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Uribe tiene vocación de “primera vez”. Y la impronta de hacer las cosas como nunca se habían hecho antes. | Foto: León Dario Peláez-SEMANA

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Álvaro Uribe detenido: ¿y ahora qué?

El expresidente, retirado del Senado por decisión judicial, no dará su brazo a torcer. ¿Qué hará este luchador nato, en una batalla nueva y compleja? Análisis de Rodrigo Pardo García-Peña.

4 de agosto de 2020

Álvaro Uribe, el presidente más popular en muchos años, detenido en su casa por orden de la Corte Suprema. De no creer. El mandatario que logró cambiar la Constitución para hacer posible su reelección, y que estuvo a punto de hacer una segunda reforma que le habría abierto la puerta a un tercer periodo, de no haber sido por la Corte Constitucional que le puso el freno. Pero Uribe puso presidente: a su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, de quien se distanció después. Y alcanzó dos elecciones al Senado, respaldado por votaciones que, para ese cargo, no se habían visto en Colombia. Menos aún de un expresidente, que casi siempre prefirieron la vida cómoda del retiro con gabelas.

Uribe tiene vocación de “primera vez”. Y la impronta de hacer las cosas como nunca se habían hecho antes. De innovar. Ahora le tocó hacerlo, pero en sentido negativo. Un presidente recluido y que tiene que dejar su curul, ganada por el mayor número de votos. Paradójicamente, quien ocupó la segunda casilla, Antanas Mockus, también tuvo que dejar su cargo por un mandato judicial. Las sillas vacías de Uribe y Mockus, los más votados en las elecciones, deben ser un motivo de reflexión.

Vea en gráficas la línea del tiempo del proceso de Álvaro Uribe

¿Qué impacto tendrán estos fallos inesperados? ¿Afectará la credibilidad en los mecanismos electorales? ¿Se impondrá una resignación a que sigan siempre los mismos con las mismas? Son preguntas clave. O, por el contrario, ¿se acelerará un hastío que puede convertirse en un rechazo mayoritario –una especie de repulsión– contra la credibilidad de la clase política? En todo caso, lo que no parece viable es que el acorralamiento de estos dos senadores no tenga consecuencias profundas.

Desde luego, habría que diferenciar la naturaleza de Uribe y Mockus, los dos grandes electores que terminaron apartados de sus curules por decisiones judiciales. Insisto en lo paradójico de la situación, no en que sean casos idénticos. No lo son. Son totalmente opuestos. Pero sus salidas obligan a pensar que no hay mucho espacio para la innovación en la acción política. Al menos en el terreno parlamentario.

No se trata de que Mockus y Uribe, cada uno desde una orilla, representen lo mismo. Claro que no: no coinciden en sus posiciones ideológicas –se han enfrentado en forma sistemática en los últimos años–, tienen discursos antagónicos sobre la política y, sobre todo, énfasis diferentes: Mockus enfatiza la ética, Uribe la seguridad. Mockus se alimenta de idealismo, Uribe es un pragmático de tiempo completo. Pero ambos, desde sus orillas enfrentadas, salen de la pista política por decisiones judiciales a pesar de haber sido los grandes electores de los últimos años. ¿Quedaremos, entonces y para siempre, en manos de los mismos con las mismas?

El episodio de Álvaro Uribe es de marca mayor. En su larga carrera política ha sido audaz e innovador. Con frecuencia, alineado con causas equivocadas e incluso cuestionables. En otras, lo que es más grave, no ha podido convencer sobra la sanidad de sus intenciones, la legitimidad de sus métodos, y la calidad de sus aliados. Lo que sí ha sido es audaz: innovador en los métodos y pragmático en el discurso. Transitó en la política por un progresismo tranquilo en el samperismo de los años ochenta y volvió a aterrizar en la rentable mano dura después del fallido proceso de paz de Andrés Pastrana. Demostró talento para el liderazgo y para la competencia.

El abogado Jaime Granados asistió este martes a la Corte Suprema de Justicia. No quiso dar declaraciones. Foto: Esteban Vega/ SEMANA

La gran pregunta es qué va a hacer ahora. Ha demostrado capacidad de sorprender y, sobre todo, de librar peleas sin cansarse y de no rendirse fácilmente. Su batalla no ha terminado. Paradójicamente, entre Uribe y su antecesor peruano, Alberto Fujimori, hay muchos parecidos, casi un paralelo, pero con la diferencia de que el expresidente colombiano no ha perdido toda su sólida base política ni –por ahora– su batalla ante la Justicia. Uribe ya no goza de la imagen positiva que mantuvo de manera record por encima de 60 por ciento durante una década, pero falta ver cómo va a reaccionar ahora. Llegó la hora del luchador acorralado.

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