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Eugenio Lobo, preso en la cárcel de Ibagué. | Foto: SEMANA

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La increíble historia del supuesto asesino que no estuvo en el lugar donde mató a su víctima

Eugenio Lobo fue condenado porque dicen que le disparó a un joven que no quiso recibirle un trago de cerveza en una taberna de Cartagena. Aunque hay pruebas de que esa noche estaba encerrado en una cárcel, sigue pagando por ese muerto. ¿Truco de escapismo o error de la justicia?

21 de mayo de 2019

¿Cómo fue que Eugenio Lobo le descargó tres balazos al joven Arnoldo Peñaranda aquella noche de sábado en el Foco Rojo, una oscura taberna del barrio Nelson Mandela de Cartagena, si a esa hora estaba encerrado a dos kilómetros de allí, en la cárcel Nacional La Ternera, acusado de un homicidio? ¿Fue una aparición, un error de la justicia o un acto de escapismo? Con esa duda en el aire, un hombre al que 19 hijos esperan volver a ver, paga una condena a 27 años de prisión.

Minutos antes de la medianoche, en la pista de baile del Foco Rojo, Peñaranda, con 17 años cumplidos, pisó accidentalmente a Martín Hernández Valdéz, un cuarentón moreno, pequeño y con un bigote ralo. El joven quiso disculparse, pero el ofendido no escuchó razones. Desde ese instante, el ambiente se puso tenso en esa cantina de barrio. Hernández abandonó la taberna para regresar poco después con Lobo, su primo, otro cuarentón un poco más alto, moreno y de ojos pardos. O, al menos, eso dijeron tres amigos que acompañaban a Peñaranda esa noche.

Los dos hombres se acercaron al muchacho y le ofrecieron un trago de cerveza, con la supuesta intención de sanear los ánimos de la juerga. Pero cuando Peñaranda se negó a tomar de la misma botella, Lobo desenfundó un revólver y disparó. El primer tiro -de tres- entró en el pecho y no fue fulminante. Peñaranda quiso reaccionar, intentó ponerse de pie. Entonces vinieron dos balazos más, uno de ellos entró por el pómulo derecho y fue el que mató al joven, pese a los intentos de sus amigos, que alcanzaron a llevarlo a una clínica cercana.

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Esa es la historia que cuenta la sentencia que, en teoría, resolvió el crimen. La misma que condenó a los supuestos asesinos, pero que no responde lo que se supo después. ¿Cómo fue que el Lobo disparó si hay documentos que indican que esa noche la pasó en una celda? Aún así, el 21 de julio de 2001 comenzó un proceso cargado de circunstancias extrañas que, casi 20 años después, mantiene encerrado a un hombre que se dice inocente. Un proceso en el que, al parecer, se repitió esa historia de Kafka sobre el viejo que se muere tirado junto a una puerta que la ley creó únicamente para él, para que nunca pudiera cruzarla.

El patriarca

Eugenio Lobo nació en 1957 en una familia de 12 hermanos que habitaba una pequeña finca en Urabá, cultivada con maíz y arroz y dispuesta para la cría de cerdos. Desde el nacimiento de Lobo, uno de los mayores de la camada, su madre, Calixta Galé, empezó a sufrir de un dolor de cabeza que le duraría medio siglo, y que se convirtió en la preocupación de su hijo: conseguir plata para los medicamentos que le calmaran el padecimiento.

Lobo nunca fue a la escuela. No aprendió a leer. Siguiendo los pasos de su padre, Benigno Lobo, se dedicó a los cultivos y los animales. Y también como su padre, fundó pronto una larga estirpe. Con Paula León tuvo el primero de sus 20 hijos, pero ese primer amor no prosperó.

Pero cuando Peñaranda se negó a tomar de la misma botella, Lobo desenfundó un revólver y disparó.

- Yo, pelado, joven, loco, salía sábado y domingo. Me metí a un conjunto vallenato y de ahí salía enamorándome de otras mujeres, y a ella eso como que le incomodó con razón.

Lobo cantaba y tocaba la guacharaca en el grupo que interpretaba las canciones de Enrique Díaz, Alejo Durán, Diomedes Díaz y Juancho Polo. En una de esas parrandas se enredó con Esperanza Berrío. Con ella tuvo 9 hijos, que vivieron junto al primogénito de Lobo y a los dos hijos que Esperanza ya tenía. La familia ocupó una finca platanera en Turbo, a donde no tardó en llegar la violencia.

