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EL FIN DE LA HISTORIA?

Francis Fukuyama, un norteamericano de origen japonés, ha revolucionado el mundo de las ideas al declarar el triunfo del liberalismo democrático. SEMANA reproduce apartes de su controvertido artículo.

8 de enero de 1990

Al observar el flujo de los acontencimientos del período aproximado del último decenio, resulta difícil sustraerse a la sensación de que ha ocurrido algo muy fundamental en la historia del mundo. El año pasado nos vimos inundados de artículos que celebraban el término de la guerra fría, y el hecho de que la "paz" parece prevalecer en muchas regiones del mundo. Pero la mayoría de estos análisis carece de un marco conceptual más amplio para distinguir entre lo esencial y lo contingente o accidental en la historia del mundo y resultan, por tanto, predeciblemente superficiales. Si Gorbachov fuera destituido de su cargo en el Kremlin, o si un nuevo ayatollah proclamara el milenio desde una desolada capital del Medio Oriente, estos mismos comentaristas se precipitarían a anunciar el comienzo de una nueva era de conflicto.

Y, sin embargo, todas estas personas perciben oscuramente que hay en marcha un proceso más vasto, un proceso que da coherencia y orden a los titulares de los periódicos. El siglo XX vio descender al mundo desarrollado hasta un paroxismo de violencia ideológica, en que el liberalismo se enfrentaba, primero, a los residuos del absolutismo, luego al bolchevismo y el fascismo, y finalmente a un marxismo actualizado que amenazaba con llevar al apocalipsis definitivo de la guerra nuclear. Pero el siglo que se inició lleno de confianza en el triunfo final de la democracia liberal occidental parece, al tocar a su fin, haber virado en redondo para regresar al punto en que comenzó. no un "fin de la ideología" ni una convergencia entre capitalismo y socialismo, como se predijo antes, sino a una victoria categórica del liberalismo económico y político.

El triunfo de Occidente, de la idea occidental, es evidente primero que todo en el agotamiento absoluto de las alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental. En el decenio último ha habido cambios inequívocos en el clima intelectual de los países comunistas más grandes del mundo, y se ha observado el comienzo de importantes movimientos reformistas en ambos. Pero este fenómeno se extiende más allá de la alta política, y puede contratarselo tamhién en la penetración inexorable de la cultura consumista occidental, en contextos tan diversos como los mercados campesinos y los aparatos de televisión en color que son ahora omnipresentes en China; en los restaurantes cooperativos y las tiendas de vestuario abiertos el año pasado en Moscú; en la música de Beethoven que se escucha como fondo en los grandes almacenes japoneses; y en la música de rock que se disfruta por igual en Praga, en Rangún y en Teherán.

Lo que presenciamos es quizás no meramente el fin de la "guerra fría", ni la superación de un período determinado en la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma definitiva del gobierno humano.

La idea del fin de la historia no es original. Su más grande propagador conocido fue Karl Marx, que pensaba que la dirección del desarrollo histórico no era azarosa sino estaba determinada por la interacción de fuerzas materiales y tocaría a su fin sólo en la concreción de una utopía comunista que resolvería finalmente todas las contradicciones anteriores. Pero el concepto de historia como proceso dialéctico con un comienzo. una fase intermedia y una conclusión, es algo que Marx tomó prestado de su gran predecesor alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel. (...)
Para Hegel, toda conducta humana en el mundo material, y por tanto toda historia humana, está arraigada en un estado anterior de conciencia, idea similar a la que expresó John Maynard Keynes al decir que las opiniones de los hombres de negocios derivaban habitualmente de economistas difuntos y garrapateadores académicos de generaciones pasadas. Esta conciencia puede no ser explícita, como lo son las doctrinas políticas modernas, sino adoptar, más bien, la forma de la religión o de simples hábitos morales y culturales .Sin embargo este ambito de la conciencia a la larga se hace necesariamente manifiesto en el mundo material creando, de hecho, al mundo exterior a imagen suya. La conciencia es causa y no efecto, y puede desarrollarse en forma autónoma del mundo material; por tanto, el subtexto verdadero que subyace al caos aparente de los sucesos contingentes es la historia de la ideología.

