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Bolsonaro, un excapitán del Ejército, ha galvanizado a la opinión pública con su discurso de seguridad y de regreso a la senda del progreso, mientras habla con nostalgia de la dictadura militar.

ELECCIONES

Brasil, así será el vertiginoso giro a la extrema derecha

Jair Bolsonaro, un candidato sin límites a la hora de insultar a las personas y amenazar las instituciones, se encamina a ganar la presidencia, en un nuevo triunfo del populismo en el mundo. ¿El presidente será más moderado que el candidato?

20 de octubre de 2018

Hace unos meses parecía de ciencia ficción la posibilidad de que el polémico candidato derechista Jair Bolsonaro llegara a la presidencia de Brasil, pero esto sucederá, casi con toda seguridad, el domingo 28, en la segunda vuelta electoral.

El hombre que ha alabado a torturadores y a las dictaduras, que ha dicho que “los negros no sirven ni como reproductores”, que eliminaría las reservas en un país con importantes comunidades indígenas, que se ha burlado de las mujeres violadas con uno de los más altos índices de feminicidios de la zona, apoyado por los militares y por la influyente Iglesia evangélica, puede tomar las riendas del gigante suramericano, la sexta economía mundial, miembro del influyente grupo Brics y del Mercosur, entre otros. La sola idea de su triunfo provoca escalofríos en toda la región y en el mundo. La revista The Economist le dedicó la portada con el título: ‘La última amenaza de América Latina’.

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Si todavía quedan dudas del temor que suscita su nombre, la reciente declaración de David Duke, exlíder del temible Ku Klux Klan, la organización supremacista y racista que sembró terror en Estados Unidos, terminó de asustar a los más ecuánimes cuando se refirió a Bolsonaro diciendo: “Suena como nosotros y es un candidato muy fuerte”.

Como dijo a SEMANA Esteban Actiz, doctor en Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario en Argentina, “es un candidato con un discurso que no se veía en América Latina en los últimos 30 años”. ¿Ganará? ¿Llevará a la práctica sus promesas de campaña o terminará moderándose y siendo domesticado por el establishment político y económico?

Ascenso fulminante

Así como Donald Trump sorprendió al mundo al ganar la presidencia en Estados Unidos con posiciones machistas, antiinmigrantes y con sus polémicos dichos, la brutal crisis económica, política y social de Brasil provocó el fenómeno Bolsonaro.

El candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, no logró conseguir una coalición que amenazara el triunfo de Bolsonaro. No lo logró ni siquiera con el apoyo de su carismática compañera de fórmula, Manuela D’Avila.

Este exmilitar ganó la primera vuelta de las elecciones del 7 de octubre con un sorprendente 46 por ciento de los votos. Lejos, con un 28 por ciento, quedó Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT),que reemplazó al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a doce años y un mes de prisión por haber recibido, supuestamente, favores de la empresa Odebrecht.

El domingo 28, según la encuesta de Ibope, el candidato del Partido Social Liberal (PSL) se impondría con 59 por ciento de los votos sobre Haddad, que obtendría 41 por ciento.

La sorpresiva victoria de Bolsonaro con un margen tan amplio en primera vuelta generó asombro e incertidumbre porque, si bien ha participado en la vida política de Brasil durante los últimos 25 años como diputado, “es considerado un ‘outsider’ y puede ser el presidente con un partido nuevo, sin muchos referentes políticos de peso y con el apoyo de actores como la Iglesia evangélica y el Partido Militar, que en los últimos 25 años también habían estado al margen”, dijo Actiz a SEMANA.

Haddad no ha logrado formar un amplio frente contra el candidato derechista. El influyente expresidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) del Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB) se negó a respaldar a Haddad, diciendo que la puerta para el diálogo estaba “oxidada” y la herradura, “endurecida”. Cid Gomes, hermano del excandidato Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT, centroizquierda), que obtuvo 12 por ciento en la primera vuelta, aseguró que el PT merecía perder.

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Bolsonaro, como Donald Trump, no es un rayo en cielo sereno. Si en la primera década del siglo XXI dominaron los gobiernos progresistas de Lula, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y el matrimonio Kirchner en Argentina, la segunda década del siglo estos gobiernos cayeron en desgracia, acosados por la crisis económica y la corrupción.

