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México: Solidaridad y estupor

El terremoto puso en evidencia la calidad humana de sus habitantes. Pero también se sumó a los desafíos de un país atravesado por la incertidumbre económica, la narcoviolencia y una creciente polarización. Crónica de Felipe Restrepo Acosta.

23 de septiembre de 2017

El presidente de México, Enrique Peña Nieto, les pidió el miércoles en la mañana a sus compatriotas que no salieran de sus casas si no era estrictamente necesario. Y así lo hicieron. Desde la madrugada, miles de personas se volcaron a las calles de la capital para ayudar como fuera tras el sismo catastrófico de 7,1 grados, que un día antes arrasó el centro el país. Algunos llevaban palas y picas para buscar sobrevivientes entre las ruinas. Otros cargaban baldes para evacuar los escombros a través de cadenas humanas. Unos más preparaban comida, insumos médicos y otros materiales en diferentes centros de acopio. Todos tenían la certeza de que su labor era indispensable.

“Les mandé a mis amigos un mensaje de WhatsApp para que vinieran a ayudarme a preparar tortas (sánduches) para los rescatistas”, le dijo Ruth a SEMANA, la joven administradora de un local en la calle Colima, cuya inauguración se pospuso porque el dueño se golpeó en la cabeza. “Me imaginé que iban a venir dos o tres compañeros, pero vea lo que pasó”, agregó, mientras señalaba a un grupo de 20 personas que se afanaban preparando alimentos para quienes, algunas cuadras al oriente, buscaban sobrevivientes bajo los escombros de algunos edificios en la colonia (barrio) Roma.

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“Nadie nos convocó”, le dijo a esta revista Andrea, una enfermera que marchaba con casco, tapabocas y chaleco reflectivo por la avenida Cuauhtémoc junto a otros cuatro jóvenes que viven al oriente de la capital. “Uno de nosotros mandó un mensaje por Facebook”, agregó su compañero Marco, que hace poco se licenció como ingeniero. “Vinimos, preguntamos qué podíamos hacer y nos apuntamos en una brigada. Eso fue todo”. No fueron los únicos que dieron a entender que es obvio darles todo su apoyo a quienes padecieron en carne propia las consecuencias del sismo. Tampoco, los más jóvenes entre los voluntarios que desde el martes en la noche ayudan a los brigadistas en las labores de rescate. Pues aunque los mexicanos de todas las edades se volcaron para ayudar, bastaba circular algunos minutos por las zonas afectadas para darse cuenta de que la mayoría de esos héroes anónimos no tienen más de 25 años.

En buena medida, su solidaridad marca un esperanzador contraste con la tristeza que se apoderó de la Ciudad de México, Puebla y otros centros urbanos del centro y del sur del país. En esas regiones la devastación es palpable. Además de los 40 edificios que ya se han caído, hay miles de inmuebles a los que nadie puede acercarse pues en cualquier momento podrían, a su vez, colapsar. En el centro y en el sur de la capital, las cintas amarillas y negro con la palabra ‘peligro’ se han convertido en un paisaje habitual, lo mismo que las sirenas de decenas de ambulancias, carros de Policía y camiones de bomberos que surcan sus avenidas a toda velocidad para atender una nueva emergencia.

Tras el sismo algunas líneas de gas se rompieron, varias fachadas se desprendieron, y muchas personas sufrieron crisis nerviosas tras conocer la suerte de algunos de sus familiares. Al cierre de esta edición,  más de 286 personas habían fallecido y unas 50 se debatían entre la vida y la muerte. Entre ellas, varios niños atrapados bajo los escombros de dos escuelas, cuyos techos colapsaron sobre ellos y sus maestros.

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Sin embargo, a las escenas heroicas les espera un duro amanecer. Pues este sismo sucede apenas dos semanas después del de 8,2 grados que estremeció el sur del país y cuyas pérdidas millonarias aún no han sido evaluadas por completo. Juntas, ambas tragedias amenazan con frustrar la tenue recuperación económica de los últimos meses, pues además de los costos de la reconstrucción, el corazón productivo del país quedó golpeado. Los cuatro estados más afectados por el terremoto del martes concentran el 33 por ciento del PIB nacional y la mayor parte del sector de servicios, incluido el aeropuerto internacional Benito Juárez, el que más pasajeros mueve en América Latina.

A su vez, desde hace una década la guerra contra los carteles de la mafia tiene a México sumido en una epidemia de violencia, cuyo único ‘resultado concreto’ son decenas de muertos y desaparecidos. Entre ellos, los 43 estudiantes de una escuela rural del sur del país, cuya probable matanza a manos de agentes estatales en 2014 indignó a los mexicanos y marcó el sexenio de Peña Nieto y su proyecto modernizador.

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Y a eso se suma la creciente polarización política que se ha apoderado de sus habitantes, que en 2018 se enfrentan a unas elecciones presidenciales sobre las que nadie se atreve a hacer cábalas. En estas, el gran protagonista podría ser Donald Trump, quien con sus ataques contra México y su idea de construir un muro fronterizo podría inclinar la balanza electoral y catapultar al candidato que más exacerbe los ánimos nacionalistas. Un destino lamentable para un pueblo que esta semana demostró que se merece mucho más que el camino de espinas que sus líderes le han trazado.