El idealismo hegeliano no ha dado buen resultado en manos de pensadores posteriores. Marx revirtió completamente la prioridad de lo real, relegando todo el ámbito de la conciencia --la religión, el arte, la cultura, la filosofía misma--a una "superestructura" que estaba determinada integralmente por el modo material de producción que prevalecía. Sin embargo, otra herencia infortunada del marxismo es nuestra tendencia a retirarnos hacia explicaciones materialistas o utilitarias de los fenómenos históricos o políticos, y nuestra falta de inclinación a creer en el poder autónomo de las ideas. Un ejemplo reciente de esto es el vastamente exitoso Auge y Caída de las Grandes Potencias, de Paul Kennedy, que atribuye la decadencia de estas sencillamente a una sobreextensión económica. (...)
El sesgo materialista del pensamiento moderno es característico no sólo de las personas de izquierda que pueden sentir simpatia por el marxismo, sino también de muchos antimarxistas apasionados. De hecho, hay en la derecha lo que podría definirse como la escuela Wall Street Journal del materialismo determinista, que descarta la importancia de la ideología y la cultura ya considera al hombre esencialmente como un individuo racional y maximizador de utilidades.
Es precisamente este tipo de persona y su búsqueda de incentivos materiales lo que se postula como base de la vida econónmica como tal en los textos económicos. Un pequeño ejemplo ilustra el carácter problemático de tales visiones materialistas.

Max Weber inicia su famoso libro La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo haciendo observar las diferencias en el rendimiento económico de las comunidades protestantes y católicas en toda Europa y Norteamérica, que se resumen en el proverbio de los protestantes comen bien mientras los católicos duermen bien.

Una mirada al mundo contemporáneo hace muy evidente la pobreza de las teorias materialistas del desarrollo económico. La escuela Wall Street Journal de materialismo determinista alude con frecuencia al sorprendente éxito económico de Asia en los últimos decenios como prueba de las bondades de la economia de mercado libre, con la implicación de que todos los paises experimentarian un desarrollo similar si dejaran que su población promoviera libremente sus intereses materiales. Con seguridad, mercados libres y sistemas politicos estables son precondición necesaria para el crecimiento económico capitalista. Pero, además, la herencia cultural de estas sociedades del Lejano Oriente, la ética del trabajo y el ahorro y la familia, una herencia religiosa que no limita, como el islamismo, determinadas formas de actividad económica, y otras cualidades morales profundamente arraigadas, son igualmente importantes como factores de su rendimiento económico. Sin embargo, el peso intelectual del materialismo es tal que ni una sola teoria contemporánea respetable del desarrollo económico aborda seriamente la conciencia y la cultura como matrices en las cuales se forma la conducta económica. (...)
La incapacidad de comprender que las raíces de la conducta económica se hallan en el ámbito de la conciencia y la cultura lleva al error común de atribuir causas materiales a fenómenos que son, esencialmente, de naturaleza ideal. Por ejemplo, es un lugar común en Occidente interpretar los movimientos reformistas, primero en China y más recientemente en la Unión Soviética, como la victoria de lo material sobre lo ideal, esto es, un reconocimiento de que los incentivos ideológicos no podian reemplazar a los materiales como generadores de una economia moderna altamente productiva y de que si se queria prosperar habia que estimular formas menos elevadas de la ambición personal.
Pero los defectos profundos de las economias socialistas eran evidentes hace 30 ó 40 años para quien quiera que las observara. ¿A qué se debió que estos paises se alejaran de la planificación centralizada sólo en el decenio de 1980? La respuesta debe buscarse en la conciencia de las élites y de los líderes que las dirigen, que decidieron optar por el sistema de vida "protestante", de riqueza y riesgo antes que por el camino "católico" de pobreza y seguridad. Ese cambio no se hizo en modo alguno inevitable por las condiciones materiales en que se hallaban los respectivos paises en visperas de la reforma, sino más bien se produjo como resultado del triunfo de una idea por sobre otra. (...)
¿Hemos llegado, en verdad, al fin de la historia? ¿Existen, en otras palabras, "contradicciones" fundamentales en la vida humana, que no pueden resolverse en el contexto del liberalismo moderno, y cuya solución pudiera alcanzarse en una estructura politico-económica alternativa? Si aceptamos las premisas idealistas formuladas más arriba, debemos buscar la respuesta a esta pregunta en el ámbito de la ideologia y la conciencia.
Nuestra tarea es no responder exhaustivamente a los cuestionamientos del liberalismo, promovidos por todos los mesias desquiciados del mundo, sino hacer frente sólo a los que se encarnan en fuerzas y movimientos sociales o politicos importantes, y que por tanto forman parte de la historia del mundo. Para nuestros propósitos, importa muy poco qué extrañas ideas se le ocurran a la gente en Albania a Burkina Faso, pues nos interesa la que en cierto sentido podria llamarse la herencia ideológica común de la humanidad. (...) En el siglo transcurrido ha habido dos grandes desafios al liberalismo: el del fascismo y el del comunismo. El primero veia la debilidad politica, el materialismo, la anomía y la falta de cohesión de Occidente como contradicciones fundamentales de las sociedades, que no sólo podian resolverse con un Estado fuerte, que forjara un "pueblo" nuevo sobre la base de la exclusividad nacional. El fascismo fue destruido como ideologia viviente por la Segunda Guerra Mundial. La derrota, desde luego, se produjo en un un nivel muy material pero equivalió también a la destrucción de la idea. Lo que destruyó al fascismo como idea no fue el rechazo moral universal que encaró--pues miles de personas estuvieron dispuestas a respaldar la idea mientras pareció La ola del futuro--, sino su falta de éxito. Después de la guerra, pareció a lamayoría de las personas que el fascismo alemán, asi como sus otras manifestaciones europeas y las asiáticas estaban destinadas a autodestruirse No hubo razón material para que no surgieran nuevos movimientos fascistas despues de la guerra en otros lugares, excepto el hecho de que el ultranacionalismo expansionista, con su promesa de un conflicto permanente que llevaria a la catastrófica derrota militar, habia perdido por completo su atractivo. Las ruinas de la cancilleria del Reich, asi como las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, mataron esta ideologia en el nivel de la conciencia asi como materialmente, y todos los movimientos protofascistas engendrados por los ejemplos alemán y japonés, como el peronismo en Argentina o el Ejército Nacional Indio de Subhas Chandra Bose, se marchitaron después de la guerra.

