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ANÁLISIS

Las elecciones venezolanas y las leyes de Murphy

El excanciller analiza los comicios en los que Nicolás Maduro fue reelegido presidente, la influencia de Cuba en su estrategia y las consecuencias en las relaciones bilaterales que traerá.

Julio Londoño Paredes
21 de mayo de 2018

Como estaba cantado, no obstante las informaciones contradictorias sobre la abstención, las acusaciones de fraude y la ingenua solicitud de Falcón de repetir las cuestionadas elecciones, Nicolás Maduro fue reelegido, a pesar de tener un índice de desaprobación del 75 por ciento.

Asesorado por los cubanos y conocedor del carácter de su país, otorgó todo tipo de privilegios a los militares, que asumieron el control de buena parte de la administración pública, a tiempo que adoptó una actitud complaciente frente a la corrupción rampante de muchos de los miembros de su gobierno.

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Hábilmente, a base de diálogos fallidos y de idas y venidas, logró evitar que se consolidara un frente unido opositor que pudiera constituir una real alternativa de poder. Cuenta además con las “Unidades Bolívar Chávez” y con los “Círculos Bolivarianos”, organizados a imagen y semejanza de los “Comités de Defensa de la Revolución” cubanos.

Las censuras a las elecciones no se han encaminado precisamente al sistema electoral que, según observadores como el expresidente de los Estados Unidos Jimmy Carter es “el mejor del mundo”, y por consiguiente muy superior al colombiano, sino a las condiciones que han rodeado al proceso, a su oportunidad, así como a la coacción ejercida por el gobierno para imponer su continuidad.

No se explica cómo Maduro, que ha llevado a Venezuela a una postración sin precedentes, ha dicho que con su reelección el país entrará en una etapa de prosperidad sin precedentes. Pero resulta más inexplicable es que haya gente le crea.

La falta de esperanza después de las elecciones llevará a muchos venezolanos a continuar su angustiosa migración hacia el exterior. En primera instancia hacia Colombia, que seguirá siendo inexorable víctima. A pesar de toda nuestra vocación de hermandad y de consideraciones humanitarias, nuestro país saldrá seriamente afectado en el campo económico, en el social y en la seguridad urbana y rural.

Debemos preguntarnos si, sabiendo que los gobernantes de ese país están involucrados en el narcotráfico ya que Venezuela es la ruta expedita para la salida de la cocaína, que los grupos armados están estacionados impunemente en territorio venezolano y que el contrabando rampante sigue a todo lo largo de la frontera común, que se considera una de las más peligrosas del mundo, puede consolidarse la paz en Colombia.

El nuevo mandatario colombiano estará abocado a convivir con su procaz vecino, al menos por cuatro años, puesto que el periodo presidencial en ese país es de seis años y en el 2009 en un referendo se acogió la posibilidad de la reelección indefinida, práctica que varios mandatarios latinoamericanos han pretendido implantar en sus respectivos estados.

Además, a pesar de las condenas internacionales, no se vislumbra un cambio del régimen y la experiencia indica que cuando la comunidad internacional pone a un mandatario autoritario y a su camarilla contra la pared, estos se aferran más al poder.

Pragmáticamente por más escrúpulos democráticos que pudiéramos tener, si no concertamos con los gobernantes venezolanos, siguiendo las leyes de Murphy, “cualquier situación por mala que sea, es susceptible de empeorar”.

El hecho de que los Estados Unidos estén negociando con Corea del Norte, no implica que se identifiquen con el régimen de Pyongyang, sino que deben preservar a toda costa su seguridad.

(*) Excanciller y profesor de la facultad de relaciones internacionales de la universidad del Rosario