-Mi papá y mi mamá y la señora Esperanza me decían: "Hombre pero usted por qué es tan terco, no ve que están matando gente, que todos los días matan". Entonces yo pensaba que si allá tenía la vida para darle la comida a mis hijos, no tenía que tengo que andar caminando. Pero la zona se calentó tanto me tuve que salir de Urabá e irme a Cartagena.

Pero Lobo no quiso irse solo. Se bajó del bus en un estadero en Turbo y salió a buscar a Irene Díaz, una mujer a la que le había estado coqueteando. Con la excusa de que iba a despedirse le llegó a la puerta, terminó pasando esa noche allí y convenciéndola de que se fuera con él, junto a otra hija que ella ya tenía. Se ubicaron en un barrio de invasión de Cartagena y tuvieron tres hijos más.

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Fue por esos tiempos, cuando Lobo se dedicaba a criar animales y atender un billar en el barrio Nelson Mandela, que cayó preso por primera vez. Estaba alimentando a dos marranos de su cochera cuando el barrio se llenó de policías y agentes del CTI. Allanaron su casa y lo capturaron. El 7 de junio de 2001, Eugenio Lobo fue señalado del asesinato de Estivenson Acklin Miranda. Lo enviaron preso a la cárcel La Ternera.

Una foto en el periódico

Mientras estaba preso, el 4 de julio de 2001, el periódico El Universal publicó un artículo sobre una banda delincuencial que azotaba al barrio Nelson Mandela. A la nota la acompañaba la foto de un supuesto miembro de ese grupo que había sido capturado por esos días. Era Eugenio Lobo Galé. Él, quien integraba la junta del barrio, dice que apareció en el periódico porque otros vecinos suyos con los que tenía malquerencias lo habían señalado a manera de desquite.

Su abogado le prometió que no tardaría mucho preso, que era evidente el error en el que estaba cayendo la justicia. Lobo estuvo encarcelado durante 50 días, hasta el 27 de julio de 2001. Años después, la investigación precluyó y Lobo fue declarado inocente de ese asesinato sin que siquiera se enterara. Sin embargo, por esas mismas fechas comenzó otro juicio que lo volvería a poner ante la ley. Seis días antes de que él saliera de prisión, el joven Arnoldo Peñaranda fue asesinado en la taberna el Foco Rojo, en el barrio donde vivía Lobo.

Cuando Lobo salió de la cárcel se sentía sin rumbo. "Yo quedé como desesperado y aburrido y no encontraba qué hacer. Veía que la gente del barrio no me tenía ya el mismo afecto. Me sentía como avergonzado por lo que me habían hecho". Entonces decidió irse del barrio y de Cartagena y se separó de Irene Díaz, quien había sido su tercera pareja.

Mientras tanto, la madre de Arnoldo Paz Peñaranda avanzaba firme en su cruzada por encerrar a los hombres que mataron a su hijo en la juerga del Foco Rojo.

"Ella peleó conmigo, estuvimos varios años bravos porque no me quiso largar los hijos. Yo siempre le metía la cuña: por favor, Irene, colabórame, yo quiero estar con mis hijos. Le hice varias embestidas pero ella se paró como una hembra y no me los quiso dar". Lobo se fue con otra mujer, Ingrid Sánchez, a quien había conocido en el barrio Nelson Mandela. Se devolvió a Urabá.

Mientras tanto, la madre de Arnoldo Paz Peñaranda avanzaba firme en su cruzada por encerrar a los hombres que mataron a su hijo en la juerga del Foco Rojo. Meses después del asesinato, dio con el artículo de prensa donde reseñaban a Lobo. Por oídas de barrio le había llegado el rumor de que el hombre de la foto era el asesino de su hijo. Entonces, el 13 de marzo de 2002, la mujer le llevó esa página del periódico El Universal al fiscal que tenía el caso, y le pidió que llamara nuevamente a los testigos.

Ya había pasado casi un año del asesinato cuando uno de los jóvenes que acompañaba aquella noche al difunto Peñaranda le aseguró al fiscal que quien aparecía en la nota había jalado el gatillo. Entonces, la Fiscalía vinculó a Lobo a la investigación, como supuesto asesino. Y como no pudieron dar con su paradero, pues desde que recuperó la libertad se fue de Cartagena, el juicio comenzó en su ausencia, sin que Lobo pudiera ejercer su defensa. Él, por su parte, comenzaba una nueva familia, su cuarta familia, en Urabá.

