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Uribe, está ubicado al suroccidente del departamento de Meta. | Foto: Mauricio Flórez / SEMANA

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Uribe, el sufrido pueblo del Meta que cree en la paz que dejó Santos

El municipio que fue parte de la zona de distensión y padeció hechos como una toma guerrillera en la que murieron decenas de personas, siente la disminución sustancial de la violencia. Sus habitantes ahora le apuestan al turismo, con atractivos que el conflicto escondió por décadas.

26 de abril de 2019

Miguel Ángel Cruz sigue viviendo en la misma casa donde se atrincheró el día que llovieron cilindros bomba sobre Uribe, Meta. A sus 28 años de edad se dedica a guiar turistas por atractivos naturales, como los del río Diamante. Una red de siete cascadas que se atraviesan unas saltando al agua cristalina, otras deslizándose con cuerdas en un recorrido atravesado por vegetación densa y rocas gigantes. Un recorrido que hace tres años era inimaginable por una guerra que llegaba a su fin, y que era imposible hace 20, por los tiempos en que se atrincheró en la propia sala de su casa junto a su madre y sus hermanos, mientras su pueblo era el escenario de una batalla campal.

Uribe dormía en el silencio y la oscuridad previos al amanecer cuando tres cilindros bombas explotaron contra cada una de las bases del Ejército que custodiaban el pueblo. Hacia las cuatro de la mañana del 4 de agosto de 1998, las estruendosas explosiones anunciaron el comienzo de la toma guerrillera. Alrededor de 800 hombres de varios frentes del bloque Oriental entraron a un pueblo custodiado por un centenar de militares y policías. Miguel Ángel Cruz tenía 8 años y era el mayor de tres hermanos.

Como muchas otras familias, vivían en un estado de tensión que los llevaba a mantenerse preparados siempre para lo peor. Su mamá los juntó rápidamente en la penumbra. Recogieron algo de comida y bolsas para hacer sus necesidades. Alistaron una manguera para filtrar agua hasta el refugio y se metieron a la trinchera que habían cavado debajo del piso de tierra de su sala.
Un hueco oscuro y sofocante que cubrieron con tablas en el que estaban dispuestos a esconderse hasta que terminara el ataque. Pero cometieron un olvido peligroso.

Durante horas, la familia refugiada apenas escuchó las balas y los estallidos, hasta que un reloj despertador que habían dejado programado, cuando esperaban que ese fuera día normal, empezó a sonar. Era de esas alarmas que no se detienen hasta que alguien las desactive manualmente.

Mientras ellos permanecían escondidos, las Farc iban ganando rápidamente posiciones en el pueblo. Hacia las cinco de la tarde, solo quedaba en pie una base militar y la estación de policía, donde los uniformados agotaban sus municiones. Fue entonces que un grupo de guerrilleros entró a la casa de los Cruz. La madre y sus niños, debajo del suelo, escucharon las pisadas, cómo revolcaban toda su casa, cómo los buscaban. Hasta que se cansaron, y parecieron irse.

En realidad, los guerrilleros salieron a averiguar por los habitantes de esa casa, convencidos de que había alguien, por el sonido de esa alarma. Finalmente, un vecino que también se había atrincherado, pero que salió de su escondite, les advirtió que la familia podía estar bajo tierra. Los guerrilleros volvieron a la vivienda y siguieron revolcando. Hasta que uno de los hombres dio con las tablas, las levantó, y al ver a la madre y a sus hijos les apuntó con su fusil. Ellos quedaron paralizados.

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El guerrillero los hizo salir de la trinchera, y finalmente les dio un parte de tranquilidad. Solo estaban buscando algo de comer. La madre revisó en la cocina pero no había nada. Los desconocidos consiguieron huevos y plátanos en una tienda cercana y se los llevaron a la mujer para que les cocinara. Una romería de hombres armados y hambrientos se formó en la casa.

