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A santos lo han estigmatizado presentando su habilidad política como una falla ética

ELECCIONES 2010

Por qué Santos

Pragmático, buen gerente, flexible, ambicioso y camaleónico, son algunos de los rasgos que caracterizan a este hombre que nació en el poder y lleva años preparándose para ser Presidente de la República.

12 de junio de 2010

La estrategia de la campaña de Juan Manuel Santos para la segunda vuelta, después de su amplio triunfo en la primera, sigue al pie de la letra las recomendaciones de la cartilla electoral diseñada para estas ocasiones. Después de una primera elección en la que se vota con el corazón, en la ronda definitiva se vota con la cabeza, y en los países donde rige este sistema -como Francia, la cuna del ballotage- los candidatos lanzan siempre un mensaje convocador para atraer a los votantes que apoyaron a los aspirantes que quedaron eliminados. La primera vuelta divide, la segunda genera convergencias.

Así lo ha entendido Santos. Y por eso ha convertido la 'unidad nacional' en la columna vertebral de su discurso después del 30 de mayo. La cascada de adhesiones de las fuerzas políticas de las últimas dos semanas recoge esa lógica. Algunos creen que esa estrategia obedece a que el candidato de la U tiene rasgos semejantes a los de su tío abuelo, el ex presidente Eduardo Santos, considerado el gran conciliador de su generación. El santismo, en la historia política de Colombia, ha sido sinónimo de republicanismo, frentenacionalismo y pactos entre las élites. Pero Juan Manuel Santos no es eso. Es ante todo un político pragmático. Él sabe conciliar cuando toca conciliar, pero también sabe pelear cuando toca pelear.

A diferencia de los políticos idealistas, no pronuncia discursos predicadores ni sacerdotales, sino que busca soluciones prácticas. Para él la política es el arte de lo posible. Y para calibrar qué es posible es un verdadero maestro. Más que un defensor doctrinario de principios, es un constructor de fórmulas para lograr resultados. A los exponentes de la realpolitik, como Santos, los cuestionan y los elogian por su capacidad para alcanzar metas sin reparar en el costo de los fines. Los ataques de Mockus contra Santos el jueves pasado en el debate de El Tiempo y CityTv le apuntaron a ese blanco, que es un rasgo que sus seguidores consideran más una virtud que un defecto. En todo caso, durante esta campaña se ha estigmatizado a Santos presentando como una falla ética su habilidad como negociador político.

A los políticos pragmáticos no se les conoce tanto por su consistencia como por su capacidad de adaptarse a las circunstancias. Tal vez por eso, la trayectoria política de Juan Manuel Santos no ha sido un ejemplo de coherencia ideológica. En el pasado el candidato se ha movido de un lado a otro cuando, en su opinión, las circunstancias lo ameritaban. En la época en que el país estaba convencido de que la paz dependía de una negociación política, armó la célebre y controvertida iniciativa que en 1997, a finales del gobierno de Ernesto Samper, estuvo "de un cacho" -según dijo en su momento Gabriel García Márquez- de terminar con el conflicto. Pero en los últimos años, como ministro de Defensa del gobierno de la seguridad democrática, Santos se convirtió en el símbolo de la mano dura contra las Farc y contra Chávez.

Es propio de los políticos pragmáticos intentar arriesgadas maromas y triples saltos mortales. En plena campaña, Juan Manuel Santos ha dicho que "solo los imbéciles no rectifican", y a sus colaboradores les dice que "solo los ríos no se pueden devolver". Fiel a su estirpe liberal, se dedicó con empeño a la reconstrucción y consolidación de la colectividad roja a finales de los años 90: presidió la 'Constituyente Liberal', un ambicioso esfuerzo por salvar al partido. Juan Manuel ni siquiera apoyó la primera candidatura de Álvaro Uribe en 2002, porque fue lanzada por fuera de la oficialidad liberal. Sin embargo, cuatro años después ingresó al uribismo y la puerta de entrada fue el Partido de la U: una fuerza nueva, coordinada por él, para recibir a liberales que quisieran apoyar la reelección de Uribe. Luego entró al Gabinete, como ministro de Defensa, y al final se ganó la valiosa credencial de candidato presidencial para continuar la obra del actual gobierno, que goza de gran prestigio.