El juicio, como lo cuenta su sentencia final, apuntó a dos cosas. Establecer lo que había ocurrido esa noche en el Foco Rojo e identificar a quien disparó. Todo se estableció a partir de los testimonios de las personas que acompañaban a la víctima. Tres testigos del asesinato, amigos del muerto, reconocieron a Lobo como el hombre que jaló el gatillo en el Foco Rojo. Una más dijo que el hombre del periódico no se le parecía al asesino. Las discrepancias pasaban por el color de piel y la altura del hombre que cometió el crimen.

La Procuraduría pidió la absolución de Lobo argumentando que la forma como los testigos lo habían reconocido como el supuesto asesino fue irregular. La Fiscalía les mostró directamente la foto publicada en el periódico, cuando el procedimiento adecuado era el reconocimiento en fila de personas, en el que el testigo tiene que escoger al sospechoso entre varias opciones. Con ese segundo método, que no se aplicó, se pone a prueba cualquier prejuicio que pueda cargar el testigo.

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La Procuraduría también dijo que, aunque las descripciones del asesino coincidían con las del hombre de la foto, "estas son las mismas de cualquier costeño promedio". Moreno, de labios anchos, pelo corto. Por eso, el ente consideró que la investigación de la Fiscalía había sido superficial, pues se limitó a culpar a los mismos que por esos días habían aparecido en el periódico, señalados como el terror del barrio Nelson Mandela. "No fue para nada difícil que el CTI enrumbara sus pesquisas por esa vía".

Pero el juez dio validez a los testimonios de los tres amigos de Peñaranda Paz y el 31 de octubre de 2008 condenó a Lobo a 27 años de prisión por el asesinato del Foco Rojo. El supuesto asesino no se enteró, ni lo haría durante un par de años más, de que cargaba con un muerto encima.

Ante la ley

El 24 de febrero de 2012, Lobo viajaba de Urabá a Montería con Ingrid Sánchez, su pareja del momento, y sus cuatro hijos, los menores de los 20 que tuvo. En el terminal de la capital cordobesa cargaba en sus brazos a Jesús Lobo, el más pequeño de todos, de escasos meses de nacido, cuando una agente de policía le pidió su cédula. Él la entregó confiado. Entonces la policía le dijo que no se podía ir, que tenía una orden de captura. A Lobo le entró la risa, pensando que era un chiste. Se lo llevaron preso. Él no entendía lo que estaba pasando.

Lobo pasó de prisión en prisión hasta que fue a dar a la de Ibagué. Durante dos años ni siquiera tuvo muy claro por qué lo habían encarcelado. Como le dijeron que estaba respondiendo por un homicidio, asumió que era el mismo caso por el que lo procesaron la primera, cuando estuvo detenido por 50 días en la Ternera. Creía que el abogado que lo defendió en ese tiempo lo había estafado, que le había cobrado para dejarlo emproblemado.

Lobo pasó de prisión en prisión hasta que fue a dar a la de Ibagué. Durante dos años ni siquiera tuvo muy claro por qué lo habían encarcelado.

Eso pensó hasta que recibió su expediente. Como no sabe leer, pidió ayuda a otros presos. Finalmente se enteró de lo que lo acusaban y encontró en su condena tantas cosas que no tenían sentido. Además de que dice nunca haberse ni enterado del crimen del Foco Rojo, tampoco reconocía al otro sentenciado, Martín Hernández Valdéz, el hombre que recibió el pisotón de Peñaranda Paz y que habría pedido que mataran al joven. Sin embargo, en el fallo judicial dicen que es su primo. "A Martín Hernández no lo conozco, en el expediente está que dizque es mi primo, pero ni sé qué color tiene, si es negro, blanco o azul".

Pero le tomaría meses encontrar la clave de todo este proceso. Lobo tenía la mente tan turbada que no se había dado cuenta de un hecho tan sencillo y contundente para su defensa. Él pasó la noche del 21 de julio de 2001, la del asesinato del Foco Rojo, preso en la cárcel La Ternera. ¿Cómo iba a estar en dos lugares a la vez? Ahora tenía que demostrarlo, y no sabía cómo.