A Miguel Ángel se le quedó grabada la figura corpulenta de un guerrillero que estuvo comiendo allí, a su lado, y que minutos después entró a la misma casa herido de muerte. La bala que un francotirador le disparó en el abdomen lo hizo agonizar allí en frente suyo y de su familia. Hasta que sus compañeros se lo llevaron en una camilla al hospital.

La economía del pueblo también está en una dinámica de renovación. En los últimos dos años han surgido varias agencias de turismo en la región, que promueven lugares que, hace poco, eran inaccesibles.

La batalla se acabó con el anochecer. La fuerza pública logró sostener sus posiciones a un precio muy alto: 30 muertos, 30 heridos y siete secuestrados. Del lado guerrillero también hubo decenas de muertos que el grupo fue evacuando durante la toma. Cuando la familia de Miguel Ángel y todo el pueblo salió de sus escondites, encontraron buena parte de sus edificios en ruinas.

Esa toma guerrillera fue uno de los episodios álgidos pero no el único que se vivió en Uribe y sus alrededores, donde incluso se instituyó la zona de distensión durante los diálogos de paz del Gobierno de Andrés Pastrana con las Farc. Pero solo hasta hace un par de años, esa sombra de violencia empezó a desaparecer de ese municipio. Uribe, hoy, parece un municipio en obra.

Frente a varias de sus casas hay arrumes de arena y ladrillos. Los habitantes empezaron a remodelarlas, a cambiar las tablas por concreto, después de mucho tiempo. Que inviertan en sus viviendas es un indicador de que, finalmente, dejaron de sentir el temor de tener que desplazarse en cualquier momento.

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La economía del pueblo también está en una dinámica de renovación. En los últimos dos años han surgido varias agencias de turismo en la región, que promueven lugares que, hace poco, eran inaccesibles. Los mismos pobladores ni siquiera los conocían. Miguel Ángel Cruz, el niño que se escondía en una trinchera, trabaja en una de ellas. "Vimos una oportunidad en el municipio a raíz de los beneficios de la paz. Acá tenemos muchos atractivos turísticos: el cañón del río Guape, las siete cascadas. las piscinas del Diamante, el cañón del río Duda, y más escenarios que apenas están siendo caracterizados. Estos escenarios no los conocíamos antes. Yo los vine a ver hace dos años, porque antes ahí estaban los actores armados y había minas. Ahora es seguro", dice Anderson Tapiero, gestor turístico en Uribe.

Foto: Mauricio Flórez / SEMANA

Los guerrilleros de los mismos frentes que operaban en la zona, ahora han vuelto al pueblo, ya sin armas, a trabajar la tierra, a reencontrarse con sus familias. "Muchos amigos de nosotros que se fueron a las Farc siendo jóvenes, algunos regresaron donde sus familias. Amigos que los volvimos a ver después de muchos años. De otros desafortunadamente nunca volvimos a saber, pero la mayoría que salieron están con sus familias o en las zonas de reincorporación. Y hoy en día están haciendo proyectos turísticos, de agricultura", dice Tapiero.

En la finca El Diamante, en Uribe, viven alrededor de 50 excombatientes dedicados a la ganadería y el cultivo de cacao y maíz. "Nosotros llegamos aquí hace un año y tres meses. Sentimos que hay mucho de qué producir. La parte turística, y nosotros tenemos nuestras raíces campesinas, sabemos cosechar la tierra", dice Leydy Lorena Alcarráz, excombatiente de las Farc que estuvo en las negociaciones de La Habana, y fue enfermera de Timochenko.

Tapiero cuenta que al comienzo de las negociaciones de paz, en el pueblo dominaba el escepticismo. Pero eso fue cambiando a medida que la paz se fue sintiendo. Que los disparos que oían a diario se silenciaron. Finalmente, el Sí obtuvo el 93 por ciento de los votos en el plebiscito. Esa confianza fue recompensada. Aunque en muchos de los territorios claves del conflicto se ha recrudecido la guerra, este municipio es un laboratorio de la paz que puede funcionar.

Foto: Mauricio Flórez