Desde el punto de vista ideológico, Santos también ha incorporado las ideas de líderes internacionales que triunfan en el momento, con evidente preferencia por los que se mueven en el centro del espectro. En los años 90 creó una fundación y la denominó Buen Gobierno, adoptando el término que la dupla de Bill Clinton y Al Gore utilizó para su campaña en 1993 y para sus dos cuatrienios. Un concepto que busca superar el dilema entre Estado y mercado, con un énfasis práctico en cómo lograr resultados a favor de los ciudadanos comunes y corrientes. Santos también se incorporó a la llamada Tercera Vía, denominación con la que Tony Blair llegó al poder en Gran Bretaña en 1997 en busca de un gobierno laborista que no tuviera que escoger entre los dogmas extremos del estatismo ineficiente ni del capitalismo salvaje.

Las oscilaciones de Santos se caracterizan por estar acompañadas de audacia, y sus actuaciones ni pasan inadvertidas ni son medias tintas. En cada causa en la que se empeña se juega a fondo. Cuando participó en las filas de los que buscaban la paz mediante el diálogo llegó a entrevistarse con 'Tirofijo', con 'Gabino' y con Carlos Castaño, y logró obtener el respaldo de Felipe González y de García Márquez. Cuando militó en la mano dura fue el ministro del bombardeo a 'Reyes' y de la Operación Jaque.

Los exponentes por excelencia de la realpolitik -Tucídides, Maquiavelo, Kissinger- enfatizan la búsqueda del poder como esencia de la actividad política y del ejercicio del gobierno. En el caso de Santos, tanto su carrera como su campaña han estado ligadas a los grandes factores de poder de la Colombia de las últimas dos décadas. Fue representante de la Federación de Cafeteros a los 24 años, cuando todavía el café era la principal exportación del país. Fue subdirector de El Tiempo (que en esa época era de su familia) cuando ese diario ejercía una influencia que no le disputaba ni la televisión privada -no existían los canales Caracol y RCN- ni Internet. Fue tres veces ministro, y no propiamente en carteras menores: Comercio Exterior, en la era aperturista del gobierno de César Gaviria; de Hacienda, en años de turbulencia externa durante el cuatrienio de Andrés Pastrana, y de Defensa, en el momento de mayores éxitos de la seguridad democrática de Álvaro Uribe.

En la competencia frente a Mockus, Santos también tiene de su lado todos los factores tradicionales de poder. Lo apoyan la mayoría de los parlamentarios de todos los partidos, menos los verdes y el Polo. Inspira confianza a los empresarios, entiende a los militares, conoce a los medios de comunicación. Dentro de su aproximación práctica y ambiciosa a la política, Santos no rechazaría apoyos ni adoptaría actitudes que pusieran en peligro algunos votos. En el caso del controvertido PIN, ha dicho en público que no quiere su respaldo, pero nombró en su campaña a Rodrigo Rivera como gerente político, precisamente a quien las directivas del PIN le habían ofrecido la candidatura presidencial. El candidato de la U recibirá los votos del PIN, a pesar de haberlos rechazado públicamente.

Santos no es un hombre de odios, y la frase que pronunció en su discurso de la noche de su triunfo en la primera vuelta -"no reconozco enemigos ni dentro ni fuera de Colombia"- es real en el sentido de que estará dispuesto a reparar cualquier relación que le sea necesaria en la búsqueda de un objetivo. El lunes después de la primera vuelta recibió a Rafael Pardo, quien lo había atacado con dureza en los debates. Y seguramente hará grandes esfuerzos por arreglar la situación con Hugo Chávez, el presidente venezolano que lo ha calificado de "mafioso".

El pragmatismo de Santos es quizás su mayor diferencia con su último tutor, Álvaro Uribe. El mandatario saliente es un hombre de convicciones férreas de las cuales no se desvía y está dispuesto a casar cualquier pelea para defenderlas. De ahí sus excesos a la hora de atacar al poder judicial o de promover algunos de sus protegidos. Otra de las diferencias con Uribe es que más que un microgerente, Santos es un conductor de orquesta. Escoge bien a sus colaboradores y sabe delegar. Quienes lo conocen aseguran que los ministros de Santos, si llega a la Presidencia, no serían señalados de "viceministros", como ha ocurrido en los ocho último años, porque tendrían mayor perfil y peso específico. Hasta sus enemigos reconocen que en todos los cargos que ha ocupado no ha nombrado cuotas políticas sino colaboradores del más alto nivel.

La llegada de Santos a la Presidencia -que es lo que ocurrirá si las encuestas no fallan otra vez- tendría unas condiciones óptimas desde el punto de vista de poder: amplias mayorías en el Congreso, una votación que puede ser la más alta de la historia y una oposición débil. Tendría los ases que desearía un gran gestor o un jugador audaz. Y Santos es ambas cosas a la vez.