El desafio ideológico montado por la segunda gran alternativa al liberalismo, el comunismo, fue mucho más grave. Marx, hablando el lenguaje de Hegel, afirmó que la sociedad liberal contenia una contradicción fundamental que no podia resolverse dentro de su contexto: la que enfrentaba a capitalistas y trabajadores, y esta contradicción ha sido desde entonces la principal acusación contra el liberalismo. Pero, por cierto, el asunto de las clases se ha resuelto en la práctica con éxito en Occidente. Como observó --entre otros- Kojeve, el igualitarismo de la Norteamérica moderna representa el logro esencial de la sociedad sin clases que imaginó Marx. Esto no quiere decir que no haya ricos y pobres en los Estados Unidos, ni que la brecha entre ellos no se haya agrandado en los últimos años. Pero las causas radicales de la desigualdad económica se relacionan menos con la estructura legal y social subyacente de nuestra sociedad, que continúa siendo fundamentalmente igualitaria y moderadamente redistribucionista que con las caracteristicas sociales y culturales de los grupos que la conforman, que son, a su vez, el legado histórico de las condiciones premodernas. De este modo, la pobreza de los negros en los Estados Unidos no es un rasgo inherente al liberalismo, sino antes la "herencia de la esclavitud y el racismo", que subsistió hasta mucho después de la abolición formal de la esclavitud.

Como consecuencia del retroceso del asunto de las clases, puede afirmarse con tranquilidad que el atractivo del comunismo en el mundo occidental desarrollado es menor ahora que en ningún momento desde el término de la Segunda Guerra Mundial.