El Lava Jato, la gigantesca maquinaria de corrupción montada alrededor de Petrobras por la cual cayeron los más altos funcionarios de Lula y decenas de parlamentarios de todos los partidos, provocó una crisis de confianza en el PT, que lo llevó a perder el apoyo de la clase media de São Paulo y Río de Janeiro, a pesar de la bonanza económica conseguida durante los gobiernos de Lula (2003-2010) y de haber sacado a un tercio del país de la pobreza.

La pavorosa crisis de Venezuela, que irradia a todo el continente, pero que toca directamente a Brasil con miles de refugiados, actuó como otro ejemplo negativo de los gobiernos progresistas. A pesar de todo eso, el PT logró mantener en estas elecciones casi un 30 por ciento del electorado y es la principal minoría en la Cámara de Diputados con 56 escaños.

Lo que inclinó la balanza hacia la derecha fue el hundimiento del centro político, en particular del gobierno de Michel Temer y de los partidos que lo apoyaron. El Congreso nombró al actual presidente para terminar el mandato de la presidenta Dilma Rousseff, destituida en 2016. Su partido, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), obtuvo el 1 por ciento en primera vuelta, y el PSDB de los grandes empresarios paulistas, que tenía la tercera bancada en la Cámara de Diputados, apenas alcanzó un 4 por ciento, cuando su candidato Aécio Neves había obtenido 48 por ciento de los votos en las presidenciales de hace cuatro años, cuando Dilma Rousseff fue reelecta.

Seguridad y religión, decisivos

Un factor social decisivo impulsa a Brasil hacia la derecha: la inseguridad. Con 63.880 homicidios en 2017, el país tiene 64,9 por ciento de las más de 98.400 muertes violentas anuales de América del Sur, con la mitad de la población de la región. Y una cifra escalofriante: 71 por ciento de los jóvenes que murieron asesinados eran negros.

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Por eso, el discurso de mano dura caló hondo. Para David Marques, coordinador de proyectos del Foro Brasileño de Seguridad Pública, el país vive “una gran crisis de seguridad desde hace 20 o 30 años”. En un estudio del Foro, entre las personas que se sienten más inseguras, “es más probable que apoyen soluciones más autoritarias para la seguridad pública” porque el crimen y la violencia están entre las principales preocupaciones de los electores. “Bolsonaro construyó una gran plataforma política explotando el miedo al crimen con propuestas de aumento de la fuerza pública, facilitar el acceso de la población a las armas de fuego y más tolerancia a la violencia policial”.

Esto va de la mano del enorme prestigio de las Fuerzas Armadas, que tienen un 78 por ciento de popularidad, según un sondeo de Datafolha en junio.

El país parece más polarizado que nunca y han proliferado manifestaciones xenófobas.

Y la religión. Desde que Bolsonaro se bautizó en el río Jordán adoptando la religión evangélica en 2016, su discurso fue replicado por las poderosas Iglesias que han desplazado al catolicismo en las favelas y barrios empobrecidos, y que cuentan con una poderosa bancada en el Parlamento. Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), dueño de la Rede Record, transmitió una entrevista con el candidato, al mismo tiempo que la Rede Globo ponía en el aire el último debate televisado entre todos los candidatos.

Será por eso que, a pesar de sus posiciones machistas y violentas, Bolsonaro obtuvo 42 por ciento del padrón femenino, cifra que viene subiendo para la segunda vuelta, aún en el nordeste, cuna del PT.

La gran inquietud es si la retórica de Bolsonaro se convertirá en programa de gobierno o si el ejercicio del poder lo domesticará. “De cumplir las promesas de campaña, estaríamos en presencia de un gobierno antidemocrático, que coquetea abiertamente con la tortura, con la violencia política, con estar en contra de los derechos de las minorías sexuales, étnicas. Hay que ver si es un intento de acaparar votos o si es un proyecto político a largo plazo”, analizó Actiz.

De cualquier manera, el analista explica que este no es el panorama de los años sesenta. La apuesta de los sectores militares ha sido participar a través de un candidato en las elecciones. Esto ya es un dato distintivo de lo que fue la decisión del Partido Militar en los años sesenta o setenta. Hay una vocación de participar en la vida electoral y eso es un dato promisorio.

