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Colombia pierde cerca de 611 hectáreas de bosque cada día por culpa de la motosierra. Guaviare es el segundo territorio más afectado por la deforestación, un crimen que tiene en jaque su biodiversidad y el conocimiento ancestral de los pueblos indígenas.

ECOLOGÍA

La encrucijada de los bosques colombianos

Terratenientes, acaparadores de tierra, ganadería extensiva, corrupción, minería y deforestación tienen en peligro los bosques del Guaviare, Caquetá y Antioquia. Casi 500 personas de estas regiones participaron en los foros de la Gran Alianza Contra la Deforestación para tratar de encontrar una fórmula que le ponga fin a esta debacle.

9 de marzo de 2019

A finales de 1880, colonos provenientes del interior del país llegaron a San Vicente del Caguán atraídos originalmente por la quina y el caucho. Luego de asentarse en el territorio y desplazar a los indígenas huitotos, tamas y koreguajes, los nuevos habitantes de la selva cambiaron de parecer y establecieron sabanas de pastos. Desde esa época el municipio tiene su principal fuente de ingresos en la ganadería.

Limpiar monte significa quitar selva para darle paso al potrero y al uso de la tierra. Esa actividad, desde 1977, tiene monumento propio en el centro del parque Los Fundadores de San Vicente del Caguán: un hacha gigante clavada en el tronco cortado de un árbol, fundida en hierro y concreto. La construyeron como homenaje a los cientos de colonos que abrieron paso por entre la manigua a los pastizales repletos de vacas.

El monumento al hacha en el parque central de San Vicente honra a los primeros colonos que tumbaron selva para criar ganado.

Hoy en día, esa herramienta ancestral le da paso a una más efectiva. En el casco urbano, cerca de diez locales exhiben motosierras de diversos tamaños, precios y propósitos. En el Aserrador del Yarí apetecen sobre todo la Stihl 236, que cuesta 600.000 pesos y solo sirve para tumbar rastrojos. Para los árboles de 20 metros de altura prefieren la 382, que cuesta 1,8 millones de pesos. En Centro Agro los precios van desde 595.000 pesos hasta 2 millones de pesos.

Los vendedores explican que las motosierras grandes requieren un permiso de la autoridad ambiental para usarlas, pero no para venderlas. “Cualquiera que tenga la plata puede comprar motosierras sin ningún problema. Lo que dice el papel es que después de adquirirlas tienen que ir a la corporación por el permiso. No hay ley que prohíba comercializarlas”.

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Igual permanece el cariño por el hacha. Cuando arrancó la remodelación del parque central, en 2017, muchos habitantes levantaron su voz de protesta cuando el alcalde propuso derribarla. Incluso el escudo municipal exhibe la misma imagen del hacha en su parte inferior.

Actualmente, San Vicente del Caguán es el municipio más ganadero de Caquetá. Alberga 831.000 cabezas de ganado distribuidas en 5.800 fincas, cifra que representa 46 por ciento del inventario vacuno departamental. De este sitio salen a diario 8.000 litros de leche.

La vía que lo conecta con Florencia ofrece un vivo ejemplo de la sobrecarga pecuaria: señales de tránsito con dibujos de vacas abundan por el recorrido de más de tres horas, donde el olor a boñiga, mezclado con el humo de la quema, es el común denominador. En 2017, San Vicente del Caguán perdió más de 26.000 hectáreas boscosas, cifra que lo convierte en el más deforestado del país.

Educación ambiental

Rosa Betancur guardaba la esperanza de que con la remodelación del parque quitaran el monumento al hacha. A ella, como a muchos, le transmite devastación.

Aesta maestra de 55 años el hacha le recuerda que proviene de una cultura asociada a la ‘tumba’ de bosque. “Si todos los días vemos ese mensaje, nadie va a cambiar su forma de actuar. Yo pondría un árbol, para que fuera nuestro nuevo símbolo de identidad”.

