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HISTORIA

Entre los muros de El Redentor: la vida en el centro de reclusión de menores de Bogotá

15 jóvenes intentaron huir de este centro en donde además de motines y agresiones, se vive la soledad e incontables dramas humanos. Este es el testimonio de alguien que trabajó allí durante años.

16 de octubre de 2018

Una profesora entró al salón de clases y encontró un letrero en el tablero que la amenazaba. Estaba escrito con la sangre de un joven portador del VIH. Solo ella y el personal conocían el padecimiento del muchacho, sus compañeros en el centro de reclusión de menores El Redentor no tenían idea. No lo vivió en carne propia, pero ese es uno de tantos hechos que a una persona que trabajó allí durante años le quedó en la memoria. La semana pasada, ese lugar se puso en la palestra, luego de que se difundiera un video en el que un policía aparece golpeando brutalmente a un joven tirado en el suelo, en ropa interior, junto a otros tantos que participaron en un intento de fuga.

Con la agresión, esos intentos no menguaron. El martes se hizo público que siete días después de que se conocieran los abusos, 15 jóvenes intentaron huir de nuevo de ese lugar.  El pasado lunes los menores habrían intentado provocar un incendio para distraer a los guardias y poder salir sin ser vistos. Todos saltaron los muros del sitio. Una vez se disiparon las llamas, los guardias de dieron cuenta de lo que había pasado. Los jóvenes habían quemado los colchones. La mayoría de ellos fueron nuevamente capturados.

SEMANA habló con esa persona, quien prefiere guardar su identidad, sobre la vida en un espacio que alberga a menores de edad condenados por hurtos, violaciones y asesinatos, mientras cumplen con su proceso de reformación. Este es su testimonio.

El día en El Redentor, en el área donde están recluidos los menores de edad, arranca a las 5:30 de la mañana. A esa hora, los cuidadores, es decir, los guardas de cada una de las 13 casas donde viven los jóvenes, los despiertan. En cada casa o sección, como se le conoce internamente, hay entre 20 y 25 muchachos y un cuidador que se rota en turnos de 8 horas y está allí para vigilar a los internos en cada instante, y quien los mantiene bajo llave. Las tensiones entre la autoridad y los internos suelen desbordarse.

Los cuidadores, en su mayoría, son hombres que estuvieron presos y pasaron por un proceso de resocialización. En la teoría, por su experiencia personal, son personas preparadas para enfrentar situaciones complejas, incluso riesgosas, en medio de la privación de la libertad. No tienen ningún tipo de arma, más allá de un radio con el que se comunican con sus colegas. Para el extrabajador de El Redentor, los cuidadores se mueven entre la permisividad, para evitar choques, y el exceso de fuerza. Ha habido casos en los que los guardas terminan amarrados, sometidos por los internos.

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Luego de levantarse y organizar el lugar, los muchachos se bañan dentro de la misma casa. Se visten con las prendas que les entregan al entrar a El Redentor, un overol o una sudadera, dependiendo de lo que vayan a hacer. Entonces salen hacia los comedores. Es un momento tenso, tanto que cada una de las casas tiene un turno distinto asignado para el desayuno. La idea es que los jóvenes no se encuentren en el camino. Hay algunas peleas cazadas entre ellos, detonadas tanto por rencillas típicas de niños, hasta venganzas por casos como el de un joven que, adentro del lugar, encontró al asesino de su madre. A los enemigos declarados los denominan las "liebres". Ese desplazamiento desde las casas es un momento crítico de seguridad.

Durante los desplazamientos al comedor también pueden armarse los motines. A veces ya está todo planeado. 10 o 15 muchachos arrancan a correr al tiempo, vigilados apenas por un cuidador y por los 4 coordinadores de seguridad que están afuera de las casas. En un año pueden presentarse alrededor de 8 motines. En algunas ocasiones, los muchachos están preparados y armados con objetos cortopunzantes que construyen con diversos elementos, desde un cepillo de dientes afilado hasta un vidrio de una ventana rota.

En mayo pasado, por ejemplo, el intento de fuga ocurrió en la madrugada. Las imágenes tomadas por un helicóptero de la Policía registraron a decenas de jóvenes corriendo por las intalaciones. Encendieron una motocicleta y generaron un incendio con el que intentaron destruir una de las puertas de salida de El Redentor. En agosto pasado, 11 reclusos lograron escapar y, en el proceso, hirieron a dos agentes antidisturbios de la Policía que llegaron a controlar la situación.

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En el Redentor hay un joven famoso por ser un experto en evasiones. Se vale de su corpulencia para enfrentarse a los guardas, incluso usa objetos cortopunzantes. Se avade, lo recapturan y vuelve a escaparse. Es un "cacique", capaz de manipular a los menores, que vive en esa dinámica de la fuga.

Luego del desayuno, a las 8 de la mañana, los jóvenes empiezan su jornada de estudio. Antes de entrar a las aulas son requisados. Adentro, reciben clases repartidos en 6 cursos, 2 de ellos de primaria y 4 de secundaria. En los salones, la situación tampoco es sencilla. Los alumnos usan lápices de goma, pues los de madera pueden convertirse en un arma, y los esferos en una pipa para consumir drogas. Adentro, se sabe, hay microtráfico. La red se alimenta con los estupefacientes que sus mismos familiares introducen en las visitas, evadiendo los controles. Hay casos de menores cuyas familias se dedican a ese negocio y ellos, adentro, son una expendedor más. Mientras la mitad de los jóvenes reciben clases, la otra mitad asiste a los talleres de panadería, carpintería, artes o confección.