Podemos argumentar que la alternativa socialista nunca fue tremendamente plausible para el mundo del Atlántico Norte, y que se mantuvo en los últimos decenios principalmente por su éxito fuera de esta región. Pero es precisamente en el mundo no europeo donde más impacta la concreción de grandes transformaciones ideológicas. Con seguridad, los cambios más notables han ocurrido en Asia.
Debido a la fortaleza y adaptabilidad de las culturas nativas de allí, Asia se convirtió a comienzos de siglo en campo de batalla de una serie de ideologías importadas de Occidente. En el continente, el liberalismo era muy débil en el período posterior a la Primera Guerra Mundial; es fácil olvidar hoy cuán oscuro parecía el futuro político de Asia hace apenas 10 ó 15 años. También lo es perder de vista lo importantes que parecían los resultados de las luchas ideológicas asiáticas para el desarrollo político del mundo entero.

La primera alternativa asiática al liberalismo en sufrir una derrota decisiva fue la fascista, representada por el Japón imperial. El fascismo japonés (como su versión alemana) fue derrotado por la fuerza de las armas norteamericanas en la guerra del Pacifico, y unos Estados Unidos victoriosos impusieron en Japón la democracia liberal. Trasplantados a Japón el capitalismo y el liberalismo político occidentales fueron adaptados y transformados por los nipones hasta resultar apenas reconocibles. Muchos estadounidenses se han dado cuenta ahora de que la organización industrial japonesa es muy distinta de la que prevalece en los Estados Unidos o Europa, y cabe preguntarse qué relación existe entre la manipulación faccional que se produce dentro del gobernante Partido Liberal Democrático y la democracia. De cualquier modo, el hecho mismo de que hayan podido injertarse tan exitosamente los elementos esenciales del liberalismo económico y político en tradiciones exclusivamente japonesas, garantiza su supervivencia a largo plazo. Más importante es el aporte que Japón ha hecho, a su vez, a la historia mundial, al seguir los pasos de los Estados Unidos para crear una cultura de con sumo verdaderamente universal, que se ha convertido, a la vez, en un símbolo y en uno de los baluartes del es tado homogéneo universal.

Los éxitos económicos de los otro paises asiáticos en proceso reciente de industrialización (newly industrializing countries, o, en inglés, NIC), que siguieron el ejemplo de Japón, son, estas alturas, historia conocida. Lo importante desde un punto de vista hegeliano es que el liberalismo político ha seguido al liberalismo económio con mas lentitud de la que muchos esperaban, pero con aparente inevitabilidad. Aquí, una vez más, vemos el triunfo de la idea del estado homogéneo universal. Corea del Sur, por ejemplo, se ha desarrollado hasta convertirse en una sociedad moderna y urbana, con una clase media cada vez más numerosa y mejor educada, que no puede ya permanecer al márgen de las tendencias democráticas que la circundan. (...).

Pero la fuerza de la idea liberal parecería mucho menos impactante si no hubiera contagiado a la cultura más antigua y más vasta de Asia: China. La mera existencia de China comunista creaba un polo alternativo de atracción ideológica, y como tal constituía una amenaza al liberalismo. Pero en los últimos años se ha producido un descrédito casi absoluto de marxismo leninismo como sistema económico. Comenzando por el famoso tercer pleno del Décimo Comité Central, en 1978, el Partido Comunista chino emprendió la descoletivización de la agricultura para los 800 millones de chinos que aún vivían en el campo. El papel del estado en el agro se redujo al de un recolector de impuestos, mientras se incrementaba fuertemente la producción de bienes de consumo para dar a probar a los campesinos lo que era el estado homogéneo universal, y con ello un incentivo para trabajar. La reforma duplicó en sólo cinco años la producción china de cereales, creando en ello una sólida base política para Deng Xiao-ping, desde la cual pudo extender la reforma a otros sectores de la economía. Las estadísticas económicas ni siquiera se acercan a reflejar el dinamismo, la iniciativa y la apertura evidente en China desde que se inició la reforma.
Por importantes que hayan sido, sin embargo, estos cambios en China son los acontecimientos de la Unión Soviética--originalmente "la patria de los proletarios del mundo"--lo que ha puesto el último clavo en el féretro de la alternativa marxistaleninista a la democracia liberal. Debe quedar en claro que, en términos de instituciones formales no ha cambiado mucho en los cuatros años desde el advenimiento de Gorbachov: los mercados libres y el movimiento de las cooperativas representan sólo una pequeña parte de la economía soviética, que sigue siendo centralmente planificada; el sistema politico aún es dominado por el Partido Comunista, que sólo ha comenzado a democratizarse internamente y a compartir el poder con otros grupos; el régimen sigue afirmando que sólo busca modernizar el socialismo y que su base ideológica continúa siendo el marxismoleninismo; y, por último, Gorbachov encara una oposición conservadora potencialmente fuerte, que puede revertir muchos de los cambios que han tenido lugar hasta la fecha. Además, resulta difícil ser muy optimista respecto de las perspectivas de éxito de las propuestas reformas gorbachovianas, ya sea en la esfera de la economía o en la política. Pero mi propósito aqui no es analizar los sucesos en el corto plazo, ni formular predicciones con fines estratégicos, sino analizar las tendencias subyacentes en la esfera de la ideología y de la conciencia.
Y a ese respecto, es claro que ha ocurrido una transformación sorprendente. (...)
Lo que ha ocurrido en los cuatro años desde el advenimiento de Gorbachov es un ataque revolucionario a las instituciones y principios más fundamentales del estalinismo, y su remplazo por otros que no llegan a ser liberalismos por per se, pero cuya única hebra conectadora es el liberalismo. (...).

