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| Foto: GAULA

CRIMEN

En la oscuridad de la cueva: así fue el tensionante rescate de la familiar de García Márquez

Un pequeño grupo élite del Gaula de la Policía pasó la noche escondido a pocos metros de Melissa Martínez y su carcelero, en medio de la selva. Para llegar allí, se habían valido de interceptaciones, infiltraciones, y hasta de las traiciones internas de la banda.

19 de diciembre de 2018

Cinco agentes del Gaula de la Policía pasaron la noche a pocos metros de la boca de la cueva donde dormían Melissa Martínez García, secuestrada 4 meses atrás, y alias Mello, su carcelero. Permanecieron inmóviles, en silencio, desde que la luna del 16 de diciembre se ocultó y los dejó en la oscuridad, hasta que el sol del día siguiente asomó. Cualquier ruido que hicieran podría significar la ejecución de una orden que ya estaba dada: matar a la cautiva si intentaban rescatarla.

El escenario no podía ser más complejo. Los policías del Gaula tenían que escalar una pared de roca hasta la entrada de esa caverna. Desde arriba, si los llegaba a advertir, alias Mello tenía toda la facilidad para lanzarles la granada que tenía a la mano, o dispararles con su fusil Galil o su pistola 9 milímetros. Era una posición de indefensión. Cuando empezó a clarear, los policías élite se arrastraron con cautela hasta que alcanzaron la boca de la cueva. Pero para entrar allí tenían que dar un salto, y eso significaría anunciar su llegada.

Al asomarse, observaron dos camas dispuestas en una cueva de unos 3 metros de alto con 8 de ancho. Y sobre ellas, dos bultos, dos cuerpos. Pero no sabían quién era quién. La decisión fue apuntar las linternas de sus fusiles. Al instante, una de las figuras se incorporó, se sentó sobre la cama. Con la luz reflejada, reconocieron el rostro demacrado y pálido de Melissa Martínez. En seguida, la otra figura también se movió. Alias Mello intentó agarrar su pistola, pero los agentes activaron sus ráfagas y lo mataron. En ese instante, Melissa Martínez volvió a la libertad, aunque ella, paralizada, no podía entenderlo.

La cueva en la que dormía Melissa Martínez, ubicada dentro de una cueva. Foto: Gaula de la Policía

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Cuatro meses atrás, el 23 de agosto, varios hombres interceptaron la camioneta en la que iba la empresaria costeña dedicada al negocio familiar del banano, emparentada por ascendencia materna con el nobel Gabriel García Márquez. Los secuestradores pidieron 5 millones de dólares por su liberación. Un grupo de 20 agentes del Gaula de la Policía se concentraron en el departamento del Magdalena para comenzar la búsqueda.

Al día siguiente del plagio, la camioneta fue abandonada en estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, en una zona de influencia de la banda los Pachenca, quienes controlan una buena tajada del crimen en ese santuario natural. La pista apuntó hacia esa organización como presuntos responsables. Sin embargo, pronto los investigadores concluyeron que había sido una movida de los verdaderos secuestradores para desviar la atención. Entonces aparecieron los primeros rumores en la región. Apuntaban a que tiempo atrás, algunos pobladores de Palmor, un corregimiento de Ciénaga, habían estado hablando de ir tras alguien de la reconocida familia.

Los investigadores rastrearon las llamadas que se hicieron allí durante los días previos al secuestro e identificaron una red de personas que se habían comunicado frecuentemente. Se trataba del núcleo familiar de alias José, un antiguo empleado de la finca de los Martínez. Al escuchar sus comunicaciones, notaron de inmediato que esas personas estaban metidas en algo serio. Se daban instrucciones para mejorar la seguridad, se cuestionaba por comunicarse más de la cuenta. "José si es bobo, cómo fue a hacer eso sin taparse la cara". Ese tipo de mensajes potenciaron las sospechas. Luego se les escuchó hablando del "ganado", como si fuera la clave para designar a alguien, tal vez a la secuestrada.

A partir de esas primeras escuchas se amplió la red de interceptaciones. Los sospechosos cambiaban frecuentemente de líneas, y los policías llegaron a intervenir 50 de estas. Mientras los analistas se encargaban de interpretar ese acervo de información, otros cinco agentes se infiltraron en la zona, mientras que la Policía que fue enviada a reforzar la seguridad trabajaba en la identificación plena de los sospechosos mencionados en las grabaciones.

