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Negret se ha concentrado en llevar la Defensoría a los territorios en lancha y hasta en burro y en temas como la protección de líderes sociales. | Foto: la defensoría

PERFIL

Carlos Negret, el misionero

En un ambiente polarizado, la gestión de Negret al frente de la Defensoría tiene un talante definido y la valoran desde todas las orillas.

21 de abril de 2019

En Septiembre de 2016, los defensores de derechos humanos y las organizaciones de víctimas recibieron con escepticismo la elección de Carlos Alfonso Negret como defensor del pueblo. Incluso académicos y expertos en el conflicto,consideraban que con el país a punto de estrenar un acuerdo de paz, un defensor de origen político no era el apropiado. Las buenas relaciones de Negret con el Congreso, sumadas a que venía de ser secretario general de La U, generaron la percepción de que al cargo llegaba alguien con un perfil muy político.

Dos años y medio después, Negret tiene otra imagen. Sectores de derecha y de izquierda, pero sobre todo quienes hacen trabajo social o viven en las zonas más apartadas, valoran su gestión. Servidores públicos, víctimas y actores armados no lo ven con prevenciones.

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Encontrarlo en Bogotá no es fácil. Se la pasa en la Sierra Nevada, en el Guaviare, en el Cauca o en el Catatumbo. Como una especie de misionero siempre está pendiente de los desvalidos. Y al contrario de lo que sucede con las personas que tienen un perfil político marcado, tiene pocos enemigos. En el Congreso nadie ha planteado citaciones o críticas en contra suya.

La empatía que genera Negret se debe, sobre todo, a la convicción con la que asume el trabajo social. Esta no viene de haber sobrevivido a un cáncer o de haberse salvado, en medio de la votación en que lo eligió el Congreso, de morir por cuenta de una oclusión intestinal. Su sensibilidad proviene de una historia de vida ligada a su temprana orfandad. Su madre, Ligia Mosquera, murió cuando él tenía 3 años, y su padre César, mayor del Ejército y exalcalde de Popayán, cuando él tenía 10. Falleció de un infarto, porque no lo atendieron bien. “Eso lo obsesionó con que a la gente la traten con dignidad,” asegura uno de sus colaboradores.

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La orfandad también lo convirtió pronto en un guerrero. Aunque tiene apellidos tradicionales, vivió otra realidad económica. Se pagó su carrera de derecho en la Javeriana con su trabajo de mesero y mensajero. Salió adelante con sus hermanos, con quienes a veces tiene visiones políticas encontradas, pero coincide en su gusto por la política.

Por periodos, Negret fue lobista de empresas privadas y enlace con el Congreso de agencias estatales. Eso le sirvió para conocer a los parlamentarios y tener una buena relación con ellos. Tanto, que ganó el cargo de defensor con 146 votos de 147 posibles en el Congreso.

Es un convencido de la importancia del acuerdo con las Farc y de las vidas que este ha salvado. “Defender al pueblo es defender la paz”, ha sido uno de los lemas de su administración. Entre sus obsesiones, además de la eficiencia estatal en los territorios, hay temas puntuales como la defensa de los líderes sociales. Decidió dedicarle la página de la Defensoría a hacer el conteo sobre las muertes y de su despacho dependen las alertas tempranas, tema que el monitorea a cada rato. Su obsesión con el tema le ha supuesto, en algunos casos, prevenciones de algunos funcionarios del Gobierno actual y del anterior que defienden la idea de que en los asesinatos de líderes no hay sistematicidad.

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Negret también se obsesiona con la infancia, tema que en el fondo de su corazón también está asociado a sus circunstancias. “Desde que murieron mis padres no hemos parado la vida”, recuerda. En los territorios se concentra en los menores y recientemente presentó al Congreso un proyecto para nacionalizar a los niños migrantes venezolanos.

El cáncer del que se salvó le permitió afirmar sentimientos de solidaridad. Pero Negret se apega a la vida de una manera tranquila. En su última correría, hace unas semanas, se varó la lancha en la que –ya de noche—atravesaba el río Guaviare. Ante los nervios de quienes iban con él, sacó su celular y los puso a cantar canciones de salsa. Esas cosas no lo angustian porque no le tiene miedo a la muerte. “Sí me angustia qué pasa en este país. El hambre, las dificultades de la gente para trabajar, para sobrevivir. Cada vez que salgo quedo más preocupado”.

A Negret le queda poco más de un año en la Defensoría. Aunque le gusta lo público, no sabe qué va a hacer. Su historia de vida le enseñó que solo importa el presente y que, por ahora, solo quiere seguir yendo a los territorios. “Mis peleas son con los funcionarios del Estado que no llegan a las zonas, con lo que no funciona”, dice, mientras asegura que prefiere el bajo perfil. “Nunca tendré Twitter”, insiste.