En este momento no podría catalogarse en modo alguno a la Unión Soviética de pais liberal ni democrático, y tampoco creo que con las posibilidades de éxito de la perestroika el término vaya a resultar siquiera concebible de aqui a algunos años. Pero al final de la historia no es necesario que todos los países se conviertan en sociedades liberales exitosas, y hará falta meramente que abandonen sus pretensiones ideológicas de representar formas diferentes y más elevadas de la sociedad humana. Y a este respecto creo que en los últimos años ha ocurrido algo muy importante en la Unión Soviética: las criticas al sistema autorizadas por Gorbachov han sido tan profundas y devastadoras que existen muy pocas probabilidades de un retorno sencillo al estalinismo o al brezhnevismo. Gorbachov ha permitido finalmente a las personas decir lo que intimamente comprendian desde hacia muchos años, especificamente que los conjuros mágicos de marxismo-leninismo carecian de sentido, que el socialismo soviético no era superior al sistema de Occidente en ningún aspecto, sino constituia, en verdad, un fracaso monumental. E] restablecimiento de la autoridad en la Unión Soviética, luego de la obra de demolición gorbachoviana, sólo podrá lograrse sobre la base de alguna ideologia nueva y vigorosa, que no ha aparecido aún en el horizonte. (...)
Si admitimos por el momento que han muerto los desafios fascista y comunista al liberalismo, corresponde preguntar ¿quedan otros competidores ideológicos? O, planteado de otra manera, ¿existen en la sociedad liberal contradicciones, más allá de la de clase, que no puedan resolverse? Se sugieren dos posibilidades: las de la religión y el nacionalismo.

Es muy notorio el auge del fundamentalismo religioso en los últimos años en las tradiciones cristiana judia y musulmana. Surge la inciinación a afirmar que el renacimiento de la religión es reflejo, en cierto modo de una insatisfacción generalizada con la impersonalidad y vacuidad espiritual de las sociedades liberales consumistas. Pero, aunque la vaciedad que hay en el núcleo del liberalismo es, con toda certeza, un defecto de la ideología--de hecho, una falla que puede reconocerse sin tener que adoptar la perpesctiva de la religión--, no está claro, en absoluta que este sea remediable mediante la política. El propio liberalismo moderno fue históricamente consecuencia de la debilidad de sociedades de base religiosa que, incapaces de concordar sobre la naturaleza de la vida recta no suministraban siquiera las precondiciones mínimas de paz y estabilidad. En el mundo contemporáneo sólo el Islam ha propuesto un estado teocrático como alternativa politico tanto al liberalismo como al comunismo. Pero la doctrina tiene poco atractivo para los no musulmanes, y cuesta imaginar que el movimiento logre alguna importancia universal. Otros impulsos religiosos, menos organizados, se han satisfecho exitosamente en el marco de la vida personal que se permite en la sociedades liberales.