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Con la conjunción de ese trabajo, las autoridades tuvieron pronto toda una hipótesis del caso. Exparamilitares y exguerrilleros que ya habían trabajado en otros crímenes, especialmente en Palmor, una especie de puerto comercial que recibe el flujo de todo lo que se produce arriba en la Sierra, se habían aliado para ejecutar el secuestro. La idea la había tenido José, quien conocía a la familia de la víctima. Él le presentó el plan a alias Rigo, un antiguo mando alto del paramilitarismo que había sido su jefe en la guerra y que salió de prisión un par de años atrás, buscando restablecer sus negocios criminales. Alias Tavo había financiado el secuestro.

Alrededor de estos protagonistas había muchas más personas. Esto abrió muchos puntos de fuga de información. De hecho, aunque los líderes de la banda, con bagaje criminal, parecían dispuestos a alargar el secuestro incluso más allá de un año, los más rasos empezaron a preocuparse por su tajada y a cuestionar el plan. Esas tensiones se agudizaron cuando un hombre cercano a la organización fue asesinado, y empezaron a achacarse el muerto mutuamente.

Aunque los líderes de la banda, con bagaje criminal, parecían dispuestos a alargar el secuestro incluso más allá de un año, los más rasos empezaron a preocuparse por su tajada y a cuestionar el plan

En una de las interceptaciones, los agentes escucharon que José amenazaba de muerte a uno de sus socios. Los investigadores aprovecharon la oportunidad para abordarlo, ofrecerle protección al asustado hombre, y recibir la información para terminar de establecer la historia de este crimen.

"Alias Rigo hizo parte del Clan Rojas, de las autodefensas del Magdalena, que habían generado muerte, desplazamientos y extorsiones. A pesar de estar en el proceso de Justicia y Paz, salió después de 9 años de condena a delinquir en narcotráfico. Tuvo la capacidad de reclutar desmovilizados de la guerrilla y el Eln y a partir de esa experiencia criminal, organizaron este secuestro", explicó el general Fernando Murillo, director del Gaula de la Policía.

Entretanto, la familia recibió videos que probaban que Melissa seguía viva, y la negociación continuaba. En esos 4 meses, los secuestradores solo llamaron en unas 3 ocasiones a la familia. Esa comunicación escasa era una forma de presionar el pago. El Gaula seguía atendiendo fuentes y pistas. Llegaron a ejecutar 5 operativos de rescate que los condujeron a sitios donde no estaba Melissa.

Con la estructura identificada, la dificultad era determinar el lugar donde estaba la secuestrada, y atrapar a toda la estructura al tiempo, pues si quedaba algún cabo suelto, era fácil que llegara la orden de que ella fuera asesinada, como se había establecido ante un intento de rescate. De hecho, al parecer los jefes de la banda tenían la intención de matarla incluso si se hacía el pago, pues ella conocía el rostro de varios de ellos y los podría delatar.

El sitio de secuestro era un misterio. La banda se había asegurado de que pocos supieran dónde estaba. Solo un par de carceleros que se turnaban la custodia y los líderes. Así que en las interceptaciones poco se escuchaba sobre el asunto.

Al parecer los jefes de la banda tenían la intención de matarla incluso si se hacía el pago, pues ella conocía el rostro de varios de ellos y los podría delatar.

La madrugada del domingo fue la hora cero. La Policía y el Ejército desplegaron operativos en varios puntos de la Costa y capturaron a los 14 sospechosos. Pronto, algunos de ellos empezaron a hablar, a especular con posibles operaciones. Había prisa para los agentes. La noticia de las capturas podía llegar hasta los carceleros y suponer un final trágico. Finalmente, alguien habló de un lugar concreto, una cueva oculta en la selva. Al parecer, Melissa llevaba un mes allí.

Fueron dos horas de recorrido por trocha hasta el lugar, arrancando desde Palmor, hasta una zona por la que ya no podían avanzar los vehículos. Luego, 1 hora y media más a pie, hasta que los agentes vieron las dos rocas gigantes, de más de 30 metros, en medio de las que, les habían indicado, estaba la cueva. Solo 5 policías élite siguieron adelante, con el fin de no alertar a los captores. Treparon rocas lentamente, incluso usaron cuerdas, hasta que dieron con la entrada a la cueva. Pero estaba en lo alto, y la oscuridad de la noche no era apta para continuar. Así que esperaron inmóviles hasta el amanecer, cuando sucedió el rescate.

Melissa estaba en shock, no entendía que era libre. Cuando empezó a hablar, contó que la habían maltratado física y sicológicamente. La amenazaban con matar a su familia. También dijo que estuvo encerrada antes en una especie de caja de madera, bajo tierra. Estaba tan débil que tuvo que descansar unas 20 veces en un trayecto de un kilómetro hasta el sitio donde la esperaba un helicóptero. Cuando estuvo en el aire sonrió, como si hubiera vuelto a nacer.