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El solar de su casa rebosa de palmas, frutales y cañas. En 2016, mientras recorría las 310 veredas del municipio como educadora ambiental de la Gobernación, visitó varios hatos ganaderos. “Les dije que por cada árbol que talaran debían plantar cinco. No entendieron. Para dejar de talar, primero debemos cambiar nuestra cultura”.

Pobres, la coartada

Beatriz Sierra llegó al Caguán hace 12 años como misionera laica. Afirma que los terratenientes utilizan a los campesinos para burlar los controles.

“Una vez, la señora más pobre que he conocido estaba protestando porque le habían quitado 50 vacas. Según ella, las había comprado. Pero esta mujer nunca tuvo plata ni para comer. Las mafias les pagan a los pobres para que digan que son los dueños de las vacas y evitar el peso de la ley”.

Esta paisa de 70 años dice que la mayor prueba de que no hay Estado en la región es que siguen las vacunas, hoy llamadas “donaciones para la paz”.

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Nueva ganadería

Harvey Daza, líder social de la región de El Pato, dice que la colonización dejó un modelo de producción ganadero obsoleto.

Predomina la ‘tumba’ de grandes bosques para convertirlos en potreros. Pocos quieren cambiar hacia un modelo eficiente y sostenible, que mezcle árboles con ganado; lo que llaman ‘sistemas silvopastoriles”’.

Este campesino de 38 años dice que el pequeño productor siente desconfianza de lo novedoso y prefiere seguir tumbando. “Podemos cambiar, pero necesitamos ayuda del Estado”.

Freno a los villanos

José Penagos pide que el Estado cambie la forma de ayudar al campesino para dejar la tala.

“Es más que entregar recursos. Necesitamos asesoría permanente. Los culpables de la tala, los grandes hacendados, compran motosierras y les pagan a los más pobres para que tumben. El año pasado, 50 personas desaparecieron 3.000 hectáreas de bosque en una finca”.

Hablan los expertos

“Tenemos que vencer el escepticismo y pensar que no solo la ganadería genera ganancia. Hay muchas alternativas más que no impactan tanto los recursos”, inidicó Luz Marina Mantilla, directora Instituto Sinchi.

Debemos identificar alternativas para asegurar que conservar el bosque no signifique condenar a la comunidad a la pobreza”, manifestó Carolina Urrutia, directora Parques Cómo Vamos.

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“El cambio hacia una cultura de respeto a los recursos naturales está en manos de nosotros los jóvenes. Por más diferencias que tengamos, debemos unirnos”, explicó William Lizcano, integrante del Colectivo de Comunicación Ambiental Ecodando.

Bosque en Guaviare sucumbe por la corrupción

El acaparamiento de tierra, la ganadería y los cultivos ilícitos están catalogados como las actividades que más devoran bosque en este departamento. Sus pobladores hablan de mafias conformadas por terratenientes, grupos subversivos y hasta entidades regionales. 

Guaviare es un departamento de contrastes. De un lado, es un hervidero de biodiversidad escondido entre los tepuyes o archipiélagos de bosque amazónico del Parque Nacional Serranía de Chiribiquete. Un tapete selvático virgen que les brinda hogar a especies de plantas y animales desconocidas para la ciencia, y a pueblos indígenas milenarios.

En la serranía de La Lindosa, una cadena ubicada en San José del Guaviare, han descubierto cerca de 7.000 pinturas rupestres de más de 12.000 años de antigüedad, con imágenes de dantas, monos, tortugas, manos y otras figuras misteriosas.

Su lado oscuro está en el desangre de los bosques. En 2017, la motosierra arrasó más de 38.000 hectáreas de verde tupido. Por eso es el segundo departamento más deforestado de Colombia. San José del Guaviare es el centro de la pérdida boscosa, y Chiribiquete, la última víctima: en 2018 perdió más de 1.000 hectáreas de bosque y apareció una trocha de 75 kilómetros que serpentea entre sus selvas.

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¿Quién está detrás de este crimen? En el foro de la Gran Alianza contra la Deforestación, sus habitantes aseguraron que terratenientes con fuerte brazo financiero llegaron de otras regiones a adueñarse de las tierras guaviarenses y a tumbar grandes tajadas de bosque, auspiciados por la corrupción. Estas mafias obligan a los campesinos a venderles sus fincas a precios bajos, lo que ha desencadenado un nuevo desplazamiento hacia el casco urbano.