La otra gran "contradicción", potencialmente insoluble con el liberalismo, es la que plantean el nacionalismo y otras formas de conciencia racial y étnica. Es, desde luego, cierto que gran número de los conflictos producidos desde la Batalla de Jena han tenido sus raices en el nacionalismo. Dos catastróficas guerras mundiales han sido engendradas en este siglo por el nacionalismo del mundo desarrollado con diversas apariencias, y si estas pasiones se han contenido hasta cierto punto en la Europa de posguerra, aún son extremadamente poderosas en el Tercer Mundo. El nacionalismo ha sido históricamente una amenaza para el liberalismo en Alemania, y continúa siéndola en zonas aisladas de la Europa "posthistórica", como Irlanda del Norte (...)

Así, pues, aunque es imposible descartar la aparición subita de nuevas ideologías o de contradicciones antes no detectadas en las sociedades liberales, el mundo actual parece confirmar que los principios fundamentales de la organización sociopolitica no han avanzado enormemente desde 1806. Muchas de las guerras y revoluciones que han estallado desde entonces se han producido en nombre de ideologías que afirmaban ser más avanzadas que el liberalismo, pero cuyas pretensiones fueron desenmascaradas en último término por la historia. En ello han contribuido a propagar el estado homogéneo universal hasta el punto en que este puede tener un efecto irnportante sobre el carácter global de las relaciones internacionales.

¿Cuáles son las implicaciones del fin de la historia para las relaciones internacionales? Claramente, la mayor parte del Tercer Mundo permanece empantanado en ella, constituir un terreno de conflicto por muchos años más. Pero centrémonos por ahora en los estados más vastos y de sarrollados del mundo, que después de todo son responsables de la mayo parte de la política mundial. No e probable, en ningún momento del futuro predecible, que Rusia y China se unan a las naciones desarrolladas de Occidente en calidad de sociedades liberales, pero supongamos por un instante que el marxismo-leninismo deja de ser un factor impulsor de la politica de esos estados, perspectiva que aunque todavia sin materializarse, se ha convertido en posibilidad real en los últimos años. En una coyuntura hipotética como esa, ¿en qué diferirían las caracteristicas globales de un mundo desideologizado respecto de aquellas del que conocemos?
La respuesta más común es: en no muchos aspectos. Porque muchos observadores de las relaciones internacionales tienen la creencia de que bajo la epidermis de la ideologia hay un núcleo duro de grandes intereses nacionales de poder, que garantiza un nivel bastante elevado de competencia y conflicto entre las naciones. De hecho, según una escuela académicamente popular de reflexión sobre las relaciones internas, el conflicto es inherente al sistema internacional en cuanto tal, y para comprender las perspectivas de conflicto debe analizarse la forma del sistema --por ejemplo, si es bipolar o multipolar- antes que el carácter especifico de las naciones y regimenes que lo constituyen. Esta escuela, en efecto, aplica una visión hobbesiana de la politica a las relaciones internacionales, y presupone que la agresión y la inseguridad son caracteristicas universales de las sociedades humanas antes que producto de circunstancias históricas específicas. (...)
Como modelo de lo que seria un mundo contemporáneo desideologizatio, quienes adhieren a esta linea de pensamiento toman las relaciones que existian entre los paises que configuraban el equilibrio clásico de poder en la Europa del siglo XIX. Charles Krauthammer, por ejemplo, explicó recientemente que si, como resultado de las reformas gorbachovianas la URSS abandona la ideologia marxisa-leninista, su conducta regresara a o que fue la de la Rusia imperial decinonónica. Y aunque considera esto más tranquilizador que la amenaza de una Rusia comunista, da a entender que aún habrá un grado importante de competencia y conflicto en el sistena internacional, tal como lo hubo, digamos, entre Rusia e Inglaterra o la Alemania de Guillermo, en el siglo pasado. Es este, desde luego, un punto de vista conveniente para las personas que desean admitir que algo importante comienza a cambiar en la Unión Soviética, pero no quiere aceptar la responsabilidad de recomendar la radical reorientación política implícita en esta visión. Sin embargo, ¿es esto cierto? (...)
Resulta, pues, curioso el supuesto automático de que una Rusia despojada de su ideologia comunista ex pansionista reanudaria su andar donde la dejaron los zares poco antes de la revolución bolchevique. Da posentado que la evolución de la conciencia humana ha permanecido estancada, y que los soviéticos, aunqe adopten ideas contigentemente de moda en el ámbito económico, regresarán a perspectivas de política exterior con un siglo de obsolescencia en el resto de Europa. Ciertamente esto no es lo que le ocurrió a China luego de inciar su proceso de reforma. La competitividad y el expansionismo chinos han desaparecido virtualmente de la escena mundial: Pekín ya na auspicia insurgencias maoístas ni intenta cultivar influencias en países remotos africanos, como hizo en el decenio de 1960. Esto no quiere decir que no existan aspectos perturbadores en la política exterior china contemporánea, como la venta descontrolada de tecnología de misiles balísticos al Medio Oriente; y la República Popular China sigue exhibiendo una conducta de gran potencia tradicional en su respaldo al Khmer Rojo contra Vietnam. Pero lo primero se explica por motivos comerciales y lo último es un vestigio de antiguas rivalidades de base ideológica. La nueva China se parece mucho más a la Francia gaullista que a la Alemania anterior a la Primera Guerra Mundial.

