implica diversificar ingresos, manejar riesgos y alinear las finanzas con los objetivos personales. En los estratos más vulnerables, donde prevalece el pensamiento de corto plazo, este enfoque se diluye. Pero incluso pequeños cambios -cómo ahorrar una parte fija de cada ingreso o eliminar “gastos hormiga”- pueden marcar la diferencia.
A esta se suma la inteligencia emocional, definida por Daniel Goleman como la habilidad de reconocer, entender y gestionar las propias emociones. En el campo financiero, esto significa detenerse antes de un gasto impulsivo, identificar la emoción que lo motiva y actuar con conciencia. En entornos de alta presión, desarrollar esta habilidad puede evitar endeudamientos innecesarios y fomentar resiliencia.
El objetivo final es alcanzar la libertad económica: el punto en que los ingresos pasivos superan los gastos, permitiendo vivir sin dependencia del salario. No es un privilegio inalcanzable, sino una meta posible si se construye con propósito y gratitud. En comunidades donde los mitos limitan las aspiraciones, definir un propósito -como educar a los hijos o emprender un negocio- puede ser el impulso que transforme la mentalidad.
Un presupuesto consciente puede ser el primer paso. La regla 50-30-20 lo resume así: destina el 50 % del ingreso a necesidades básicas, el 30 % a deseos controlados y el 20 % al ahorro o la inversión. Evalúa gastos durante una semana, identifica los “gastos hormiga” emocionales y elimínalos. Repite el proceso mensualmente, con gratitud por cada avance.
Las finanzas personales son, en esencia, un arte integral: educación para saber, inteligencia financiera para actuar, inteligencia emocional para sentir y libertad económica para vivir con propósito. En Colombia, empoderar a los estratos 1, 2 y 3 con estas herramientas no solo mejora la vida de las personas, sino que impulsa el progreso nacional.
Porque, al final, hablar de dinero es hablar de decisiones, emociones y propósito. Y cada uno de nosotros puede empezar hoy a construir una relación más sana, consciente y agradecida con sus finanzas.
María Alejandra Noriega, socia y consultora en Noriega Abogados y consultores Especializados SAS y CAE / Asesora Juntas Directivas