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Pero más que conseguir la libertad, a Lobo le preocupaba el destino de sus cuatro hijos menores, los que tuvo con Ingrid Sánchez. Un par de meses después de que lo apresaron, su pareja, que había quedado sola a cargo de los pequeños, los dejó. Cuando hablaron al teléfono por última vez, lo único que ella le dijo fue que estaba enferma. Giovanny, uno de sus hijos mayores, nacido de la relación con Esperanza, recogió a sus medio hermanos y le pidió a su propia madre que se hiciera cargo de los pequeños. Aunque en realidad no tenía ningún vínculo con ellos, Esperanza Berrío aceptó.

Los niños viajaron a Pueblo Nuevo, un corregimiento de Necoclí, donde décadas atrás Lobo había vivido con sus primeros hijos. Se instalaron en la casa de Esperanza -suelo de tierra, muros de madera y techo de zinc-, que habitan con siete personas más, entre ellos sus hermanos mayores y un par de primos, también niños. Recientemente, una comisión del Bienestar Familiar los visitó para verificar su situación. La sicóloga y la trabajadora social los encontraron descalzos, con un estado nutricional apenas aceptable. Entre las notas de su visita, dejaron constancia:

"Los niños expresan sensación de rechazo aparente hacia su madre y rencor porque ella no asumió sus cuidados. Eloida, la mayor de los cuatro hermanos, refleja tristeza en su rostro, quizá por pensar que por qué a ellos su madre no los puede cuidar (...) Los hermanos Lobo Sánchez han establecido una relación significativa con doña Esperanza, tanto que hace algunos días ella enfermó y sus hijos se la llevaron inconsciente al hospital. Y los niños lloraban desconsoladamente".

En los siete años que lleva preso, Lobo no ha visto a sus hijos, apenas han podido hablar por teléfono. La familia no tiene dinero para llevarlos de visita hasta Ibagué.

Los niños van a la escuela del corregimiento y se bañan en un riachuelo cercano, porque la casa no tiene acueducto. Todos ocupan una misma habitación, duermen en una misma cama. Doña Esperanza, que pasa de los 60 años y ha trabajado durante medio siglo, se siente agotada para seguir vendiendo fritos y respondiendo por toda esa estirpe. Por eso pide que Lobo se haga cargo de los pequeños. "A pesar de ello se identifica que la señora Esperanza representa la figura materna que todo niño esperaría tener para crecer en un contacto que lo acoge y protege", dice el informe del Bienestar Familiar.

En los siete años que lleva preso, Lobo no ha visto a sus hijos, apenas han podido hablar por teléfono. La familia no tiene dinero para llevarlos de visita hasta Ibagué. "Eso es un dolor de cabeza porque son los más pequeñitos y en realidad yo no conozco a mis hijos. Yo les paso por el lado y yo no sé quiénes son. Quiero volverlos a ver, encontrarme con ellos y con mi viejita, antes de que muera. No sé quién pueda morir primero, ella o yo, pero yo quiero verla". En los siete años que lleva preso, apenas ha hablado tres veces con Calixta, su madre, que a los 88 años no soporta escuchar su voz sin poder tocarlo, y se derrumba si se lo pasan al teléfono.

Lobo permanece en la celda 24 del patio 1A de la cárcel Picaleña, pese a que desde hace casi tres años tiene en su poder la prueba que debería liberarlo. El 23 de agosto de 2016, la Fiscalía le envió, por las gestiones del mismo preso, un oficio que se refiere a la primera vez que estuvo detenido. "Esta investigación se inició el 7 de junio de 2001, cuando se escuchó al señor Eugenio Lobo Galé, se resolvió su situación jurídica con medida de aseguramiento y se revocó con fecha 27 de julio de 2001". Es decir, la misma Fiscalía notificó que, para el día del asesinato del Foco Rojo, Lobo estaba encarcelado.

Pero el condenado no ha podido apelar la sentencia por los muros que el aparato judicial le ha puesto en frente. El último de esos lo encontró su abogada, Olga Sánchez, quien no ha recibido la certificación de que la sentencia no ha sido apelada antes. Intentó conseguirla por primera vez en noviembre de 2017. Y aún cuando el juzgado de Cartagena solo tiene que verificar el expediente para expedir el documento, no se lo han entregado.

"La felicidad de mi vida han sido mis hijos. Yo les he enseñado que aunque son hijos de cuatro mamás, si hay un solo plato, de ese comemos los 19 que están vivos y yo". El viejo Lobo sueña con la parranda que armará con todos ellos, sus hermanos y primos, el día que pueda volver a casa.