El verdadero interrogante del futuro, sin embargo, es la medida en que las élites soviéticas han asimilado la conciencia del estado homogéneo universal que es la Europa poshitleriana.
A partir de sus escritos, y de mis contactos personales con ella, me parece indiscutible que la intelligentsia liberal soviética agrupada en torno a Gorbachov ha llegado a la noción de fin de la historia en un lapso notablemente corto, lo que se debe en no pequeña medida a los contactos que han tenido tras la era Brezhnev con la civilización europea que los circunda. El "Nuevo Pensamiento Político", etiqueta general de sus planteamientos, postula un mundo dominado por asuntos económicos, en que no existen bases ideológicas para un conflicto importante entre naciones, y en el que, consecuentemente, el empleo de la fuerza militar se hace menos legítimo. Como señaló a mediados de 1988 el ministro soviético de RR.EE.
Eduard Shevardnadze:

"La lucha entre dos sistemas opuestos ya no es una tendencia determinante de la era actual. En la etapa moderna, la capacidad de acumular riqueza material a ritmo acelerado --sobre la base de privilegiar la ciencia y las técnicas y tecnología de alto nivel-y de distribuirla con justicia, así como la de restaurar y proteger, mediante esfuerzos conjuntos, los recursos necesarios para la supervivencia de la humanidad, adquieren importancia decisiva".

La conciencia poshistórica representada por el "nuevo pensamiento" es, sin embargo, sólo uno de los futuros posibles de la Unión Soviética.
Siempre ha existido una fuerte corriente de chauvinismo ruso en ese país, y la misma se ha expresado con mayor libertad desde la llegada de la glasnost. Puede ser posible por un momento el retorno a un marxismoleninismo tradicional, como simple mecanismo de cohesión para quienes desearan restablecer la autoridad que Gorbachov ha disipado. Pero como en Polonia, el marxismo-leninismo ha muerto como ideología movilizadora: bajo sus banderas no puede lograrse que la gente trabaje más, y sus adherentes han perdido la confianza en sí mismos. Sin embargo, a diferencia de los propagandistas del marxismoleninismo tradicional, los ultranacionalistas de la URSS creen apasionadamente en su causa eslavófila y se tiene la impresión de que la alternativa fascista no está descartada enteramente allí.

La Unión Soviética, pues, se halla en un cruce de caminos: puede echar a andar por el que abrió Europa occidental hace 45 años, y que ha seguido la mayor parte de Asia, o puede reafirmar su singularidad y permanecer estancada en la historia. La decisión que tome será muy importante para nosotros, dado el tamaño de la URSS y su poderío militar, pues esta potencia continuará preocupándonos y obnubilando nuestra conciencia de haber salido a flote ya al otro lado de la historia.

El desvanecimiento del marxismoleninismo, primero en China y luega en la URSS, significará su muerte como ideología viviente de importancia histórica mundial. Porque, si bien pueden existir algunos devotos aislados en lugares como Managua, Pyongyang o Cambridge, Massachusetts, el hecho de que no haya un solo estado en que constituya un mecanismo en funcionamiento boicotea completamente sus pretensiones de ubicarse en la vanguardia de la historia humana. Y la muerte de esta ideología significa la creciente "mercadocomunización" de las relaciones internacionales, y una reducción de la posibilidad de un conflicto en gran escala entre estados.
Pero esto no impl