Además, Bolsonaro tendrá una minoría parlamentaria, con una Cámara muy atomizada. “El sistema político de Brasil se conoce como presidencialismo de coalición”, dice Actiz. “Pero esta vez estamos frente a la máxima atomización de la Cámara de Diputados, de 513 miembros: hay 30 partidos, cuando en 1994, hace solo 25 años, eran 15”. Bolsonaro puede remontar ese obstáculo si logra “aglutinar desde el punto de vista ideológico”, de manera transversal, a los partidos para aprobar las leyes decisivas que dejó pendiente el gobierno de Temer, como la reforma a los sistemas laboral y previsional. “La cuestión no va a ser partidos, sino por ideología, lo que en Brasil se llama BBB (‘agrobusiness’, bala y Biblia) –acota Actiz–. Si logra aglutinar a los partidarios de las tres B de manera transversal, podría tener mayoría absoluta”.

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Euforia en los mercados

La Bolsa de São Paulo y el precio de las acciones de las empresas brasileñas en Nueva York reaccionaron con euforia al triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta, pues esperan que la recuperación económica se acelere, tras años de recesión. El banco suizo UBS pronostica que la bolsa de Brasil podría ganar casi un 40 por ciento en los próximos 75 días.

El candidato al Ministerio de Economía, Pablo Guedes, es un alumno destacado de la Escuela de Chicago de Milton Friedman. Ha prometido llevar a cabo las reformas laborales y previsionales que Temer no logró aprobar y abrir la cerrada economía brasileña. “Guedes tiene un programa para rebajar 20 por ciento del gasto público, eliminar el déficit fiscal primario en el primer año y abrir la economía brasileña, la más cerrada del mundo después de Sudán”, dijo a SEMANA el analista Jorge Castro.

Brasil tiene todas las condiciones para crecer a una tasa del 3 al 5 por ciento anual en los próximos años, según Castro: “Tiene superávit de cuenta corriente, un superávit comercial de 60.000 millones de dólares en 2017 y 380.000 millones de dólares de reservas. Esto para la región tiene una enorme importancia porque es la sexta economía del mundo con un producto interno bruto de 2 billones de dólares, equivalente al de India, pero el país asiático tiene 1.400 millones de habitantes, mientras que Brasil solo tiene 230 millones”.

En cuanto al Mercosur, Castro opina que no será una prioridad del futuro presidente, pero sí la relación con Argentina. Bolsonaro ha dicho que está dispuesto a flexibilizar el Mercosur, es decir, que deje de ser una unión aduanera para pasar a ser una zona de libre comercio. Esto coincide con lo que han expresado los gobiernos de Argentina y Uruguay en el sentido de que cada país pueda firmar acuerdos independientemente, lo que hoy está prohibido.

Venezuela y el exterior

También cabe esperar un cambio radical en la política exterior, en primer lugar, en relación con Venezuela. Un factor clave será el peso de los militares en el nuevo gobierno, en particular, del futuro ministro de Defensa, el general Augusto Heleno, que fue comandante del operativo internacional en Haití y que tiene un alto prestigio.

Para Actiz, Bolsonaro va a “buscar una solución más militar que diplomática” en el país vecino. De hecho, el diputado Luiz Philippe de Orleans, uno de los asesores en política exterior del futuro mandatario, manifestó que no cerraba la puerta a una intervención militar, aunque luego matizó alegando que esto no implica una invasión, sino apoyo a los grupos opositores.

Bolsonaro también había dicho que, de llegar al poder, sacaría al país de la ONU porque “no sirve para nada” y es una “reunión de comunistas”, aunque luego se retractó y puntualizó que se refería al Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

En Oriente Medio, el país suramericano, con una importante comunidad de origen árabe, había abogado por la coexistencia pacífica de Israel y Palestina y por una salida dialogada sobre el estatus de Jerusalén. Pero el casi seguro nuevo mandatario prometió seguir los pasos de Trump y reconocer a Jerusalén como capital de Israel, y trasladar allí la embajada.

Todo indica que estamos ante un giro radical de la política continental, tanto en materia económica como internacional, con un enfoque militarista de la seguridad pública, una mayor presencia del Ejército y más liberalismo económico. Habrá que esperar a ver si los dichos más polémicos del candidato Bolsonaro se hacen realidad, o si, como muchos rezan, el presidente Bolsonaro girará hacia posiciones más moderadas cuando esté en el ejercicio del poder.

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