Habitantes de Segovia aseguran que la minería no impulsa la deforestación en el municipio, pero sí la ganadería extensiva.

Miedo a denunciar

Olmes Rodríguez fue raspachín por 15 años. Hoy ya no tumba ni una mata y lidera a 168 campesinos para que vivan del bosque.

A Olmes lo ofusca la falta de acciones contra los terratenientes. “Todo el que tenga plata coge tierra sin que haya castigo. Contratan campesinos para tumbar hasta 1.000 hectáreas de bosque en un mes. Todos sabemos quiénes son, pero nos da miedo denunciar”.

Siente impotencia por la corrupción. “Las autoridades solo atacan a los pequeños colonos. Pero a los que tumban árboles, meten tractores y patrocinan la deforestación, como las entidades regionales, no les pasa nada”.

“Nos quedamos solos”

El ganadero Rafael López reforesta caños y siembra árboles por convicción.

“Mujeres y jóvenes migran hacia el pueblo presionados por la violencia y los terratenientes. Solo quedamos los más viejos”.

Fue testigo de cómo un solo latifundista llevó cuadrillas para tumbar 1.500 hectáreas de bosque en San José del Guaviare. “Los campesinos solo talamos para el pancoger”, dice.

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Vivir del turismo

Saúl Pérez cambió la coca por el ecoturismo en la serranía de La Lindosa.

Con 20 campesinos de su vereda, conformó una asociación que atiende 100 turistas por mes. “Los llevamos a ver las pinturas rupestres y les preparamos sancocho de gallina y pescado moqueado. La coca salió de mí. Ahora les leo a los turistas coplas y poemas que escribí inspirado en La Lindosa”.

Segovia quiere más que oro

Una estatua dorada de una mujer y un minero recuerdan a los pobladores de Segovia que el oro es su primer renglón económico y un hito cultural.

Aunque aparece entre los diez municipios más mineros de Antioquia, sus pobladores quieren apostar por otras actividades. Aseguran que la minería no detona la deforestación.

En Segovia, comercializan el oro con medidas de la época de la colonia. En sus compraventas, que abundan como panaderías, pesan la pepa en reales y castellanos: un gramo equivale a 5 reales y un castellano, a 4,6 gramos.

La minería hace parte de la idiosincrasia del municipio. Tanto es así que en el parque central hay una estatua de una mujer desnuda, encadenada en tobillos y muñecas, con una batea en las manos. Su vientre simula una mina con una abertura causada por el martillo de un minero, de donde salen pepitas de oro.

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Aunque esta actividad es el primer renglón económico en la zona, muchos pobladores quieren cambiarla. Juan Camilo Hurtado, líder juvenil, es uno de ellos. “La minería no es todo en la vida. Una pepa de oro no la podemos masticar. Necesitamos cambiar hacia cultivos o potenciar los talentos culturales”.

La minería está clasificada como un motor de deforestación, lo que no comparten los segovianos. “Acá la minería no deforesta. La protagonista de la pérdida de bosque es la ganadería, actividad a la que muchos mineros cambian cuando están mayores y con plata”.

No retorno

“Los bosques están llegando a un punto de no retorno en el que no tendrán la misma capacidad de regulación climática. Esto generará una crisis por el agua y temperaturas más extremas”, dijo Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible.

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“En una sola hectárea de bosque natural hay más de 14.000 árboles de al menos 600 especies, de las cuales aprovechan solo 2. Si el bosque desaparece, también lo harán las lluvias”, expresó Edersson Cabrera, coordinador del Sistema de Monitoreo de Bosques del Ideam.

“Cada hora perdemos 25 hectáreas de bosque. En dos años no tendremos Amazonia. Preocupa el acaparamiento de tierras, una mezcla de codicia, poder y corrupción”, manifestó Margarita Pacheco, ambientalista y columnista.