La zona de reclusión de menores de edad de El Redentor es un espacio verde amplio, al sur de Bogotá, con una guardia y flanqueado por rejas y muros. Tiene una zona de canchas, otra de talleres, un gimnasio y varias casas esparcidas donde viven los muchachos. También hay un sitio de aislamiento, donde envían a los jóvenes cuando incurren en conductas castigables. Allí quedan apartados sin poder salir ni asistir a las actividades cotidianas del centro. En el muro también hay una puerta que conecta con el área donde están los mayores de edad que purgan condenas por delitos cometidos antes de que cumplieran 28 años. A adultos y adolescentes los separaron en 2017, luego de un motín que concluyó en un incendio. Aunque en el lado de los menores aún están algunos mayores que, por seguridad, no pueden estar en el otro espacio.

A las 11:30 comienza el horario de almuerzo, que se cumple en la misma dinámica del desayuno, por turnos, para evitar la confrontación. Allí hay espacio para las bromas más inocentes, como botarle el jugo a un compañero o robarle la presa de pollo. Los muchachos son contrastantes, explica la fuente, pueden actuar con la malicia de un niño, y luego asumir comportamientos peligrosos.

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Los perfiles de quienes entran allí son de lo más diversos. La persona que trabajó allí explica que le tocó ver el caso de un niño de 16 años que llegó por robarse un celular. El día de su ingreso iba vestido con el uniforme de su colegio. Era un muchacho "sin calle", como dicen adentro, que tuvo que endurecerse con el paso de los días para sobrevivir al matoneo. En contraste, se cruzó también con un joven señalado de ser un sicario, y otro de 23 años que estuvo preso en La Modelo varios años y recayó en El Redentor cuando la justicia lo condenó por un homicidio que cometió siendo menor de edad.

"Hay muchos a los que ya no les importa nada. Tienen el prontuario tan largo que piensan: uno más, uno menos, qué me importa". A lo que realmente le temen es a terminar en una cárcel de mayores. También hay otros que se esfuerzan en sus estudios, incluso algunos que cumplen con requerimientos y entran a la universidad, financiados por el ICBF. Obtienen permisos para asistir a las clases en los campus y volver a pasar la noche a El Redentor.

Después del almuerzo, los que estuvieron en clase en la mañana pasan a los talleres de oficios y viceversa. A las 4:30 acaban las actividades y, de nuevo, hay un desplazamiento rotativo hacia los comedores, para la cena. Una hora después, la mayoría de muchachos ya están de nuevo en las casas, bajo llave y vigilados por su cuidador. Algunas secciones tienen televisor y pueden distraerse un rato. Hacia las 7:30 de la noche, todos deben estar acostados, conciliando el sueño. Con el tiempo se acostumbran a ese horario donde la noche prácticamente desaparece.

En el proceso de resocialización de los muchachos participan, además de los cuidadores, un equipo que ronda los 18 trabajadores sicosociales, entre pedagogos, sicólogos y trabajadores sociales. Manejar a esta población es todo un reto, explica la fuente. "Hay quienes quieren cambiar pero la mayoría se resisten". Algunos de los trabajadores optan por la flexibilidad para evitar confrontaciones y riesgos, y otros se decantan por el exceso de autoritarismo, dice. "Los chicos son los que realmente manejan los centros, manipulan las situaciones".

Los internos reciben talleres de capacitación los sábados, y los domingos están prestos a las visitas. Hay muchos que nunca las reciben. La fuente recuerda la emoción y los brincos de un niño al que su papá fue a visitar por primera vez en muchos meses. Otros se alistan para recibir a sus seres queridos pero no llegan. La fuente recuerda a un joven que tenía dos hijos y al que lo visitaba su pareja, con un bebé en brazos. El resto de la semana el muchacho se dedicaba a ayudar al personal con cualquier trabajo que saliera para que le pagaran con pañales. La intimidad es un tema complejo. No hay espacio para las visitas conyugales, pero los internos se las arreglan para encontrarlos. Es tan así que hay casos de jóvenes que se vuelven padres estando recluidos.

En estos días de octubre los motines suelen dispararse por cuenta de Halloween. La festividad de los niños los pone ansiosos. Diciembre es un mes difícil también. El 24 y el 31 están permitidas las visitas, pero a las 5 de la tarde sus familiares se van y los muchachos tienen que vivir esos días como cualquier otro.

Uno de los casos que se le grabaron a la persona que trabajó allí fue el de un muchacho que nunca conoció a sus padres. Vivió por años bajo el cuidado del ICBF y luego fue al programa de padres sustitutos. En ese periodo cometió un abuso sexual y fue condenado. Lo enviaron a El Redentor. Nunca intentó fugarse ni quería irse de allí. Cuando estaba por cumplir la pena, le decía al personal del centro: "Me va a llegar la libertad pero a dónde me voy, si no tengo a nadie".

Las medidas

Este 8 de octubre se conoció un video que muestra a un grupo de policías insultando a varios jóvenes tendidos en el suelo y en ropa interior, varios de ellos con señales de maltrato en su cuerpo. Uno de los agentes golpea una y otra vez a un muchacho, en un hecho que la Fiscalía calificó como tortura. Los entes de control y la misma policía abrieron investigaciones y algunos involucrados fueron separados del cargo. Se supo que la situación se dio luego de un intento de fuga masiva, el pasado 28 de septiembre.

El Bienestar Familiar, ente que tiene la tutela de El Redentor, anunció medidas luego de que estallara el escándalo. Pidió mayor apoyo policial a las afueras del centro de reclusión y aseguró que se implementarán medidas como la disposición de un detector de metales a la entrada del lugar. A largo plazo, incluso, se evalúa el cierre del centro porque su infraestructura no es idónea para la resocialización de los jóvenes.