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CRÓNICA

Amor entre rejas

Jorge Jaramillo es uno de los 106 mil presos bajo custodia del Inpec, Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario. Su hija Manuela, de cuatro años, lo visita cada mes en la cárcel Bellavista y habla con él a diario por celular. Cuando Manuela cumpla 36 años Jorge saldrá libre. Entre rejas sobrevive una historia de amor que parecía prohibida. Sus nombres han sido cambiados para proteger sus vidas.

María del Pilar Camargo, periodista de Semana.com
24 de agosto de 2010

Hace cuatro años nació Manuela Jaramillo. Ella tiene ojos oscuros, pestañas largas, labios delgados y piel tersa. Para Manuela, la casa de su padre es fea y sucia. Lo visita hace 48 meses. Para verlo ha madrugado 48 domingos a las seis de la mañana para hacer una fila de más de cuatro mil personas, entre mujeres y niños. La acompaña Adriana Torres, su madre.

"Qué pereza que mi papá viva en esa casita. No me gusta pa’ dormir allá. Me gusta ir pero un ratico. Dígale a mi papá que nos vayamos a vivir a otra casa los tres junticos", le confiesa Manuela a su madre.

Adriana tiene cejas delgadas, ojos verdes, nariz pulida, labios rojos y gruesos, pómulos levantados y piel blanca. Sin arrugas, sin expresión, sin maquillaje. No es modelo. Nació hace 26 años en un municipio del nordeste antioqueño, vive al nororiente de Medellín, es miope como sus otras seis hermanas mayores, le gustan los veteranos, dice que es profeta de Dios, y presagia que el padre de su única hija, Manuela, estará libre en los próximos meses. Él, Jorge Jaramillo, está condenado a 38 años de cárcel.

Manuela nació por el amor de un farmaceuta y una regente de farmacia 22 años más joven que él.

"Él jura que cuando yo era chiquita me ponía inyecciones", recuerda Adriana. Luego sonríe.

Adriana conoció a Jorge cuando ella tenía 15 años y él 37. Mientras que Adriana recuperaba basura para una campaña de reciclaje liderada por el grupo Scout, Jorge trabajaba un día más como propietario de la farmacia del barrio. Adriana cruzó las puertas de la droguería, y zas, él se enamoró, ella no.

"Niña, ¿usted por qué está recogiendo basura?", le preguntó Jorge.

Los amigos de Adriana se burlaban de la coquetería del boticario. Para Adriana, Jorge era "el doctor del barrio, el terapeuta, el sicólogo".

Pasaron varios meses para que Adriana volviera a la droguería. Era un sábado y buscaba el tratamiento médico para la enfermedad de una de sus tías. Una mujer exuberante y cuchibarbie la recibió. Adriana nunca había sentido una mirada tan llena de odio. Esa señora imponente, de contextura gruesa y con unos 45 años de edad sin aparentar, era la esposa de Jorge.

Mientras habla, Adriana se limpia constantemente los ojos con sus manos. Desde sus 12 años usó gafas. Hoy, lentes de contacto. En noveno grado rompió sus anteojos, y por temor al castigo de sus padres ocultó el daño durante varios meses. Comenzó a padecer dolores de cabeza. Volvió por obligación a la farmacia. Jorge le prometió arreglar sus gafas y llamarla cuando estuvieran listas. Luego, la madre de Adriana reconoció la voz del droguero y reprendió a su hija por "meterse con un hombre casado". Adriana se apenó. No quería que la vieran con un hombre tan mayor. Él no le gustaba. No le simpatizaba. No lo quería ni como amigo.

Jorge pensó lo mismo que Mario Benedetti cuando este poeta uruguayo escribió Táctica y estrategia. Su estrategia era que Adriana, "un día cualquiera, sin saber cómo ni con qué pretexto, por fin lo necesitara".

Durante cinco años Jorge atendió la enfermedad de la madre y fortaleció su amistad con las hermanas; le traía regalos de Estados Unidos, la buscaba a la salida del colegio, la llamaba a larga distancia, la invitaba con falsas excusas a Santafé de Antioquia y le prometía divorciarse. Intentos fallidos. Adriana se enamoró dos veces pero no de él.

Su primer amor se llamó Andrés Restrepo, lo conoció cuando ella tenía 16 años y él 21. Mantuvie ron su noviazgo durante tres años, hasta un día cuando Andrés decidió no volver. Desapareció por quince días. Cuando volvió, Adriana miró sus ojos y predijo el porqué de su huida.

"¿Qué vino a decirme? Que tiene otra novia, la de toda la vida, que está embarazada y que se alejó pa’ casarse", adivinó Adriana.

Seis meses después Adriana se reencontró con su segundo amor: Óscar Londoño, un amigo del grupo Scout. Óscar terminó con su novia, Marcela Cano, y viajó con Adriana durante un año por la Costa colombiana. Adriana tenía 18 años.
 
"Yo era muy cotizona. Era flaca, y con pelo largo y liso. Era muy bonita. Yo dije, '¡Ahora sí Jorge menos!', con ese papasito de Óscar como la pasaba de rico", recuerda Adriana.

Su historia de aventura con Óscar duró un año. Su segundo novio también le era desleal.
"Adriana, yo la quiero mucho, por si cualquier cosa pasa, sepa que yo la quiero mucho", le confesó Óscar.

"¿Cierto que usted siguió con Marcela y ella está embarazada?", auguró otra vez Adriana.

Pasaron cinco años para que funcionara la estrategia de Benedetti. Adriana tenía 20 años y aceptó una oportunidad laboral que le ofreció Jorge: ser su ayudante en la farmacia. Las llamadas telefónicas con Jorge comenzaron a demorar más, Adriana se reía de sus ocurrencias, y empezó a entender que necesitaba ese hombre mayor pero leal.

Después de lograr enamorarse, Adriana comenzó a vivir intranquila. La perseguían carros de vidrios polarizados y recibía llamadas amenazantes provenientes de la esposa de Jorge. Cuando se firmó el divorcio del farmaceuta y la mujer de unos 50 años, Adriana se sintió plenamente feliz.

Según la madre de Manuela, Jorge empezó a ganar buena plata: "Traía mercancía desde Panamá para un San Andresito, la droguería empezó a crecer, invirtió en taxis, ganado. Era muy bueno para los negocios".

Los padres de Manuela vivieron en unión libre hasta un día a las siete de la mañana, cuando dos oficiales del Gaula tocaron la puerta del apartamento.

Jorge fue retenido por homicidio y secuestro agravado. Por estar con él en el momento de la captura, Adriana estuvo interna en el Buen Pastor durante tres meses.

Para ella, su novio es inocente y víctima de falsos testimonios y extorsión. Hasta hoy, Jorge ha pagado seis años de condena.

En la cárcel Jorge se enteró del embarazo de Adriana.

"Que berriondera que le toque a una hija vivir sin mí", le confesó Jorge a Adriana.  Él tiene tres hijos de su primer matrimonio.
 
"Dios aborrece la injusticia y tengo plena confianza que Manuela va terminar su infancia y empezar su adolescencia con su papá libre (…) Los óscares (sic) no van a tener nada que ver cuando él salga y venga por Manuela y por mí", expresa Adriana.

Por estos días, Adriana y Jorge exigen una revisión del proceso judicial a la Fiscalía General de Bogotá.

Si Jorge no obtiene la libertad, se casará con Adriana en una ceremonia civil que se realizaría en la casita fea y sucia.

"Toda prisión tiene su ventana", dijo el poeta Gilbert Grantiant.