Home

Nación

Artículo

DINEROS CALIENTES

30 de enero de 1984

Cuando en agosto el debate sobre la mafia llegó a su clímax, el país completaba meses enteros de asistir al ascenso continuado de los grandes "capos" colombianos, quienes alcanzaban los más altos niveles de ostentación y entraban a participar en forma abierta en las más diversas actividades de la vida nacional.
En Medellín, Pablo Escobar, parlamentario suplente de la corriente santofimista, lideraba un movimiento "cívico" y se daba a conocer como uno de los hombres más ricos del país y de América Latina. Con un generoso bolsillo, ganaba adeptos a punta de regalar casas a gentes humildes y se daba el lujo de sostener un exótico zoológico en Puerto Triunfo, en el Magdalena Medio.
Entre tanto, un joven osado, Carlos Lehder Rivas, había fundado un movimiento político mezcla de fascismo y antiimperialismo, que preocupaba a la clase dirigente quindiana. Dueño de una isla en Las Bahamas que le fue confiscada por el gobierno de los Estados Unidos, se había hecho famoso por la publicación en la prensa nacional de avisos de página entera en los cuales atacaba el Tratado de Extradición suscrito entre Colombia y los Estados Unidos, durante la administración Turbay Ayala.
La mafia estaba en todas partes: en la política, en los deportes, en los medios de comunicación. Los colombianos lo comentaban por doquier, convencidos de estar asistiendo a un vuelco económico y moral del país y de sus instituciones.
Semanas antes de que el debate se agudizara, había llegado al ministerio de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, un joven senador huilense, segundo de a bordo del Nuevo Liberalismo, con la clara intención de utilizar su fama de hombre honesto para llevar a cabo una gran campaña contra la mafia y el narcotráfico. Sus buenas intenciones encontraron pronto grandes obstáculos. En medio de un debate en el parlamento, al cual asistía el Ministro Lara, el representante Jairo Ortega, principal de Escobar, presentó la fotocopia de un cheque de un millón de pesos que Evaristo Porras, presuntamente vinculado al narcotráfico, había girado a nombre de Lara el 20 de abril de 1983.
Lara, confundido, se apresuró a desmentir los hechos, asegurando que no conocía a Porras. Días después apareció la grabación de una conversación del Ministro con Porras, con la cual no sólo quedaba desmentido Lara, sino que se probaba que conocía a Porras y que había recibido de él el millón de pesos.
Pero nada detuvo al Ministro, quien, apoyado firmemente por el Presidente Betancur no renunció y en cambio arremetió contra los grandes "capos", reviviendo procesos penales que habían caído en el olvido, denunciando la presencia de "dineros calientes" en distintas actividades y ordenando el decomiso de decenas de avionetas de las que se sospechaba que eran utilizadas en el narcotráfico.
Lehder, contra quien se dictó auto de detención al tiempo que los Estados Unidos solicitaban su extradición, huyó al Brasil. Escobar, acusado de ser el autor intelectual de un doble crimen y de participar en un contrabando de cocaína, se presentó ante las autoridades. Otros acusados, como Emiro de Jesús Mejía y Lucas Gómez Van Grieken, fueron puestos tras las rejas. Jorge Darío, "El Pocholo", hermano de Gómez y congresista suplente, también fue acusado penalmente por tráfico de cocaína, en otro proceso penal revivido por las autoridades.
Para muchos colombianos quedó claro que los días de la mafia estaban contados y que habían terminado años de impunidad. Pero antes de finalizar el año soplaron otros vientos: el gobierno se negó a extraditar a Mejía y a Gómez, reclamados por Estados Unidos, pese al concepto favorable de la Corte Suprema de Justicia; el auto de detención contra Escobar fue revocado y el parlamentario fue sobreseído dentro del proceso por narcotráfico; Emiro de Jesús Mejía y Lucas Gomez fueron puestos en libertad, por falta de pruebas.
Al mismo tiempo, se daban a conocer datos reveladores: las exportaciones de marihuana volvían a alcanzar niveles dignos de la gran bonanza de 1974 y 1975. El consumo de nuevas drogas, como el bazuco y el polvorete, crecía entre la población juvenil e infantil.
Por su parte, los "capos" habían sido arrinconados y asustados, pero lejos estaba el país de haber acabado con la mafia. Ellos parecían haber aprendido una gran lección: no debían rebasar ciertos límites, como intervenir en política. Zapatero a tus zapatos, pensaban algunos de ellos.